El director Michel Franco (Ciudad de México, 1979) continúa abonando su fama de director controvertido y polémico, pero ahora modificando algunos de los rasgos estilísticos que habían definido su obra. En su nuevo filme, Nuevo orden, ganador del Gran Premio del Jurado en Venecia, la austeridad del diseño de producción, el ritmo pausado y la estaticidad de la cámara desaparecen y dejan paso al movimiento, al nervio y la grandilocuencia. Tampoco hay rastro de los profundos y meticulosos estudios de personaje de filmes como Después de Lucía (2012) o El último paciente: Chronic (2015) y, en esta ocasión, en vez de auscultar temas concretos del ámbito social como el bullying o la eutanasia, Franco hace una enmienda a la totalidad del sistema, una exploración de su lado más oscuro. Este renacimiento autoral desemboca en un filme intenso, poderoso, pero terrible en cuanto a la visión que da del ser humano, hasta el punto de haber generado una gran controversia en México.
Nuevo orden es una distopía que juega a imaginar una revolución de las clases sociales más desfavorecidas contra la élite blanca del país y la posterior represión del alzamiento. El impacto del filme, que se inspira en movimientos como Occupy Wall Street o los chalecos amarillos de Francia, procede de la extrema violencia que recorre el minutaje, una violencia que se presenta de manera cruda y fría. Aunque nada de lo que ocurre en esta película con vocación de espectáculo a gran escala (participaron unos 3.000 extras en total) resulta excesivamente increíble en el país en el que en 2014 desaparecieron 43 estudiantes en Iguala o donde el narcotráfico tiende sus tentáculos a diestro y siniestro hasta corromper todos los estratos de la sociedad.
El punto de partida de Nuevo orden, según se nos informa en los créditos finales, es la pintura del artista mexicano Omar Rodríguez-Graham Solo los muertos han visto el final de la guerra (2019), un mural abstracto de vibrantes colores que parece reinterpretar el grito de angustia del Guernica de Picasso. La anarquía y visceralidad de este cuadro es la piedra de toque del filme y el último fotograma de un prólogo que empasta imágenes turbadoras y violentas, aparentemente inconexas, que contribuyen a entrar en el relato con total desasosiego. Vemos a personas que son arrastradas con violencia por un pasillo, una mujer desnuda y aterrorizada, pintura verde lanzada contra escaparates, muebles arrojados desde balcones, cadáveres amontonados… Acaba de estallar una revolución social en México.
Por la película de Michel Franco asoman Kubrick, Costa-Gavras, Haneke e incluso el Pontecorvo de 'La batalla de Argel'
Mientras, en una despampanante casa de estilo modernista situada en un barrio de lujo, se celebra una boda. Los invitados pertenecen a las clases privilegiadas de la sociedad, todos blancos, guapos y vestidos con ropa cara, con
voluminosos sobres llenos de dólares en el bolsillo para regalar a los novios. Franco se divierte capturando la banalidad obscena de esta burguesía acaudalada que se cree a salvo de cualquier peligro. Pero entonces ocurre lo inefable: unos desarrapados asaltan la casa con la connivencia y colaboración de la seguridad y el servicio, desembocando en una escena atroz de asesinatos, robos y vejaciones. El escenario quedará repleto de cadáveres mientras en las paredes se leen pintadas de ‘Putos ricos’. A partir de aquí, Franco desafía las convenciones narrativas y elabora un relato que se disgrega en varias direcciones, sin centrar claramente la historia en ningún personaje.
Muestra, a través de bruscas elipsis, cómo el orden se restaura con la imposición de un régimen de terror en el que la vida vale poco. El ejército, que parece haber tomado el poder (la película es ambigua al respecto, no pretende ser un tratado de política sino que centra el foco a pie de calle), impone toques de queda, raciona el agua, reparte permisos de trabajo, dispara a la población a la mínima duda… El filme se introduce así en un carrusel de desmanes en todas direcciones, una ruidosa amalgama de traiciones, secuestros, violaciones y matanzas.
No hay héroes con los que empatizar en Nuevo orden, solo víctimas y verdugos. En la deriva de la película hacia un final en el que ondea de manera cínica la bandera de México en primer plano, Franco plantea una relectura del holocausto nazi a través de un grupo paramilitar que pretende sacar tajada de la confusión reinante secuestrando a miembros de familias pudientes. Aquí ha ido a parar la novia cuya boda acabó en reguero de sangre y es a través de sus ojos como atendemos a la barbarie más absoluta (aunque Franco la sitúe casi siempre fuera de cámara).
Ecos de Parásitos
En su presentación en Venecia muchos críticos compararon este filme con Parásitos (2019) por poner también en primer plano la lucha de clases, aunque poco tenga que ver la crudeza de Franco con la elegancia de Bong Joon-ho. Por las imágenes de Nuevo orden sí que asoman el Kubrick de La naranja mecánica (1971), Costa Gavras, Haneke o incluso el Pontecorvo de La batalla de Argel (1966). Sin embargo, algunas voces en México han tildado a Franco de reaccionario y han querido ver una apología del racismo a la altura de El nacimiento de una nación (1915) de D. W. Griffith por convertir en víctimas a los privilegiados.
Sin duda hay mucho de provocación en los meandros de este filme coral, pero a la postre no es más que una alerta ante la privación que tienen los desfavorecidos de alcanzar una vida digna. Y, también, es la radiografía del desastre social en México, un país militarizado en el que el sexismo, el racismo, la corrupción, la violencia y el rencor de clase campan a sus anchas.