La escritora navarra Dolores Redondo (San Sebastián, 1969) ha convertido el pequeño y remoto valle navarro del Baztán en el territorio mítico en el que ambienta sus populares novelas. Publicadas por Destino, miles de lectores se han dejado seducir por un thriller piscológico en el que se mezclan viejas leyendas medievales con crímenes rituales en el presente. El director Fernando González Molina, conocido por éxitos juveniles como Tres metros sobre el cielo (2010) o grandes dramas épicos como Palmeras en la nieve (2015) ha dirigido las tres películas que adaptan la trilogía literaria: El guardián invisible (2017), Legado en los huesos (2019) y esta Ofrenda a la tormenta, cuyo estreno inicialmente estaba previsto para cines pero por cosas de la pandemia finalmente debutará en Netflix, donde estarán disponibles las tres películas. Más allá de los asesinatos y los sustos, que los hay a montones, el propio director opina que la trilogía trata “sobre madres que no quieren a sus hijas, madres que quieren proteger a sus hijos y madres que tienen miedo de tener algo terrible dentro de sí mismas”.

Muchos lectores y espectadores conocen a la aguerrida Amaia Salazar (Marta Etura), una inspectora de policía brillante y traumatizada por la sombra de una madre malvada (Susi Sánchez) a la que jamás logra derrotar por mucho que lo intenta. Luchadora y sufridora, Salazar es la heroína absoluta de unos filmes que se sitúan a medio camino entre la tragedia griega y Dan Brown. En El guardían invisible, la policía acaba descubriendo que su propia madre está detrás de una especie de organización secreta que aterroriza el valle matando jovencitas para reeditar ancestrales rituales de brujería. En la segunda parte, Legado en los huesos, no hay asesinatos pero sí personas que se suicidan en misteriosas circunstancias. Aparece por primera vez un juez (Leonardo Sbaraglia) con muchos secretos que ocultar. La película, más filosófica, reflexiona sobre la idea del Mal y también sale la propia Iglesia católica, encarnada en la figura de un poderoso cura del Opus Dei (Imanol Arias), estamos en Navarra, que por momentos parece tener más interés antropológico en el caso que en resolverlo.

Ofrenda a la tormenta, traca final, comienza donde terminó la anterior, con la desaparición de la madre (dada por muerta) en medio de una riada para explicar el climático enfrentamiento final entre Salazar y su gran rival, su propia hija. Como la cara y la cruz de la misma moneda, la lucha de ambas mujeres supone una revisión del eterno conflicto entre el bien y el mal, matizado en esta ocasión por el temor de la hija a parecerse a su madre más de lo que le gustaría. Más divertida y juguetona que las otras dos, en las que González Molina estaba demasiado ocupado creando una “atmósfera” para que tuviera personalidad y resultara inquietante, cosa que conseguía, en este broche final se suelta más el pelo para realizar una película de entretenimiento pura y dura en la que el choque final entre la brillante inspectora, cuyo personaje recuerda al de Jodie Foster en El silencio de los corderos, y su pérfida madre vendría a ser una versión vasca del famoso duelo entre Darth Vader y Luke Skywalker. Ya saben, aquello de “soy tu padre”.

Después de tres películas viendo a la pobre Salazar tratando de demostrar al mundo que es la buena de la familia mientras lucha contra sus propias contradicciones, da un poco de pena ver cómo se acaba porque al final le acabas cogiendo cariño al personaje. Según González Molina: “Hacer de una sufriente sin más no me interesaba. Leí un libro sobre los supervivientes de los campos de concentración nazis y hablaba sobre la indolencia. Uno de los grandes efectos secundarios de los supervivientes es que te vuelves indolente, ni sientes ni padeces. Hay algo en Amaia de eso. Está un poco aletargada en lo emocional. Ella tiene una disfunción emocional y se intenta construir una vida de pareja convencional que no se corresponde con su lugar en el mundo. Cuando sucede el drama y se enfrenta a su madre y vuelve a sus emociones primarias aunque sea terrible es cuando se siente más ella misma”.

Marta Etura domina con carisma una función que González Molina da trazas de comenzar a dominar a la perfección en esta última parte. Con ansias de venganza por el asesinato de un compañero, el personaje se crece en su papel de madre para reconquistar su dignidad al mismo tiempo que se pregunta si la vida que ha escogido es la que de verdad quiere o solo una forma de demostrarle al mundo que ella no es como su madre. Hay cosas que, como en toda la saga, funcionan mejor y peor. Imanol Arias está espléndido en la piel de un cura que oscila entre el cinismo y el conocimiento profundo de la naturaleza humana. La investigación esta vez resulta más clara y más intrigante mientras los golpes de guión funcionan en parte gracias al talento de Sbaraglia. No acaba de funcionar ni la relación entre Salazar y su marido ni tampoco el personaje de la tía pitonisa porque le falta un poco de ironía. Por suerte, sí vuelve a tener un papel destacado Elvira Mínguez en el personaje de esa hermana insidiosa que es uno de los grandes logros de la saga.

@juansarda