Martin Eden, la nueva película de Pietro Marcello (Caserta,1976), adapta la novela homónima y autobiográfica del escritor Jack London. Publicada por entregas entre 1908 y 1909, cuenta la historia de un marinero analfabeto que se enamora de una joven de la alta burguesía y comienza a soñar con ser escritor para salvar las barreras de clase que impiden que puedan estar juntos. Eden se convierte en un enérgico autodidacta, priorizando esta actividad por encima de cualquier otra, al tiempo que vagabundea por el mundo. A fuerza de constancia, y después de sufrir el rechazo de los editores durante años, acaba consiguiendo el éxito, pero para entonces es demasiado tarde: su relación con la joven, durante un tiempo correspondido, ha sucumbido ante las dudas y la presión familiar. Finalmente, el rencor hacía la falsedad de una burguesía que siempre le menospreció acaba por consumir al protagonista, entregado al cinismo, la misantropía y la autodestrucción.

En definitiva, nos encontramos ante una historia clásica de auge y caída cuyos principales ganchos narrativos han sido respetados en la adaptación cinematográfica. Por lo demás, Pietro Marcello convierte el relato en una experiencia audiovisual vibrante y vanguardista a través de una original puesta en escena que no evita que la película se disfrute también desde un romanticismo que conecta con el cine más clásico.

Para empezar, el director cambia el escenario. Del Oakland de London pasamos a Nápoles y, si bien nos encontramos con un diseño de producción de época, que remite a la primera mitad del XX, es complicado datar la fecha en la que todo transcurre. Hay elementos anacrónicos (peinados, trenes, magnetófonos, máquinas de escribir…), y, por momentos, a medida que la historia avanza, parece que el siglo XX retrocede, sin que asome ninguno de sus grandes acontecimientos. Sí aparecen en pantalla temas fundamentales de su desarrollo, como la lucha de clases, el enfrentamiento entre individuo y sociedad, el surgimiento del comunismo y el sindicalismo o el nacimiento de la cultura de masas…

Territorio simbólico

En definitiva, parece que la película se desarrolla en un territorio simbólico, en una amalgama de tiempos que se superponen y apelan también al espectador actual. No en vano, la mayoría de estos temas perviven en la actualidad, en especial en la Italia post Matteo Salvini.

Siendo vanguardista, el filme también se disfruta desde un romanticismo que conecta con el cine clásico

Si la narrativa es clara y siempre avanza hacia adelante, convertida en el aspecto más convencional del filme, Pietro Marcello –reputado documentalista, con trabajos como La bocca del lupo (2009), para el que Martin Eden supone su segundo filme de ficción tras Bella y perdida (2015)– se permite insertar en distintos momentos imágenes de archivo, siempre con tonos azulados. A veces, el director nos muestra simplemente rostros y presencias de otras épocas, como ocurre con el metraje rodado por el anarquista Errico Malatesta en los años 20 que abre el filme o con algunos recursos procedentes de su trabajo en la no ficción, aumentando la sensación de veracidad del conjunto. En otras ocasiones, encontramos imágenes extemporáneas que disparan la carga poética. Es lo que ocurre con un inserto recurrente en el que aparece una pareja de sonrientes niños que bailan en la calle algo parecido a un twist mientras suena una magnética música electrónica que parece que va a romper en Italo disco. Bien podría tratarse de una escenificación de los sentimientos del protagonista o, tal vez, de una metáfora sobre el ruido y la furia del siglo XX. O quizá sean simplemente sueños o recuerdos, como bien podríamos pensar del episodio de los adolescentes cazando pulpos mientras suena la voz en off del protagonista leyendo un fragmento de un libro del filósofo Herbert Spencer. En cualquier caso, nunca queda del todo claro, pero estas ideas convierten a Marcello en algo más que un simple narrador, en un orfebre con la capacidad de lanzar al espectador imágenes ambiguas que enriquecen la experiencia.

Nada de esto, tampoco algunos planos que nos retrotraen a la Nouvelle Vague (por ejemplo, la amada de Eden recitando a cámara las cartas que le escribe) o a la mezcla de formatos y texturas, resulta forzado, o artificialmente moderno. Martin Eden es un filme libérrimo, sí, pero no impostado. Todo, a pesar del anacronismo reinante (o precisamente por él), resulta de lo más real y fluido. Es decir, Marcello no es una especie de Gaspar Noé que quiera continuamente llamar la atención, sino un director que busca hacer actual y universal una novela de comienzos del siglo XX, enfrentándose a las convenciones del lenguaje cinematográfico y, al mismo tiempo, exprimiendo todas sus posibilidades. Como también hace con la utilización del italiano, en el que se mezclan la corrección de la burguesía con los indescifrables dialectos napolitanos.

Superlativo Marinelli

Sin embargo, lo que definitivamente convierte Martin Eden en una de las mejores películas estrenadas en España a lo largo de 2020 es el superlativo trabajo de Luca Marinelli, cuya encarnación del protagonista le sirvió para conquistar la Copa Volpi del Festival de Venecia en 2019. El actor italiano está impecable en todas las etapas del personaje, habitando con decisión tanto al inocente y rudo marinero como al afamado e infeliz escritor y construyendo la transformación a

partir de los gestos y el movimiento. Su presencia final, ya como un hombre cínico y altivo que ha perdido la inocencia, desprende una turbia autenticidad de la que es difícil desprenderse.

@JavierYusteTosi