“La mentira es solo otra forma de contar la verdad”. Con esta cita del libro rojo del escritor y filósofo Paravadin Kanvar Kharjappali se abre la primera película de Nuria Giménez Lorang (Barcelona, 1976), un experimento único que ha seducido a los espectadores de todos los festivales en los que se ha proyectado, que no han sido pocos. No en vano, el filme se llevó los premios a mejor película, dirección y guión de la sección cine español del Festival de Gijón en 2019, el Premio del Público en el D’A Film Festival (en una edición online en la que el boca oreja en las redes sociales le funcionó de maravilla, convirtiéndose en la obra más visionada de un certamen que pasó de 21.000 espectadores en 2019 a 221.000 visionados en Filmin en 2020) y el Premio Found Footage en el Festival de Rotterdam.

Y es que My Mexican Bretzel –sugerente y enigmático título– se construye a partir de decenas de latas de celuloide que la directora encontró hace unos años de manera inesperada. Según la película, se trataría del material que durante años, de la década de los 40 a la de los 60, grabó con una cámara doméstica León Barret, piloto del ejército suizo que se vio obligado a retirarse tras un accidente y que acabó convertido en un adinerado empresario gracias a la distribución de un medicamento llamado Lovedyn. El protagonismo recae, sin embargo, en la mujer de Barret, Vivian, ya que la narrativa del filme se construye a partir de fragmentos de su diario íntimo.

Una vida de ensueño

Vivian y Leon son protagonistas de una vida de ensueño, en la que parece que solo hay cabida para los viajes en primera clase y los hoteles de lujo. Viven ensimismados en su mundo de privilegios, pero también marcados por la imposibilidad de ella para tener hijos y por la incapacidad de él para asimilar la idea de que nunca volverá a pilotar un avión. A lo largo de los años, la relación pasa por altibajos y aparecen las infidelidades, ocupando un lugar principal en la trama la de Vivian con un hombre mexicano, que marcará su vida e introducirá el filme en el terreno del melodrama arrebatado, en el que la pasión y los sentimientos desbordan la pantalla.

De hecho, podríamos decir que nos encontramos ante el filme que mejor ha homenajeado a Douglas Sirk este año, pero lo curioso es que My Mexican Bretzel alcanza la emoción desde estrategias diametralmente opuestas a las del autor de Imitación a la vida (1959). Si Sirk se apoyaba en la música, la puesta en escena y la actuación de los actores para implicar al espectador, nada de eso encontramos en la película de Nuria Giménez Lorang. Estamos ante un filme muy original en el que prima el silencio. Un silencio que solo se rompe en momentos puntuales con ciertos efectos de sonido o música electrónica que construyen una enigmática atmósfera, más que subrayar lo que debemos sentir en cada momento.

Los fragmentos del diario de Vivian aparecen impresos en pantalla a modo de subtítulos comunes, pero no hay voz en off que los recite o intérprete. De manera que durante largos minutos My Mexican Bretzel parece una película muda. Esta arriesgada decisión, lejos de impedir la conexión con la historia que se narra, provoca que las palabras de Vivian reverberen en el espectador a un nivel más íntimo y que la personalidad de la protagonista resulte vívida y magnética. Curioso que algo a priori tan poco cinematográfico funcione de una manera tan eficaz, como demuestra la gran aceptación de la película por el público.

Vivian es una mujer inteligente y perspicaz, aunque carece de ambiciones, quizá porque pensaba que su papel en la vida era ser madre. No es ninguna belleza, pero tiene encanto y estilo, y una sana curiosidad. El éxito de su marido le permite llevar un tren de vida muy elevado, al tiempo que recoge en un diario sus impresiones sobre la pareja, el amor, la pasión, los celos…

Lucha contra la soledad

El descubrimiento del libro del pensador y filósofo Kharjappali afila sus ideas. Esto escribe sobre la obsesión de su marido por capturar con la cámara cada momento de sus viajes: “Filmar es una de las mejores formas de autoengañarse que existen. También es una lucha encarnizada contra la soledad. Y un bello modo de desaparecer y convertirse en animal o en Dios. Si filmas, no tienes que vivir. Ni tampoco que dar explicaciones”. Es, sin duda, la sutil agudeza de Vivian la que nos atrapa durante el metraje de My Mexican Bretzel.

A su lado, León es una especie de atractivo galán, pero egocéntrico y caprichoso, siempre atento a satisfacer sus propios caprichos antes que los de su mujer. Lo que quizá sí era León es un magnífico operador de cámara, un talento natural. Las imágenes con las que se construye la película, que pasaron décadas olvidadas, no solo tienen un incalculable valor documental, sino que se percibe algo indispensable detrás: una mirada. El filme por momentos es una película de viajes con localizaciones en París, Nueva York, Barcelona, Mallorca, Londres, la Bretaña Francesa, la Polinesia... Sabiamente montada, la realizadora sabe encontrar entre el vasto material el plano adecuado para acompañar las ideas de Vivian, permitiendo que la abstracción y la poesía hagan acto de presencia.

My Mexican Bretzel (recuerden: “la mentira es solo otra forma de contar la verdad”) es la ficción más poderosa que ha surgido de España este año. Un filme extraordinario, extrañamente entretenido, construido a la inversa por una directora novel que demuestra poseer una intuición única y no temer al riesgo. Además, consigue que nos cuestionemos cuál es la verdad que esconde una imagen. O, más bien, qué es en realidad el cine.

@JavierYusteTosi