Son muchos los momentos de El desafío: ETA, serie documental de ocho capítulos de una hora cada uno, que permanecen grabados en la memoria. Las lágrimas de una mujer recordando cómo después del asesinato de su marido guardia civil escuchó a un vecino aclamar “por fin ha caído uno aquí”. Para evitar el estigma en tierra hostil, decía que se había quedado viuda por culpa de un accidente de coche. O la masacre de Hipercor en Barcelona, que mató a 21 personas en junio de 1987. Vemos cómo un treintañero, huérfano de esa matanza, recuerda entre lágrimas su sentido se culpabilidad porque el día del funeral de sus padres, como buen niño, solo pensaba en ir a jugar a fútbol con sus amigos.
Quizá lo más terrorífico son los 22 niños que asesinaron los etarras, casi siempre de manera intencionada para provocar el mayor daño posible, como en las masacres de los cuarteles de Zaragoza (1987) y Vic (1991). El nudo en la garganta se convierte en inevitable llanto cuando llegan las 48 horas que Miguel Angel Blanco pasó secuestrado por ETA hasta que fue eliminado. La periodista Charo Zarzalejos recuerda que el detalle que más la impresionó de la autopsia fue que el desdichado concejal lloró tanto antes de ser asesinado a sangre fría que el ácido de las lágrimas desfiguró su rostro.
“Cuando tratas una temática tan sensible”, dice Stuven, “hay algo que es universal como el dolor. Ese dolor trasciende el tiempo y va mucho más allá de la política. En el documental vemos a mucha gente que nunca había hablado, ni siquiera en su entorno más cercano. Esta es una historia de dolor y de terror pero también de amor”. Las víctimas cobran rostro y forma humana en este documental en el que conocemos el sufrimiento de los familiares de muchas de esas 829 personas que asesinó la banda terrorista, porque esta es una historia que se acaba de oficialmente en 2011 cuando ETA cesó de manera “definitiva” su actividad violenta pero que se prolonga hasta nuestros días a través de un duelo y la inevitable rabia de sus seres queridos. Ahí están víctimas olvidadas por el terror como los hijos de Juan Miguel Gervilla, un guardia urbano de Barcelona que murió tiroteado cuando descubrió un coche cargado de explosivos.
“Una de las premisas que tuvimos”, cuenta Stuven, “fue que no utilizaríamos la voz en off para que cuenten la historia quienes estuvieron allí. Queremos que las personas que lo vivieron en primera persona lo narren con su punto de vista, desde los presidentes del gobierno encargados de la lucha contra los terroristas hasta las víctimas o algunos de los propios ex miembros de la banda”.
El punto de partida de la serie es el libro Historia de un desafío, cinco décadas de lucha sin cuartel de la Guardia Civil contra ETA, escrito por los guardias civiles Manuel Sánchez Corbí y Manuela Simón. Las peripecias del cuerpo armado para luchar contra el terror dejan todo tipo de estampas, desde momentos a lo James Bond -como el arrojo de los infiltrados- a golpes de suerte como la imprudencia de Santi “Potros”, que fue arrestado con papeles en los que detallaba los nombres y las direcciones clandestinas de los miembros de ETA, o éxitos duramente labrados como la localización de José Antonio Ortega Lara.
El gran cambio llega, cuando, como dice el director, “la policía francesa comienza a colaborar con la española y el país deja de convertirse en un refugio para los terroristas”. Surgen nuevos personajes fundamentales de la lucha contra el terror como la valiente jueza Laurence Le Vert, que después de sufrir un intento de asesinato por parte de ETA aún se vuelve más firme en su resolución de “aplastarlos como una mosca”. La primera víctima de nacionalidad francesa fue también la última de la banda, el policía Jean Serge-Nérin, cuyo hijo veinteañero rememora en el documental un dolor incomprensible que vemos una y otra vez a lo largo de los ocho capítulos, del coraje de Irene Villa al rostro descompuesto de Gemma Nierga cuando rememora la cruel muerte de Ernest Lluch.
El silencio ¿cómplice? de la sociedad vasca mientras ETA asesinaba y mutilaba a destajo se erige en uno de los grandes temas del documental. “Hay cosas que me impresionaron muchísimo como que las mujeres de los guardias civiles no podían tender el uniforme a la vista porque se convertían en objetivos. Algunos entierros eran tan peligrosos que se celebraban de noche”, explica Stuven. “Gran parte de la sociedad prefiere no mirar hasta que el asesinato de Miguel Angel Blanco significa un punto de inflexión. A partir de ese momento muchos vascos le dieron la espalda a ETA y salen a la calle para demostrarlo”.
Momentos como ese en el que una simpatizante de los etarras dice que las protestas masivas que provocó el crimen del concejal de Ermua fueron “antivascas” provocan un escalofrío. Cuenta Stuven que quería “que se escucharan todos los puntos de vista para que el espectador tuviera todos los prismas”. No faltan algunos testimonios difíciles de escuchar por parte de la izquierda abertzale como el del abogado defensor de los etarras o el del ex diputado de HB Angel Alcalde, quien se niega a “decir una sola palabra contra la organización” y llama a los asesinatos “ejecuciones, según se mire” como si fuera un problema semántico.
“Afrontas esas entrevistas de la mejor manera posible”, dice Stuven, “porque como director tengo que procurar que cada uno cuente su historia. No me quiero meter en política pero sí hay una conclusión clara y es que la violencia nunca puede ser un medio para conseguir fines políticos. Al final lo que queda es el dolor de las víctimas y el resto es silencio, como digo al final del documental. No creo que haya saturación de proyectos sobre ETA porque es muy importante mantener viva la memoria, muchos jóvenes ni siquiera saben quién era Miguel Angel Blanco. Si no queremos que se vuelve a repetir algo semejantes debemos contar esta historia”.
La derrota de ETA es una historia de éxito de la democracia española en la que no faltan algunas sombras. La más ignominiosa, como es sabido, es la de los GAL, grupo armado ilegal organizado desde las estructuras del Estado que asesinó a 27 personas durante los “años de plomo” del terrorismo. “Una de las premisas de la que partimos fue que no tendríamos censuras y hay temas que tienen que salir como Lasa y Zabala o las torturas en Intxaurrondo”, dice Stuven. Sin duda, no todo se hizo bien y algunas cosas se hicieron incluso muy mal, pero como recuerda Sánchez Corbí, héroe en muchos de los grandes éxitos contra ETA, que los buenos no fueran perfectos no hace menos malos a los malos.