Hace cien años el mundo pintaba mejor que ahora pero el desenlace de aquellos “felices 20” no pudo ser peor con una Gran Depresión que marcó los años 30 y produjo el auge del fascismo en toda Europa. Como todos los grandes artistas, Charles Chaplin (Londres, 1889 - Vevey, 1977) fue un visionario que supo captar las costuras de aquel mundo próspero pero decadente captado por la pluma de Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby y visto en sus sucesivas adaptaciones cinematográficas. Con su personaje de Charlot, nombre que se le dio en España y Francia ya que salvo en la primera película de la serie, El vagabundo (1915), no recibe algún tipo de apelativo, quería reivindicar al mendicante como emblema del ser humano libre y anárquico que aborrece de la burocracia y la automatización de la vida moderna. El mendigo de Chaplin es un rebelde con buen corazón, un tipo que se opone al consumismo rampante que comenzaba a dominar la época con una visión poética de la vida. Y es también un inadaptado social y un solitario como personaje incapaz de comportarse de la manera hipócrita que impone la vida “civilizada” pero también moralmente complejo.
Chaplin hizo muchas películas con Charlot o “el vagabundo” como protagonista. El chico fue un punto y aparte en su trayectoria ya que dejaba atrás la época de los corto y mediometrajes primitivos para realizar películas más largas y complejas narrativamente. Restaurada en 4K, la película se reesstrena en salas de cine con motivo de su centenario —se estrenó en Estados Unidos el 6 de febrero de 1921—. En esta joya del cine, el vagabundo cuida a un niño después de luchar contra ello como si fuera una maldición en una maravillosa secuencia inicial de confusión de carritos. Una secuencia que es puro cine en la que vemos el talento de Chaplin para crear un humor físico desternillante en un terreno de la pantomima subversiva con tintes existencialistas en el que también brilla con fuerza el legado de Buster Keaton.
En El chico, Charlot acaba, por supuesto, encariñándose con el pequeño. Hay algo de drama casi bíblico (ese niño rico de cuna abandonado por su madre que aparece en una cesta es como el propio Moisés) en esta película que avisa desde su primer rótulo de que esta es una película con “sonrisas y lágrimas”. Nunca Chaplin se había atrevido a ser tan sentimental y al mismo tiempo tan ambicioso artísticamente hasta la fecha. El conflicto central de toda su filmografía, la lucha del individuo contra una sociedad injusta y desigual que condena a la miseria a sus almas libres, resulta más claro y al mismo tiempo más complejo porque también entendemos que Charlot no es capaz de cuidar a un niño como es debido.
Ese aspecto menos decoroso de Charlot, donde su inadecuación social adquiere un componente moralmente más complejo surge, por ejemplo, en la escena de la pelea entre los niños, en la que vemos esa naturaleza ambigua y no tan edulcorada que veces se la ha querido dar al personaje. Esas ansias de pureza, sin embargo, subsisten como podemos en esa secuencia final onírica con angelitos donde brilla la influencia del surrealismo, un movimiento que impactó de manera enorme al artista. A partir de esta película, los espectadores pudieron ver a un nuevo Charlot menos relacionado con el gag puro y duro que sirve como vehículo muchas veces para hacer una denuncia social más punzante. El Charlot de los cortos era más subversivo y más alborotado, el de después muchas veces se convierte en una figura trágica que sirve como espejo del desarreglo del mundo.
En cualquier caso, la construcción de Charlot como icono fue un trabajo de toda la vida que tuvo varias fases en la que el rodaje de El chico fue quizá la más importante pero solo una de las muchas mutaciones que sufrió como personaje. Actor forjado en el vodevil y el teatro popular cómico inglés de la época, muy basado en el sketch físico y la “pantomima”, en 1914 interpretó su primer cortometraje con el personaje, donde quedó fijado ese nombre de “tramp” con el que se le sigue conociendo en el mundo anglosajón. En El vagabundo, un corto de seis minutos, vemos ese carácter de hombre “inadecuado socialmente”, lo que hoy llamaríamos “freak”, que es una de las señas de identidad más claras de un icono tan popular como profundamente subversivo. Como si fuera lo que hoy llamamos “cámara oculta”, Charlot, medio borracho, se planta en una carrera de bólidos en Los Ángeles molestando al público y a los conductores que participan en la competición.
En esos primeros 36 cortometrajes rodados en un año y producidos por Mack Sennet, poco a poco iría perfeccionando a su criatura de hombre demasiado emocional que asusta a todo el mundo porque no esconde sus instintos más primarios. Después, firma con la compañía de Chicago Essanay, donde rueda quince películas de mayor duración y desarrollo dramático que le darían fama mundial. En Charlot se va de juerga (1915), una película que dura ya más de treinta minutos, vemos otra vez ese aspecto “punk” del vagabundo, que se emborracha en locales elegantes y es echado a patadas de todas partes. Pasará a la historia porque es la primera vez que sale Edna Purviance, quien aparecerá como objeto de interés amoroso del casi siempre desafortunado Chaplin en todas sus películas hasta Una mujer en París (1923).
En los primeros cortos de Chaplin hay una aspereza que quizá sorprende a quienes lo identifiquen con un personaje dulce y siempre enternecedor. El “vagabundo” no solo se emborracha cuando no debe y monta escándalos, también se sobrepasa con las mujeres y muchas veces se comporta como un hombre hosco y enrarecido por el rechazo social. Esa propensión irrefrenable a hacer el ridículo y boicotear todas sus posibilidades hace que viva padeciendo por su dificultad para integrarse en el mundo civilizado. Ahí reside su grandeza primigenia y su espíritu inmortal porque conecta con nuestro subconsciente al comportarse con absoluta espontaneidad sin el filtro ni las cortapisas habituales con las que nos desarrollamos en el teatro de la vida.
