En las leyendas germánicas, las ninfas son seres acuáticos con forma semihumana y el cuerpo cubierto de escamas. Una especie de sirenas pero sin cola que habitan en ríos y manantiales. Una de las más famosas es Ondina, una ninfa que logró convertirse en humana durante un tiempo, se enamoró y se casó, hasta que después de dar a luz se convirtió en fea y vieja. Entonces, su marido, la engaña con otra y la ninfa, en venganza, lo condena a una muerte segura y cruel: si cae dormido, morirá. Hay incluso una extraña enfermedad, llamada la “maldición de Ondina” que consiste en un defecto neurológico por el cual el cerebro se “olvida” de que necesitamos respirar para seguir vivos mientras dormimos. En algunos casos, puede causar la muerte.

Una leyenda oscura que el cineasta alemán Christian Petzold (Renania, 1960) lleva a la vida en esta Ondina en la que la historia adquiere un tono feminista ya que el mito deja de ser la terrible vengadora del cuento como una víctima de la maldad de los varones. No es difícil adivinar la metáfora de la historia, la de la crueldad del paso del tiempo en las mujeres y la irremediable pérdida de la belleza y la lozanía de la juventud. “Quería enfocar la historia desde una perspectiva femenina”, ha dicho Petzold, “en la versión de Ingeborg BachmannOndina se va, la maldición es que los hombres nunca son fieles porque solo se aman a sí mismos. Siempre me gustó esa frase que Ondina le dice a los criados en un libro de Peter von Mattenson Liebesverrat, Traición romántica: los desleales en la literatura, eso de “lloré hasta matarle”.

De esta manera, la Ondina que interpreta Paula Beer es un ser lleno de luz que solo oscurece ante la inconsistencia de los hombres. Al poseer una capacidad arrolladora para amar, es cuestión de tiempo que tarde o temprano choque contra la maldad y la mezquindad humana aunque la película da un quiebro romántico. Porque Petzel quiere convertir una historia que a priori podría parecer que alberga un sesgo machista con esa Ondina vengativa en todo lo contrario, Ondina puede llegar a matar pero es casi un acto de justicia poética contra unos hombres que, como dice el director: “durante milenios han sacado a una mujer pura, inocente, del agua para devolverla al mismo río cuando encuentran a una mujer real, a una madre. Lo terrible del mito de Ondina es que ella solo tiene entidad a través del deseo de los hombres”.

Y hay, en esta película, un hombre malo que la deja plantada en la primera secuencia pero también un hombre bueno, Christoph (Franz Rogowski), buzo para más señas, que cae bajo un hechizo oscurecido por la traición que logra redimir. Todo esto quizá suena demasiado complicado para una película mucho más sencilla en su trama pero el propio Petzold dice que “es una película de amor política”.

El cine de Petzold, autor de películas célebres como Barbara (2014) o Phoenix (2016), está muy marcado por esas mujeres misteriosas y alteradas en  lo más profundo por el amor. Ondina se parece un poco a la recién rescatada Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013), en la que Scarlett Johansson interpreta a una extraterrestre horrorizada y conmovida por la brutalidad y la belleza de la vida.

Confieso que el tono de Petzold, un director que fuerza sus tramas y sus personajes hasta el extremo para crear atmósferas con densidad moral, a veces me abruma y me resulta un poco pretencioso. Ondina posee la belleza de lo enigmático y por momentos nos violenta con una metáfora perturbadora pero no queda muy claro si el director ha forzado la ambigüedad del mito, más aterradora, por motivos políticos perdiendo por el camino parte de la profundidad subyacente de la historia.

@juansarda