Era una de las últimas estrellas del cine de su generación. El actor escocés Sean Connery (Edimburgo, 1930) ha muerto a la edad de 90 años en Nasáu, capital de las islas Bahamas. Una noticia que ha confirmado Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia, en Twitter: “Nuestra nación llora hoy a uno de sus hijos más queridos”, ha escrito en la red social.
Retirado desde hace años de la interpretación, la vida de Connery es la clásica historia de éxito contra todo pronóstico. Nació en el seno de una familia muy pobre, de pequeño dormía en un cajón y desde los 9 años tuvo que trabajar como repartidor de leche durante cuatro horas al día antes de ir a la escuela. Él mismo pensaba que su carácter algo irascible y sus continuos pleitos contra los productores que según él pretendían aprovecharse económicamente de él tenían que ver con la dura infancia que le tocó vivir, aunque probablemente también tenían que ver con ella sus arranques de generosidad con instituciones benéficas, a las que ha donado millones de dólares.
De joven se enroló en la Royal Navy, pero le dieron de baja por una úlcera. Trabajó como carpintero de ataúdes y se aficionó al culturismo. Nada que ver hasta entonces con la interpretación, un mundo al que llegó de casualidad cuando, tras participar con un amigo en el concurso de belleza Mister Universo —donde ganó un pequeño premio—, oyó hablar de una audición para el musical South Pacific, donde consiguió un papel para el coro, principalmente por su altura y su atractivo físico. De ahí fue encadenando papeles pequeños en teatro, televisión y cine hasta que llegó su gran oportunidad: James Bond. Los productores, Albert Broccoli and Harry Saltzman, reconocieron que se fijaron en él solo con verle caminar.
Connery, a quien la reina Isabel II le otorgó el título de sir en el año 2000 a pesar de su firme apoyo al nacionalismo escocés, fue el primer actor que interpretó para la gran pantalla al famoso espía 007 del servicio británico MI6, creado por el escritor Ian Fleming en 1953. El actor lo encarnó en siete películas, entre ellas las cinco primeras: Agente 007 contra el Dr. No (1962), Desde Rusia con amor (1963), Goldfinger (1964), Operación Trueno (1965) y Solo se vive dos veces (1967).
El James Bond de Connery era más violento y peligroso que el personaje sofisticado y de modales exquisitos de las novelas de Fleming, aunque no por ello menos elegante, y se ganó desde el primer largometraje, gracias a su carisma, el favor de una legión de seguidores, que se sintieron decepcionados cuando el actor se cansó de la saga y fue reemplazado por un desconocido George Lazenby para la sexta película de la serie, 007 al servicio de su majestad, en 1969. Connery regresó para interpretar el papel de nuevo para la siguiente entrega, Diamantes para la eternidad, con la condición de recibir un millón de dólares de adelanto y un 12 % de las ganancias de la película. Después tomó las riendas del personaje Roger Moore durante una década y media. Connery solo volvió a hacer de James Bond una vez más en 1983, en la película Nunca digas nunca jamás, donde interpretó una versión crepuscular del personaje. Como escribió el crítico Jesús Palacios con motivo del 50.º aniversario de la primera película de James Bond, "Sean Connery resultó el 007 perfecto", con una vida independiente de las novelas de Fleming. Y eterna. Además, con esta serie de películas "nació el cine de acción moderno".
A pesar de su fama como 007, Connery no se vio encasillado por este papel, como ha ocurrido con otros actores atados durante mucho tiempo a un personaje célebre. Su carrera fue mucho más allá y siempre buscó papeles de mayor hondura dramática, demostrando que lo suyo no era solo carisma y virilidad, sino también un gran talento interpretativo. Es el caso de su trabajo en Marnie, la ladrona (1964), de Alfred Hitchcock, donde interpretó a un hombre viudo obsesionado con una mujer cleptómana; su interpretación de un poeta frustrado en Sublime locura (1966), dirigida por Irvin Kershner; o su primer papel tras su “era James Bond”: el de un detective londinense que mata a un sospechoso de una paliza en La ofensa (1972), una de las cinco películas que rodó a las órdenes de Sidney Lumet. Entre las otras cuatro destaca también Asesinato en el Orient Express (1974), basada en la novela homónima de Agatha Christie, protagonizada por el detective Hércules Poirot y publicada 40 años antes.
Connery interpretó otros papeles destacables en la década de los 70. Junto a Michael Caine protagonizó El hombre que pudo reinar (John Huston, 1974), donde interpretó a un soldado británico destacado en la India que se convierte por accidente en líder de un pueblo indígena y acaba emborrachado de poder; y en 1976 interpretó a Robin Hood en Robin y Marian (Richard Lester), una de las encarnaciones cinematográficas del legendario personaje más recordadas, en la que compartió protagonismo con Audrey Hepburn.
Por aquella época vivió durante un tiempo en Marbella junto a su segunda esposa, Micheline Roquebrune, en parte por el clima, por motivos fiscales y por la gran cantidad de campos de golf —su otra gran pasión— de la Costa del Sol. Precisamente, a Roquebrune la conoció durante un torneo en Marruecos en 1970.
En la siguiente década comenzó una nueva etapa en la carrera de Connery como uno de los actores maduros más cotizados de Hollywood. Dos de los mayores hitos de su carrera ocurrieron en la década de los 80, en años consecutivos. Su trabajo El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986), la adaptación a la gran pantalla de la famosa novela de Umberto Eco, fue merecedor del premio al mejor actor de la Academia Británica, y un año más tarde obtuvo el Óscar a mejor actor de reparto por Los intocables de Elliot Ness (Brian de Palma, 1987), antes de ponerse a las órdenes de Spielberg para interpretar al excéntrico padre de Indiana Jones en La última cruzada (1989), a pesar de ser solo 12 años mayor que Harrison Ford.
Comenzó la década de 1990 con La caza del Octubre Rojo y La Roca (Michael Bay, 1996) fue una de sus últimas películas de acción memorables. Poco a poco se fue retirando de la interpretación, por ejemplo, poniéndole voz a un dragón hecho por ordenador en Dragonheart (Rob Cohen, 1996) y, como nunca tuvo reparos en participar en películas de dudosa calidad si le pagaban bien, echó el cierre a su carrera de actor en 2003 con La liga de los hombres extraordinarios (Stephen Norrington), basada en una serie de cómics sobre un grupo de superhéroes de la época victoriana. Después se jubiló y, como recuerda The New York Times, nunca quiso volver a actuar, no tanto por su avanzada edad como "por los idiotas que hacen ahora las películas de Hollywood".