En El campeón (1915), donde parodia los movimientos espasmódicos del boxeo, la aparición de un perro como figura sentimental le da un matiz más simpático a Charlot y sería el inicio de una época en la que sin perder su carácter subversivo, el actor y director acentúa la faceta más tierna y menos amarga. Quizá la película más conocida de la época de Essanay sea ¡Armas al hombro! (1918), estrenada a los dos días del armisticio de la Primera Guerra Mundial, en la que la profunda inadecuación de Charlot al mundo militar sirve como honda y divertidísima sátira de los horrores de la guerra. Ese carácter no solo pacifista, también profundamente antibélico, le daría problemas en la época pero visto con la perspectiva de los años y la devastación posterior que viviría Europa es uno de sus aspectos más honrosos.
Siempre en la luna, con su soldado despistado y bonachón, Charlot se opone a los valores belicistas al ver a un personaje que la sociedad llamaba “cobarde” como el verdadero héroe por su aborrecimiento de la violencia. Son joyas absolutas de la historia del cine en las que Chaplin sigue perfeccionando su personaje, siempre enamorado de mujeres elegantes en las que confunde la compasión con una atracción mutua y enfrentado con la policía, emblema de una sociedad que coarta los instintos primarios para esclavizarla. Lo vemos en otros filmes como El bombero (1916), donde su desprendimiento adquiere un aspecto heroico, o Charlot, el músico ambulante (1916), en la que se subraya ese aspecto artístico del vagabundo.
Después de esos filmes, el propio cine evoluciona y Chaplin comienza a rodar sus primeros largometrajes. En 1918 forma un contrato con First National Pictures, formada por una asociación de salas de Estados Unidos, y busca una mayor hondura dramática en su personaje al que concibe como un “payaso triste”. Del skecth genial muy influido por el vodevil de sus inicios pasa a una película como Vida de perro, en la que sin perder un ángulo humorístico se acerca a un cine más social y basado en los sentimientos. Ese “perro” que sirve como compañía y consuelo al vagabundo (ya prefigurado en El campeón) en un mundo que lo trata a palos es un precedente de El chico, donde esa figura afectiva y cándida es un niño, con lo cual se establece un lazo más profundo.
Por aquella época aún previa a la revolución de los medios de comunicación de masas, Charlot es un personaje que significa no solo una defensa de la clase obrera y marginal, también una suerte de artista a la manera expresada por Henry Murger en su famosa Escenas de la vida bohemia. Es Charlot, por tanto, uno de los últimos románticos en el sentido que le da la palabra la tradición centroeuropea, muy influyente en el curso de la historia del propio cine ya que en los propios años 20 las películas más vanguardistas e influyentes las realizaban en Alemania directores como Murnau o Lang. Como los literatos románticos que marcaron la Belle Epoque europea, la pobreza de Charlot tiene no solo dignidad, también hay algo de manifiesto artístico con un punto surrealista, un movimiento que influyó poderosamente al cineasta y actor. El vagabundo es pobre como una rata pero también es un dandi a su manera con ese peculiar aspecto al mismo tiempo un poco ridículo pero también atildado y personalísimo.
El chico fue una de las primeras películas de unos años 20 gloriosos para el cine en los que grandes artistas como el propio Chaplin no solo hicieron bellísimas películas sino que inventaron el propio cine con una intuición y talento irrepetibles. Fue el tiempo de cineastas que exploraban terreno desconocido con su fértil imaginación como los mencionados Fritz Lang o Friedrich Murnau en Berlín pero también el ruso Eisenstein, el danés Dreyer o el estadounidense King Vidor.
Entre esos pioneros, el más popular fue Chaplin, quien causaba un furor inimaginable hoy día en un tiempo en el que solo sus películas se estrenaban de manera casi inmediata en todo el mundo. Después de un drama con tintes decimonónicos como Una mujer en París (1923), le dio una nueva vuelta de tuerca al “vagabundo” en La quimera del oro (1925), donde ofrecía una desternillante y desoladora metáfora sobre la codicia que se había apoderado de la cultura occidental. En este caso, por una vez, Charlot logra hacerse rico encontrando oro en las montañas pero pierde a la mujer que ama y también se da cuenta de que las cadenas que impone el dinero no le interesan.
Con un tono más cómico, El circo (1928) supuso un regreso al terreno del slapstick y el sketch. Aun rodaría tres obras maestras más con el “vagabundo”. Luces de la ciudad (1931), es una preciosa historia de amor en la que el personaje se enamora de una chica ciega que vende flores por la calle a la que ayuda sin que ella lo sepa porque no cree merecerla. Tiempos modernos (1936) es una de las películas más divertidas y también más políticas y filosóficas de Chaplin al presentar un desolador retrato de la pobreza de la Gran Depresión en Estados Unidos y también la alienación que provocaban las interminables horas de trabajo mecanizado y rutinario. El gran dictador (1940), su película más directamente política, es un grito angustiado de dolor ante la barbarie del fascismo en Europa y muy particularmente de los nazis. Su parodia de Hitler y el bellísimo discurso final pusieron punto final a un personaje inmortal que brilla como uno de los iconos más hermosos del siglo XX.