Atrapado en un siglo diabólico como el XIX, Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920) es el gran escritor decimonónico, el genio que supo captar como nadie el habla, las costumbres y la idiosincrasia populares de un país que oscilaba continuamente entre la esperanza y la tragedia. El siglo de Galdós, documental dirigido por Miguel Ángel Calvo Buttini sobre su figura, nos acerca a un personaje fundamental en un trabajo académico pero vibrante en el que descubrimos algunos de los aspectos menos conocidos de su vida como su afición a las mujeres a pesar de que nunca se casó, convencido de que las ataduras del matrimonio no estaban hechas para un espíritu libre como el suyo. Fue sobre todo un autor profundamente comprometido con su obra y su tiempo, ambas cosas son lo mismo en su caso, que luchó hasta el final por llegar al máximo de público posible siguiendo sus ideas socialistas en un tiempo marcado por la discordia y la batalla fratricida entre las famosas “dos Españas”.
En estricto orden cronológico, Calvo Buttini nos cuenta la vida de Galdós para entrelazar su peripecia vital con los acontecimientos históricos. Una trayectoria que arranca en Canarias, donde visitamos su casa natal, hoy un museo dedicado a su figura y conocemos mejor su temprana vocación como dibujante y aspirante a pintor. Almudena Grandes, Ana Belén (que interpretó a Fortunata en la versión de Mario Camus de su obra Fortunata y Jacinta, la dramaturga Laila Ripoll o el catedrático Germán Gullón, director de la exposición que le dedicó la Biblioteca Nacional, aparecen en un documental que se articula en torno a la correspondencia personal del literato, muy especialmente las cartas que le envió a novias suyas como Lorenza Cobián, madre de su única hija, la inestable actriz Concha Morell o su último amor, Teodosia Gandarias. Un tono algo folletinesco en el que se mezclan las primitivas fotos de la época con dibujos y pinturas con imágenes del propio escritor, siempre solo y fumando, interpretado por Ángel Solo. Se trata de un trabajo correcto, muy académico, que cumple bien su cometido como introducción al tiempo y la figura de Galdós aunque se hubiera agradecido un poco más de imaginación y una fotografía menos oscurantista, que le da un tono un poco viejuno que contrasta mal con el tono vitalista y moderno que se le quiere dar al personaje.
Conocemos a un joven tímido que destacó en sus primeros años más como dibujante y aspirante a pintor que como escritor. Cuando llega a Madrid a los diecinueve años para estudiar Derecho se une a las célebres tertulias de la época pero destaca por su carácter apocado y apenas abre la boca. Todo cambia la triste noche de San Daniel, un 10 de abril de 1865, en el que presencia la carga de los guardias contra los estudiantes que se manifiestan en la Puerta del Sol para exigir la restitución de Emilio Castelar, apartado de su cátedra por dos artículos críticos con la reina Isabel II. Catorce personas fueron asesinadas en la reyerta ante los atónitos ojos de Galdós, que desde entonces uniría de manera ya inseparable su obra literaria con el devenir histórico de España.
Prueba de ello son sus célebres Episodios Nacionales, un fresco de cuarenta y seis novelas que le llevó toda una vida en el que narró en primera persona y desde el punto del vista del pueblo los convulsos acontecimientos que marcaron un siglo que arranca con la derrota de Trafalgar y vive episodios como la revolución gloriosa que expulsó a Isabel II o la extraña regencia de Amadeo de Saboya para terminar con la restauración borbónica y la dificultosa implantación de la democracia.
Escritor de raza con un talento descomunal, capaz de escribir obras maestras en un tiempo récord, muchas veces porque estaba agobiado por las deudas y los problemas económicos. Lejos del cliché del genio atormentado y solitario, Galdós fue un trabajador incansable pero también un hombre que labró profundos y largos afectos como la amistad que mantuvo toda su vida con el cántabro José María de Pereda, escritor de convicciones conservadoras y católicas con el que mantuvo no pocos discrepancias como cuando este le reprochó a Galdós que, según él, en su novela Gloria (1876) los católicos salieran mal parados y los judíos bien. Sus críticas a la Iglesia, constantes a lo largo de toda su obra, le granjearon numerosos enemigos y fue el motivo por el cual tardó muchos años en ingresar en la Real Academia Española e incluso le arrebataron el Nobel cuando los sectores más retrógrados de la sociedad española hicieron campaña para que no se lo dieron a pesar de que lo propusieron tres veces para un premio que sin duda merecía y que a le hubiera encantado recibir. Fue también un hombre profundamente apegado a su familia, a la que cuidó toda su vida, y tan generoso con amantes y amigos como propenso a arruinarse. Sigue siendo motivo de reflexión que un genio como Galdós pasara sus últimos años de vida sufriendo estrecheces.
Debemos señalar finalmente que algunos momentos de guión chirrían como cuando la voz en off explica que Galdós “colocó” a la joven actriz Concha Morell, uno de sus más grandes amores, en una obra de teatro o le puso “un pisito” en la actual Malasaña, expresiones poco adecuadas para describir una relación duradera e importante en la vida de Galdós o su propio talento como intérprete y mujer culta de la época. Se trata de expresiones desfasadas que chocan, además, con la reivindicación del personaje como feminista avanzado a su tiempo.