Con una nutrida filmografía a sus espaldas como documentalista, Hernán Zin (Buenos Aires, 1971) ha retratado los grandes conflictos del mundo en películas como Nacido en Gaza (2014), sobre el conflicto de Oriente Medio, o Nacido en Siria (2017), en la que aborda la crisis de refugiados. Hace poco, en Morir para contar (2018) veíamos un retrato de los reporteros de guerra. Ahora, Zin regresa a los cines con una película de rabiosa actualidad, 2020, en la que refleja los momentos más duros de la pandemia la pasada primavera, cuando morían por miles mientras los españoles nos confinábamos en nuestras casas. Armado con una cámara y la Constitución Española, cuyo artículo número 20 garantiza el derecho a “la libertad de información”, Zin se lanzó a las calles madrileñas para reflejar una situación insólita desde los lugares más emblemáticos: los hospitales desbordados, las residencias de ancianos contando los muertos por decenas, los servicios funerarios trabajando contrarreloj, el hospital de campaña instalado en IFEMA o las familias angustiadas por la falta de noticias de sus allegados enfermos. Todo ello, contrasta con la imagen espectral de las calles vacías de la ciudad. El resultado es un documento único que nos permite conocer de cerca el ojo del huracán de una tragedia que ha dejado en nuestro país más de 60 mil muertos, decenas de miles de afectados y la paralización casi absoluta de la actividad económica.

Pregunta. ¿En qué momento se dio cuenta de que la pandemia iba a ser una tragedia de proporciones colosales?

Respuesta. Yo vengo de haber cubierto el ébola en el Congo, en Somalia en 2011 hubo una crisis del cólera que mató a 200 mil personas en un mes. Al principio pensaba que era la típica sobreactuación occidental. Yo estaba con mi caravana en Tarifa frente al mar y me llegaban las noticias de la gente arrasando el papel higiénico en los supermercados y me parecía exagerado. Después me vine a Madrid y vi que la cosa era muy seria. Comencé a plantar mi cámara delante de muchos hospitales, me echaron de todos hasta que logré entrar en una UCI. Allí pude filmar todos esos cuerpos hinchados, la gente muriéndose ahogada en cuestión de horas. Comprendí la seriedad, armé un equipo de primer nivel, éramos doce, y la idea era cubrirlo desde todos los frentes. 20 días de UCI, 30 de ambulancia, cinco controles policiales, en la morgue estuvimos un montón. Comprendí en esa UCI que era un hecho histórico. Allí nos pusimos con todo. No estuve en mi casa durante el confinamiento. Llegaba, dormía y al día siguiente cogía la cámara.

P. ¿Cómo surge esa fuerza para ponerse a rodar mientras todo el país estaba confinado?

R. Es un documento único. Soy el único cineasta que ha podido estar dentro de la ambulancia y de las UCI. Sentí que había que contarlo. Llegaba a casa y solo veía cifras en la tele y los periódicos. Mil muertos al día no significa nada, tengo que ponerles nombre, contexto, familiares… Yo he estado en muchas guerras y en Gaza ponen una bomba y mueren veinte o en Afganistán hay un atentado y mueren treinta. En ninguna guerra hay tantos muertos. Quería humanizar esa cifra para que podamos hacer un luto. Ayudé a que hagamos una digestión y un luto. Los políticos por la televisión no hacían más que pelearse. No hicieron un minuto de silencio hasta tres meses más tarde. En mi película hay un minuto de silencio. El montador me decía que el público se iba aburrir, pues que se aburra. Se murieron seis mil ancianos en Madrid sin un adiós. La mayoría era gente currante. La gente que levantó este país.

P. ¿Dónde estaba el límite de lo que quería mostrar?

R. Conseguimos imágenes dentro de residencias pero no quise ponerlas. Yo he ido evolucionado desde periodista a cineasta. Hay trabajos más viejos como La guerra contra las mujeres (2015) que son más periodísticos y aquí quería una mirada más desapegada. La imagen de ese hombre, Julio, esperando a ver a esa madre que nunca llega lo dice todo. Desde que decidí dejar el periodismo para dedicarme al cine documental mi mirada ha ido evolucionado. Ese hombre que va y viene a la residencia, su angustia, lo dice todo. Soy explícito pero minimalista. Hace diez años era más periodista o más rockero y aquí busco una cierta mirada artística. Como decía Hemingway, si la verdad está solo hace falta que muestres la punta del iceberg. Y eso es lo que muestra 2020. Se trata de mostrar lo que nadie ha mostrado pero también con una contención y una distancia. A medida que la película evoluciona estamos más cerca de los personajes.

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P. ¿Por qué hemos visto tan pocas imágenes de los hospitales donde se desarrollaba el verdadero drama del coronavirus?

R. Ese ha sido el gran error de los políticos. Y no ha pasado solo en España. Hubo un consenso común de que no entrara la prensa. Eso se justificaba con el miedo a que nos contagiáramos pero tampoco querían crear pánico. 2020 podría ser una campaña de la DGT donde vemos un accidente de tráfico. Yo quería sacarlo en julio para evitar la segunda ola. Los últimos días de ambulancia, en mayo, veíamos a los chavales de botellón. Me daba cuenta de que la gente no estaba comprendiendo lo que estaba pasando. Hay un doble filo porque si no muestras la gente no se lo toma en serio, sobre todo los jóvenes. Si lo muestras te pueden criticar pero ha habido un error de comunicación muy grande.

P. ¿No tenía miedo a contagiarse?

R. Tenía muchísimo miedo. Soy asmático. La mente te juega en contra, cada dos por tres tenía la sensación de que lo había pillado porque no podía respirar o porque no sentía el sabor. Me daba mucho miedo. Pero al mismo tiempo es como estar en Somalia, Afganistán o Gaza. Ves la historia allí y nadie la cuenta. Eso también me pone.

