Dice Jack White que la grandeza de la música de Estados Unidos se basa en la influencia mutua entre la cultura anglosajona y la afroamericana. Una y otra se han vampirizado y retroalimentado desde mediados del mismo siglo XVIII en el que llegaron los primeros esclavos de África en una fusión electrizante que sigue asombrando, entreteniendo e incluso mejorando el mundo en un diálogo interminable.
Antes de que los anglosajones se apropiaran del hip hop como hicieron por vez primera los neoyorquinos Beastie Boys en los 80, otros géneros como el blues, el jazz o el propio rock habían vivido un proceso parecido. Mientras el hip hop vive estos días el que quizá es su momento de máximo esplendor artístico y con toda seguridad el cénit de su popularidad, con millones de jóvenes en el mundo rapeando en salas de conciertos o en la intimidad de sus casas, la historia de los Beastie Boys, contada de viva voz por sus dos miembros supervivientes en una obra de teatro dirigida por Spike Jonze, se convierte en una metáfora impagable sobre el nacimiento de la cultura pos-posmoderna en la que vivimos hoy.
Manhattan es una isla pero también un universo. En los vibrantes años 70, cuando era famosa por ser una de las ciudades más violentas del mundo y no el refugio de millonarios, dos fenómenos surgidos entre las orillas del Hudson cambiaron la historia de la música y podría decirse de la cultura. En el sur, en barrios como el East Village o el SoHo, el club CBGB se convirtió en el epicentro de una nueva escena de grupos rockeros que desafiaban las convenciones y solo después, tomando el título prestado de un fanzine, se conoció como punk (gamberro en inglés). Bandas como Ramones, Misfits o Iggy Pop y sus Stooges revolucionaron la sociedad con una nueva actitud osada y desinhibida que desafiaba las convenciones burguesas, el capitalismo y la propia idea del artista como un “maestro” ya que lo importante era la actitud, las ganas y hacer mucho ruido.
Al norte de Manhattan, en el barrio afroamericano del Bronx, nació otro movimiento que cambiaría el mundo tal y como lo conocemos, el hip hop. En celebraciones informales que tenían lugar en locales underground, fiestas caseras o en la propia calle, surgió la figura del MC o rapeador. Fue un tal DJ Cool Herc el hombre que se inventó los breaks y comenzó a manipular vinilos con la aguja para crear el característico sonido del hip hop a partir de una reinterpretación apasionante del legado del soul y el rock con artistas como James Brown como referentes. Ven la luz grandes músicos pioneros como Grandmaster Flash o Afrika Bambaata en los albores de una nueva cultura urbana que incluye el graffitti y el break dance que hoy a través de subgéneros como el trap está en su apogeo.
En los 80, Nueva York es el centro del mundo y el resto vibra con los audaces sonidos que surgen de su efervescente escena. Aunque las guitarras salvajes del punk y los scratches del hip hop aparentemente tienen poco que ver, sin duda, se hermanan en un mismo espíritu común, el deseo de rebeldía frente a los viejos tabúes burgueses en el caso de los primeros y la lucha racial por los derechos de los afroamericanos en el de los segundos. No es casualidad que los Beastie Boys, un grupo de adolescentes que habían convertido el Village en su zona de acampada, decidieran aunar ambas fuerzas creando una música original e irresistible que hoy sigue sonando fresca y llena de fuerza.
Beastie Boys Story está dirigido por un viejo amigo de la banda como el cineasta Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich), detrás también de algunos de sus más icónicos vídeos de los 90 como Sabotage. Con el formato de una obra de teatro representada en vivo, repasa la rica historia de la banda a través de sus dos miembros supervivientes, Mike D y Adam Horovitz, quienes relatan en el escenario a modo casi de fábula (comienzan con el clásico “érase una vez tres chicos de Nueva York…”) la irresistible ascensión al estrellato de tres jovenzuelos inocentes que tuvieron que lidiar con la fama y el fracaso a muy corta edad. Falta, claro, Adam Yauch, fuerza creativa de los “beasties”, que falleció en 2012 a la edad de 47 años. Sus amigos y ex compañeros le rinden un sentido homenaje.
