Inspirada en una historia real, Manual de la buena esposa nos explica el momento en el que todo cambió, ese Mayo del 68 francés que supuso un revolucionario paso adelante en la infatigable lucha por los derechos de la mujer. Esa revolución que convirtió las calles de París en un polvorín al grito de “seamos realistas, pidamos lo imposible” ha sido contada muchas veces por el cine desde las calles en llamas y los pisos atestados de estudiantes fumando como chimeneas. La originalidad de esta simpática comedia con tono reivindicativo es que vemos los efectos que tuvo la revuelta en todas las capas y rincones de la sociedad francesa en un movimiento tectónico que comenzó con los intelectuales de la Sorbona y acabó transformando a todo un país.
Dirigida por Martin Provost, un cineasta cuyas todas sus películas, como los biopics de escritoras Seraphine (2008) y Violette (2013), están protagonizadas por mujeres, Manual de la buena esposa sucede a finales de los años 60 pero lo que vemos nos parece tan viejo como si fuera del siglo XV. Cuenta la historia de Paulette (Juliette Binoche, nada menos), una mujer casada con el dueño de una “escuela para señoritas” en la que ejerce como institutriz principal. En el internado, las adolescentes aprenden a coser, recibir a los invitados, confeccionar adornos florales y comportarse como mujeres sumisas y discretas para complacer a sus futuros maridos.
Binoche, protagonista absoluta, encarna la evolución de millones de mujeres francesas que pasaron de aceptar resignadas y calladas un destino como esclavas de sus maridos a reclamar su igualdad con los hombres. Un viaje hacia la comprensión de la brutalidad de una sociedad machista hasta extremos que hoy nos resultan inverosímiles, pero no tan lejana en el tiempo, que Provost cuenta con optimismo. Utilizando colores saturados y un tono pop sesentero, que culmina en ese jovial número musical final, el director evita el dramatismo o el tono tremendista para narrar a modo de comedia naíf (a veces excesivamente naíf) que la esencia del feminismo es intrínsecamente alegre por cuanto supone la algarabía de la liberación de la mitad de la población humana.
A través de esa Binoche que redescubre su cuerpo y la promesa del placer, Provost plantea un filme mucho más sensual que intelectual en un mundo en el que las jóvenes ni siquiera sabían lo que significaba la palabra masturbación. Un mundo de hipocresía y miedo en el que las mujeres no son dueñas de sí mismas ya que son utilizadas como un medio, como reproductoras y cuidadoras devotas del hogar, y no como un fin en sí mismas, lo cual según la fórmula kantiana significa desproveerlas de toda dignidad. A veces Provost abusa de un humor un poco ramplón y cae en cierto ternurismo, lo cual no quita que esta Manual de la buena esposa sea un divertimento tan luminoso como un recordatorio necesario de que recién estamos saliendo de una caverna muy oscura.