Mientras los cines tratan de recuperar a los espectadores perdidos, tiene todo el sentido que se reestrene una película como Dersu Uzala (1976), obra maestra de Akira Kurosawa ganadora del Óscar a la mejor película extranjera. Junto a autores como John Ford (Centauros del desierto, 1956), David Lean (Lawrence de Arabia, 1962), John Huston (La reina de Africa, 1951) o Joseph L. Mankiewicz (Cleopatara, 1963), el director asiático fue el inventor del “gran cine” en una época en la que los televisores eran cacharros en blanco y negro y desde luego no existía Internet.

Escritores hispanos como Juan Marsé, Guillermo Cabrera Infante o Terenci Moix han escrito abundantes páginas sobre esos viejos tiempos en los que la sala era un lugar mágico que transportaba a provincianos espectadores de todos los rincones del mundo a una realidad fantasmagórica y esplendorosa de exotismo y magia. El género de aventuras, casi desaparecido hoy de las salas, viene marcado por retratar el enfrentamiento del ser humano contra una naturaleza inhóspita preferiblemente en una tierra extranjera, Un género de épica, heroísmo y coraje que brillaba como el summum de la experiencia cinematográfica con películas que hacían soñar con lugares inalcanzables y misteriosos en una época en la que la inmensa mayoría de la gente nunca conocía más país que el suyo propio.

Se cumplen este año, además, 110 años del nacimiento de un cineasta tan formidable como Akira Kurosawa, considerado por Spielberg como el más grande de todos los tiempos. El genio del japonés, cuya mirada humanista siempre destila compasión y dulzura por sus imperfectas y débiles criaturas, brilla con especial intensidad en esta Dersu Uzala, adaptación de una novela homónima rusa muy popular en el país escrita por Vladimir Arseniev.

Ambientada en la taiga siberiana, tanto el libro como el filme toman prestado su nombre de un personaje real que conoció el propio escritor ruso. Uzala (Maksim Munzuk), un hombre de los bosques traumatizado por la muerte de su esposa y su hijo en un incendio, es la quintaesencia del buen salvaje de Rosseau. Vemos un ser libre de espíritu indómito que habita en un universo animista en el que el fuego, el agua y el viento son “seres valientes” que respetan a los humanos cuando estos se portan bien y los castigan cuando les ofenden. Canto ecologista “Avant la lettre”, el Uzala de Arseniev y Kurosawa recuerda al mito que desarrolló Henry David Thoreau en Walden.

Un clásico del cine de aventuras es el encuentro entre el hombre “civilizado” y el primitivo, un esquema simplista que se rompe en pedazos cuando quedan al descubierto las debilidades del primero y las fortalezas del segundo. El propio John Ford, que narró el choque entre los emigrantes sajones y los indios nativos en multitud de ocasiones, se fue mostrando cada vez más partidario de los segundos a medida que avanzaba su filmografía.

En Dersu Uzala ese choque lo protagonizan el propio Uzala y un oficial ruso, Vladimir (Yuriy Solomin) que acaban desarrollando una fraternal amistad a pesar de los burlas de los soldados del regimiento, que lo consideran un viejo chiflado. Admirado por los valores del desdichado cazador, el capitán desarrolla una fraternal amistad cuando le salva la vida en un lago helado y aprende a respetar su profundo conocimiento de los misterios de la naturaleza. Todo ello, en medio de esa inmensa y majestuosa estepa siberiana llena de peligros que solo el ojo avizor del nativo sabe prever.

El personaje de Uzala tiene precedentes en la filmografía del director. En La fortaleza escondida (1958), película en la que se inspiró George Lucas para construir la trama de La guerra de las galaxias, se encarna en dos soldados desertores que fueron el precedente de los famosos R2D2 y C3PO. La idea del bien en su estado más puro enfrentado a las dobleces y miserias de la vida civilizada aparece en todo su esplendor en El idiota (1951), adaptación de la novela de Dostoievski sobre un príncipe empeñado en ser virtuoso en todo momento que no tiene armas para enfrentarse al mal que le rodea. La pureza de Uzala se convierte en una amarga lección cuando su amigo y benefactor trate de enseñarlo a sobrevivir en la ciudad, donde no hay tigres ni serpientes pero los seres humanos pueden ser mucho más brutales.

@juansarda