La historia de los Beastie Boys nos acerca de manera extraordinaria no solo a la peripecia personal de sus tres miembros, también a la historia de la cultura popular. El Nueva York de los 80 es muy distinto al de los 70 y surgen nuevos fenómenos como los “yuppies”, ejecutivos jóvenes y ricos con vidas supuestamente de fábula que son los héroes de la época como retrata Bret Easton Ellis en American Psycho, Nace también un nuevo panorama audiovisual que es el germen del actual mundo de Instagram y YouTube en el que vivimos. Una cultura del “do it yourself” y el amateurismo en la que cualquiera puede ser cineasta o estrella del rock cumpliendo ese pronóstico de Warhol sobre los “cinco minutos de fama” que merece todo el mundo. En este contexto, la aparición de la televisión por cable y no generalista cambia el espectro, convirtiendo a la MTV en el icono de una nueva cultura pop y juvenil.
Los Beastie Boys empiezan siendo una banda de quinceañeros que se reúnen en un sótano y tocan canciones de punk emulando a sus ídolos, con los Misfits a la cabeza. Todo cambia cuando escuchan por primera vez el Sucker MCs de Run DMC con esa característica caja de ritmos que revolucionó el hip hop. Anonadados ante la contundencia de los afroamericanos, los jovenzuelos se convierten en raperos sin abandonar la influencia punk forzando el matrimonio entre las guitarras eléctricas y los breaks. Surge su primer gran éxito, You’ve Got the Right (to Party), incluida en su álbum, Licensed to Ill (1986), que mal que les pese sigue siendo el hit más famoso del grupo. Con el triunfo de la canción, surge también la primera paradoja que sufrirían el resto de su vida porque ellos la habían concebido como una sátira de la frivolidad de los universitarios de Estados Unidos, que solo se preocupaban por salir de juerga, pero en cambio se convirtió en un emblema precisamente de lo contrario.
Los Beastie Boys celebran la cultura anglosajona de la máscara y la excentricidad, disfrazándose de peligrosos gangstas o de campesinos suizos en sus vídeos y al mismo tiempo representan el espíritu de rebeldía adolescente y juvenil. Después de su inesperado éxito, ellos mismos inician una larga travesía en el desierto porque padecen al ver que sus mensajes son interpretados como un himno de la estupidez y la superficialidad de los 80. Sintiéndose pueriles y poco importantes, se separan un tiempo y cuando regresan con un disco más ambicioso y adulto como Paul’s Boutique (1989) fracasan. Siempre en busca de la autenticidad artística, de esta manera, ese masivo hit primerizo convierte su trayectoria en una refutación de cómo fueron entonces interpretados.
Incómodos en el papel de estrellas mainstream, sienten que su genuina rebeldía ha sido vampirizada por los grandes conglomerados mediáticos convirtiéndoles en un chiste. No solo eso, también se preguntan inseguros si el problema es que realmente no son muy buenos. No deja de ser sorprendente lo críticos que Mike y Adam Horovitz se muestran con ellos mismos en los primeros años de su carrera, tachándose a sí mismos de niños malcriados que no sabían lo que hacían. En este punto, son demasiado duros consigo mismos. Los Beasties primigenios no son tan sofisticados como los que vinieron después, es cierto, pero su mensaje de rebelión y anarquía sigue sonando hoy vigente y fuerte.
Después llegaron álbumes con gran éxito de público y crítica como Check Your Head (1992), Ill Communication (1994) o Hello Nasty (1998) que hicieron de ellos una de las bandas más célebres de los 90. Bajo la dirección artística del llorado Yauch, la banda se convierte en una pionera a la hora de crear sus canciones a modo de collage con diversas capas de sonidos, una forma de componer que hoy es la habitual en el pop y el hip hop. Siempre arriesgados, se pregunta Mike D por qué no pueden juntar en un mismo disco una “canción de fumado, con una de rap y otra de hardcore”. Cuando alguien los acusó de hipócritas por su supuesto abandono del rap para regresar al rock blanco, en realidad siempre oscilaron entre ambas orillas, la respuesta de Horovotz se convirtió en el emblema de los Beasties: “Prefiero que me llamen hipócrita a ser siempre la misma persona”.