P. ¿Cómo se retrata una tragedia tan brutal y al mismo tiempo tan silenciosa, tan poco aparatosa en lo formal?

R. Yo decía que era como un tsunami en cámara lenta. La ciudad vacía, el sonido de los pájaros y nadie hablaba porque todos estaban con respirador. Yo he visto muchas catástrofes pero ninguna así. Yo he ido a huracanes en Nicaragua, he cubierto terremotos, y todo es ruido y furia. Todo es Faulkner. Aquí era peor pero en cámara lenta y en silencio. Era una experiencia apocalíptica. Solo, no hay nadie en la calle y todo está en silencio. Es una muerte silenciosa en slow motion. Fue una experiencia muy perturbadora. Cada día de rodaje me generaba mucha ansiedad. Sentía que no llegaba donde quería llegar y que al mismo tiempo era muy extraño todo. No son los parámetros normales de un conflicto, no había sonido, eso te genera inquietud.

P. ¿Por qué apenas habla de la parte política y de gestión de la pandemia?

R. El equipo me decía que grabáramos los aplausos en los hospitales y no quise porque ya salían todos los días en los telediarios. Yo quería mostrar lo que no se vio. Tampoco quería que saliera ni Pedro Sánchez ni Fernando Simón. Ya habrá buenas investigaciones sobre lo que pasó esos meses en el poder. Yo hace años aprendí cuando salía con mi cámara en la guerra de Camboya, con 22 años, estaban los de AP o Reuters, que eran 25 y tenían contactos con el ministro. ¿Qué puedo hacer yo? Mi pequeña aportación como cineasta reportero es la parte emocional. ¿Que parece poco? Es lo más potente porque trasciende fronteras. Cuando ves las cifras de muertos no cuentan nada, yo quiero ponerle cara y ojos a esas víctimas. En 2020 quiero hacer lo mismo, humanizar a las víctimas.

P. ¿Qué aprendió durante este rodaje?

R. Tú ves la secuencia en la que rescata a la abuela. Cuando el nieto le da un masaje entiendes que esa mujer hubiera muerto en la residencia como murieron todos sus amigos. Ya solo ese momento te lo cuento todo. Ese niño hubiera sufrido mucho si hubiera muerto la abuela. La lectura más importante es que los golpes de la vida como decía César Vallejo son los que más te enseñan. Esto ha sido un golpe muy duro. Hemos aprendido que podemos vivir consumiendo menos. Que si seguimos destruyendo la naturaleza seguirán apareciendo pandemias. Esta pandemia nos deja lecciones de vida importantísimas. Como cuando Julio, ese hombre que supera la enfermedad después de meses en la UCI, dice que lo único que quiere es vivir y abrazar a los suyos.

P. ¿Saldremos mejores, por tanto?

R. Puedo hablar de mí mismo, antes tenía un consumismo tremendo y ahora me he acostumbrado a ver la tarjeta de crédito a cero. O me iba a Londres o a Los Ángeles para ver a los de Netflix. ¿Para qué voy a comprar más ropa si la que tengo ya me viene bien? ¿Para qué? He aprendido muchas cosas. Yo he llegado a coger ochenta vuelos en un año. Antes compraba por comprar. Me aburría y me iba de tiendas. Son hábitos, estábamos en una rueda y no éramos conscientes. No hace falta vivir compulsivamente como antes.

P. ¿Quería reflejar que ha sido una enfermedad que ha afectado mucho más a los menos favorecidos económicamente?

R. Fui al Hospital 12 de octubre porque cubre toda la zona más pobre de Madrid y es allí donde más ha golpeado. He tenido que dejar fuera mil historias. Había una mujer que se infectó y vivían catorce en un piso. La tenían encerrada en una habitación, eran todos ecuatorianos, tenían que pasarle la comida. Angie, la chica embarazada, de Vallecas, es cajera del supermercado. Si viven quince en un piso, ¿cómo te escapas cuando tienes a quince viviendo en un piso? Mira Trump, lo metieron con quince médicos y salió a los dos días hecho una rosa. Es una enfermedad que se ha cebado mucho con la gente pobre y va a dejar una resaca de crisis económica que va a ser muy dura.

P. ¿En este documental prefería buscar más la emoción y contundencia del momento que la perfección formal?

R. Hay dos tipos de documentales dentro de lo que hago. Documentales como Morir para contar (2018), que estuve cinco años y lo hice con mucho mimo, con mucho cuidado. Ganó en Montreal, ganó la Seminci… Era un trabajo muy personal. Y hay documentales como Nacido en Gaza (2014), que lo he hecho en un mes. La música me parece grandilocuente y algunos planos no me gustan pero tiene una verdad que todavía la gente me escribe para hablarme sobre él. Dejas tu ego de lado y renuncias al plano maravilloso porque estás buscando esa autenticidad. Mis películas son muy imperfectas y estoy de acuerdo pero lo que yo quiero es que la gente lo vea ya y salga emocionada.

P. ¿Cómo fue ese rodaje “pirata” de una ciudad vacía y confinada?

R. Tengo una anécdota muy graciosa. Segundo día que salgo a rodar. Yo soy medio italiano y medio argentino, no acepto un no por respuesta, le echo mucho morro, paso fronteras en Africa con una foto firmada de Messi. Me paré en medio de la Gran Vía con la cámara y me puse a grabar. No había un solo periodista. Para uno y me dice que no puedo estar allí porque la gente lo ve y da mal ejemplo. Y me dice, en dos semanas cuando todo pase, viene, rueda y saca los coches con efectos especiales. Por supuesto, al día siguiente volví y rodé.

@juansarda