A Josep Bartolí (Barcelona, 1910-Nueva York, 1995), reconocido caricaturista de prensa durante la II República y militante del Partido Comunista, no le quedó otra opción que abandonar las armas y retomar el lápiz cuando cruzó la frontera de Francia acompañado por otros 400.000 derrotados en la Guerra Civil en 1939. En ese momento, su vida entraba definitivamente en terreno novelesco, siendo un ejemplo de esas existencias imprevisibles e inevitablemente zarandeadas por el convulso siglo XX.
En dos años pasó por siete campos de concentración franceses, donde sufrió hambre y enfermedades como el tifus y el desprecio y la crueldad de la mayoría de gendarmes que los custodiaban, aunque la ayuda de uno de estos funcionarios le permitió finalmente escapar. Se refugió en París, donde trabajó como diseñador de escenarios en el Moulin Rouge, pero los nazis lo volvieron a capturar tras la ocupación. Evitó una muerte segura al saltar del tren que lo trasladaba a Dachau y, milagrosamente, consiguió llegar a México donde se sumó a los 20.000 exiliados españoles protegidos por el presidente Lázaro Cárdenas.
En México DF se relacionaría con la comunidad artística de la ciudad, manteniendo una ardiente relación con Frida Kalho –que no contó, en este caso, con la aprobación de su marido, el pintor Diego Ribera–, cuya influencia provocaría que Bartolí empezara a trabajar con el color. Después, en 1955, se instalaría en Nueva York, donde pasaría a formar parte del grupo 10th Street junto a Pollock, Rothko o De Kooning y se convertiría en un famoso figurinista de Hollywood. Volvió una vez a España, en 1977, pero la muerte le asaltó finalmente en la Gran Manzana, en 1995. Tenía 85 años, pero había vivido más que cualquiera de sus contemporáneos.
“Descubrí los dibujos de Bartolí gracias a La retirada, el libro de 2009 que le dedicó su sobrino Georges Bartolí”, comenta el dibujante francés Aurel (Ardèche, 1980), que estrena el 4 de diciembre la película de animación Josep. “Estaba en una feria de literatura al sur de Francia y la portada me llamó poderosamente la atención: era una caricatura de una fuerza inusitada que Bartolí había hecho de un republicano. En el interior del libro me encontré con más dibujos, todos muy potentes y elegantes. La manera de trazar de Bartolí es a la vez colérica y controlada, implica un punto de vista sin llegar a la caricatura, en cada línea se ve lo que piensa. De manera que me di cuenta de que Bartolí me permitía abordar dos temas que me apasionan: el relato de la Guerra Civil y el dibujo”.
Josep es la primera película que dirige Aurel, cuyas viñetas se imprimen desde hace años en el diario Le Monde y en el semanario Politics, y se ha convertido en un inesperado éxito en Francia, donde acumulaba 100.000 espectadores en apenas dos semanas cuando los cines volvieron a cerrarse. El guion, firmado por Jean-Louis Milesi –colaborador de Robert Guédiguian–, se centra en la peripecia de Bartolí en los campos de concentración franceses, aunque también saltamos a sus días en México, a su estudio de Nueva York o al presente.
Una historia francesa
“He hecho lo que se me da bien: dibujar, pero sin movimiento, como hacía también Josep Bartolí”. Aurel
“Cuando decidí hacer la película, la verdad es que no sabía por dónde empezar”, asegura Aurel, que recibió el premio al mejor director en la pasada Seminci y que pugnará por el galardón a la mejor película de animación en los Premios del Cine Europeo. “Milesi me dio dos motivos para que la película se centrara en los campos de concentración, que quizá no sea la parte más romántica de la historia de Bartolí. Por un lado, y al ser una película de animación era algo trascendental, yo me había interesado en este personaje por los dibujos que realizó en aquella época. Por otro lado, como franceses contando una historia importante del pueblo español, necesitábamos legitimidad y esta parte de su historia también nos apelaba, al desarrollarse dentro de nuestras fronteras”.
Por esa búsqueda, Aurel y Milesi decidieron crear el personaje de un gendarme francés –inspirado en varias personas que ayudaron a Bartolí–, que desde el presente le cuenta sus recuerdos a su nieto. Esto le permitió al director crear distintos estilos visuales y de animación. “La parte contemporánea quería que fuera lo más clásica posible en términos de animación y que diera cierto descanso al espectador”, explica el director. “La parte memorial, la que transcurre en los campos, al final ha sido más experimental de lo que había pensado. En un momento bastante avanzado de la producción me di cuenta de que manejar un proyecto tan grande con una herramienta como la animación, que no conocía bien, me impedía manejar la emoción en el relato. Entonces decidí volver a lo que se me da bien: dibujar, pero sin movimiento, como hacía también Josep. Así, pasé a hacer cine con dibujos gracias al sonido, y todo se desbloqueó para mí. Además, creo que de esta manera el filme es más fiel al estilo de nuestro protagonista”.
Aunque se trata de una coproducción francoespañola, Josep se ha manufacturado casi al completo en Francia, con un presupuesto de 3 millones de euros (“casi la mitad de lo que se considera normal en una producción de animación”, sugiere Aurel) y un equipo de unas 100 personas. Tan solo la música, firmada por Silvia Pérez Cruz –que presta su voz a Frida Kalho, mientras que Sergi López dobla al protagonista– se grabó en Barcelona. “Quería utilizar para la película el Pequeño vals vienés, la versión del Take This Waltz de Leonard Cohen que incluyó Silvia en su disco granada, una mezcla de modernidad y memoria que concuerda bastante con el estilo visual que quería para la película. Pero me convenció de que era mejor componer algo original para la banda sonora y me fie de ella”.