Con su habitual socarronería, Miles Davis (Alton, Illinois, 1926) arrancaba su autobiografía de 1989: “Mira, la sensación más fuerte que he experimentado en mi vida (con la ropa puesta) fue cuando oí por primera vez a Diz y a Bird juntos en St. Louis allá por 1944. Me dije: ¿qué? ¡qué es esto! Tío, esa mierda era tan fuerte que asustaba”. Para Miles, el jazz, como recoge el documental Birth of the Cool (que ahora se edita en Blue Ray y DVD), era una maldición que le perseguía desde que su padre le regaló una trompeta a los trece años. A esa “extraña música”, como la calificaba un locutor de la época, se le culpaba de todo.
El cronológico recorrido de Stanley Nelson (productor y director) muestra cómo Miles vivió buena parte de su vida arrastrado por esa culpa. Unas veces para ser impulsado por la inspiración y otras para caer en los infiernos de la depresión y las drogas. Mientras estudiaba música por el día en la Juilliard School y por la noche absorbía la savia de los grandes maestros en la Calle 52 de Nueva York, él iba creciendo abonado por el bebop y la grandeza de sus padrinos. A hombros de gigantes se convirtió en uno de los indiscutibles genios de la historia del jazz y el más sofisticado y creativo paradigma del self-made man. Alguien diría: “Se acercó al pabellón de su trompeta y cambió el mundo”.
La genialidad de Miles Davis rozaba las ondas. Cuando se acercaba al pabellón de su trompeta cambiaba el mundo
Además de los testimonios que Nelson dosifica en Birth of the Cool (nombre también del álbum de finales de los cuarenta grabado con Capitol), nos encontramos con que su voz, afectada por una operación de laringe, va hilando su historia de tal forma que a veces parece una entrevista en off: “Era frío con todo el mundo, así me protegía a mí mismo”, reconoce al recordar cuando su fama se propulsó fuera de Estados Unidos.
Su sonido capaz de “rozar las ondas”, según Hancock, llegó muy pronto a Francia. Junto a Juliette Gréco descubriría que no todos los blancos tienen prejuicios raciales y que el público europeo daba un calor que no recibía en muchas partes de su propio país. Su relación con Francia culminaría con la realización de la banda sonora de Ascensor para el cadalso, película de 1958 dirigida por Louis Malle.
El documental de Nelson nos muestra que compuso la banda sonora improvisando mientras veía las escenas. Monumental.
También el recorrido plasma su lado menos amable. Sus sucesivas recaídas en la droga y su trato a la bailarina Frances Taylor, mujer y musa con la que compartiría sus años gloriosos, quedan reflejados a través del testimonio de la propia Taylor. A ella le debemos su relación con el flamenco gracias a un viaje a Barcelona y al disco Sketches of Spain, realizado en 1960 de la mano de Gil Evans. Mención especial recibe el famoso Kind of Blue, álbum grabado en 1959 que se convirtió de inmediato en un título mítico por su revolucionaria forma de pensar la música. “Miles tenía duende”, reconoce el productor George Wein en el documental, que incluye un libreto ilustrado y un DVD con 70 minutos extra del Festival de Montreux de las ediciones de 1984 y 1985.
En Miles. La autobiografía se despide con un consejo de su admirado Prince: “Voy a seguir entrando en el primer compás, her- mano. Trataré de que mi música entre siempre en el primer compás, siempre en el primer compás mientras yo toque. Entrará en el primer compás. Más adelante”. En ese compás vivió hasta 1991.