Uno de los finales más míticos de la historia del cine y la dramaturgia del siglo pasado es el de Un tranvía llamado deseo (Elia Kazan, 1951). El insigne Tennessee Williams pone en boca de Blanche DuBois (Vivien Leigh) una frase que remata la historia y se convertiría en mítica cuando la desdichada heroína, una mujer mediocre que sueña con la grandeza, dice aquello de “siempre he dependido de la bondad de los extraños”. En la obra de teatro y el filme, la expresión tiene un tono agrio y ambiguo ya que ahonda en la soledad de un personaje que se siente incomprendido en todas partes pero nunca pierde la esperanza de que aparezca la salvación por alguna parte.

En la película de Lone Scherfig, que toma prestado su título de esa famosa línea, tiene un tono netamente positivo al plantear una fábula sobre la bondad intrínseca del ser humano. Encargada de inaugurar la pasada Berlinale, cuenta la historia de una mujer joven (Zoe Kazan, perpetuamente sobreactuada) que huye con sus dos hijos pequeños de un marido que actúa de manera violenta con sus hijos. Tiene miedo de denunciar porque el agresor es un policía respetado y el precio que debe pagar por su huida es la miseria. Con un coche como única posesión, la heroína deambula por Manhattan con los dos críos sobreviviendo a base de pequeños hurtos de comida y triquiñuelas. En una ciudad famosa por su opulencia, su destino se cruzará con otras almas en pena como ella, un joven desastroso que no logra mantener ningún trabajo (Caleb Landry Jones), una enfermera que sufre por su soledad (Andrea Riseborough) o un restaurador traumatizado por haber sido injustamente encarcelado (Tahar Rahim).

Reunidos alrededor de un grupo de terapia que organiza una parroquia y un comedor social, La amabilidad de los extraños es una película bienintencionada sobre la fortaleza del ser humano, las segundas oportunidades y la importancia de la solidaridad. Cineasta con una trayectoria irregular, la danesa Scherfig ganó atención internacional en los tiempos del Dogma (ese movimiento que postulaba un cine naturalista sin música ni saltos temporales) con las magníficas Italiano para principiantes (2000) y Wilbur se quiere suicidar (2002) donde ya mostraba una mirada compasiva hacia las personas que tienen problemas mentales o sufren traumas severos por un pasado de abusos.En un Nueva York de postal, el problema de La amabilidad de los extraños es que nunca acaba de despegar a pesar de sus buenas intenciones. No solo la protagonista está permanentemente sobreactuada, la película jamás acaba encontrando el tono adecuado. Empeñada en transmitir un aire de fábula navideña, la película es todo el rato demasiado suave y “good feeling” para que nos acabemos de creer la tragedia que nos está contando. Cineastas como Frank Capra, Steven Spielberg o la propia Scherfig en tiempos mejores han demostrado que el célebre aforismo de André Gide por el cual con “buenos sentimientos solo se hace mala literatura” no siempre es cierto, pero la directora añade tanto azúcar a la historia que acaba siendo empalagosa.

@juansarda