1.800 metros son los que separan el Hotel Majestic del Hotel Martínez en el paseo de La Croisette. Es el camino de baldosas amarillas de uno de los hombres más importantes del cine, Thierry Frémaux, delegado general del Festival de Cannes desde hace 18 años. Esta última edición fue la quinta en su historia en quedarse en suspenso. La primera cancelación, en 1939, coincidió con la entrada de Francia en la II Guerra Mundial, las de 1948 y 1950 respondieron a dificultades presupuestarias, y la más épica, al signo revuelto de los tiempos: en mayo del 68, en apoyo a las revueltas del movimiento estudiantil y obrero, lo más granado de la nouvelle vague, con Jean-Luc Godard a la cabeza, entró en tromba durante la proyección de la película de Carlos Saura Peppermint Frappé y se colgó del telón.
En un giro de guion con tintes distópicos, este insólito 2020, el festival de cine más relevante del mundo ha sucumbido a un ser invisible al ojo humano. Hasta el 10 de mayo se estuvo especulando con el traslado de la cita a junio, pero el empeño de Frémaux por imponerse a la pandemia fue en vano. El mago de Oz del séptimo arte se resarce estos días con la celebración en su ciudad natal, Lyon, de otra cita cinematográfica a la que está a los mandos, el Festival Lumière, un agasajo de cine clásico que este año se alterna con preestrenos de las películas que hubieran integrado la Selección Oficial de Cannes 2020.
Pregunta. ¿Cuántas modalidades de saludo está practicando estos días?
Respuesta. El domingo, con Viggo Mortensen, que ha venido a presentar su ópera prima como director y a dar una clase magistral, nos dábamos pataditas en los pies. El que menos me gusta es el del codazo, y el que más uso es el saludo a la japonesa (une las manos e inclina la cabeza) o el abrazo argentino, que no reviste peligro. Después de ocho meses de pandemia hay una falta de contacto físico, una necesidad de calor humano.
P. Entre las películas restauradas programadas este año está Días del cielo (Terrence Malick, 1979), cuyo arranque musical, obra de Ennio Morricone, suena en cada sesión de la Sección Oficial de Cannes. ¿Es un doble guiño nostálgico a los cinéfilos, por la suspensión de esta edición y por el deceso del compositor?
R. Sí y no, porque yo no soy el dueño de nada, tan sólo el encargado de Cannes y de Lumière. Hay momentos de conexión, así es la vida. Gilles Jacob eligió este fragmento de la banda sonora de Morricone en el que rinde homenaje al pasaje Aquarium del Carnaval de los animales, de Saint-Saëns, que junto a Debusy y Gabriel Fôret, son los músicos favoritos de Malick de finales del siglo XIX. Terrence es un muy buen amigo. Te tengo una anécdota, cuando vino en 2019 a Cannes a presentar Vida oculta, Almodóvar estaba en la sala. Los presenté y Pedro se declaró fan de su cine. No hay fotos de Malick, es esquivo a las cámaras, pero yo tengo una de ellos dos juntos.
P. ¿Cómo está viviendo la celebración de este festival, en constante amenaza de cancelación?
R. Estamos afrontando una vida muy particular desde marzo. Tanto en Cannes como ahora en Lyon, hemos trabajado mucho con la idea de que cada día, cada hora, las cosas podían cambiar. Finalmente, el anuncio del toque de queda del presidente Macron no va a afectar al festival, porque se termina el domingo. En paralelo a este contexto eventual en cada sede de las 48 que acogen el festival, la vida transcurre de manera normal, el público ve una película, escucha a un especialista, un actor o un director presentarla y después se habla de cine a la salida, en la comida, en la cena. Es algo de lo que estoy muy orgulloso. Cuando el 3 de junio hice el anuncio de la Sección Oficial de Cannes, era la primera vez desde hacía tres meses que se podía hablar del séptimo arte, de nuevos títulos, de nuevos directores y lanzamos una selección de 56 películas hacia el futuro próximo. Los gobiernos, las autoridades sanitarias dicen que hay que asegurar la vida y es lo que estamos haciendo, porque para nosotros vivir es ver películas.
P. Sin embargo, las noticias negativas se encadenan, el retraso de los títulos más comerciales a 2021, el auge de las plataformas de streaming, el cierre por goteo de salas. Usted, de natural optimista, ¿qué siente cuando lee los insistentes titulares que anuncian la muerte del cine?
R. No solamente soy optimista, sino que me atengo a los hechos. La muerte del cine ya se ha anunciado como 15 veces en la historia. En los años cincuenta, su enemiga era la televisión, después vino el video y ahora las plataformas. El streaming es una forma de televisión y de video bajo demanda con la que hay que convivir. Hay obras de televisión que son fantásticas. A mí también me gusta mucho ver películas y documentales de Netflix, pero el espectáculo de cine que inventaron los Lumière y del que celebramos 125 años, remite a dos aspectos, la realización de películas y su visionado, en la sala de cine. Este año queremos celebrar, precisamente, ese ritual compartido. Es trágico, porque en toda su historia, nunca se han cerrado las salas, ni siquiera durante las dos guerras mundiales. Está siendo una manera rara de celebrarlo, pero hablar contigo de cine e ir todos estos días a proyecciones es una manera de luchar por su pervivencia. Pero la clave reside, fundamentalmente, en la calidad de las propuestas. En los próximos cinco años necesitamos ver películas de cine excepcionales.
P. A ese respecto, artistas habituales de Cannes, como Luca Guadagnino y Nicolas Winding Refn argumentan que sus series, We Are Who We Are y Demasiado viejo para morir joven, respectivamente, son en realidad películas largas. ¿Comparte ese desprecio hacia el formato seriado?
R. David Lynch o Jane Campion dicen lo mismo, no hay ninguna diferencia entre Twin Peaks y Twin Peaks: fuego camina conmigo (1992). Son directores que hacen trabajo de director. La pregunta, si acaso, es ¿cuál es el destino de una película hoy? Puede ser Netflix o la televisión. Pero para el espectador hay una diferencia física, porque no es lo mismo ver una película en una sala de cine que en casa. Y cuando hablamos de la muerte de cine, hablamos de la muerte de las salas. El problema es lo que siempre le digo a mi amigo Quentin Tarantino, tú eres pesimista porque eres americano, y yo soy optimista porque soy francés, ya que aquí, en mi país, el sistema de sostén es muy fuerte para proteger las salas y a los autores. Tenemos que reunirnos para hablar de todo eso, de cuál será el futuro de las imágenes. Tengo una confianza absoluta en la calidad del trabajo de los artistas. Y por eso el Festival Lumière es cada vez más importante, porque es una manera de acercar el pasado de este arte al presente.
P. Ese futuro estará marcado, de seguro, por la decisión de Disney de reorganizar su negocio de medios y entretenimiento para priorizar su plataforma streaming. ¿Cómo ha encajado esa decisión?
R. Es una decisión que no me gusta. Las salas de cine necesitan películas norteamericanas, y no solo por una razón económica (cada entrada de cine en Francia se grava con un impuesto del 11% para invertirlo en el Centro Nacional de Cinematografía) sino también cultural. El público desea, por ejemplo conocer la última película de Pixar. Pero por otro lado, no quiero juzgar la decisión de Disney. Un gigante así ha demostrado que también puede ser frágil, porque va a tener que despedir a 30.000 empleados. El tratamiento desastroso de la epidemia en EE.UU. también nos afecta, porque impacta también en nosotros. Me disgusta, pero es un año tan infeliz, que puedo entender las razones del cambio de su modelo.
P. ¿Cómo trabaja la próxima edición del Festival de Cannes en esta incertidumbre?
R. No hay problema, ya estamos en conversaciones. Habrá buen material, todas las películas del año 2020 que se han postergado a 2021 y las que se están rodando en este momento.