En los rótulos de inicio este apasionante documental ya se nos advierte de que vamos a ver a un país en llamas. Desde la llegada de Maduro al poder después de la muerte de Chávez, el país ha acelerado su proceso de desintegración con la corrupción masiva, la pobreza, el tráfico de drogas y el éxodo como elementos definitorios. En estos siete años, casi cinco millones de venezolanos han huido del país. La directora Anabel Rodríguez Ríos nos cuenta la tragedia desde un rincón apartado, Congo Mirador, al oeste del país en el lago Maracaibo. Una comunidad duramente golpeada por una crisis económica interminable pero también por una sedimentación que está literalmente hundiendo el pueblo como si fuera una Venecia de barracas con un paisaje espectacular, eso sí.

Hasta antes de la debacle, Congo Mirador era un lugar muy visitado por los turistas por sus famosas tormentas eléctricas, que sirven a la directora como metáfora de la violencia social que azota a Venezuela. Conocemos una comunidad pequeña en la que apenas sobreviven unas cien familias de las setecientas que tuvo en su época de esplendor violentada por las diferencias políticas. Resisten los chavistas como una maestra de escuela acosada por las fuerzas de la oposición o una señora que ejerce como líder del pueblo ante las autoridades pero la mayoría salen a celebrar la victoria de la oposición en las elecciones de 2017. Ya se sabe que la alegría nunca dura mucho en casa del pobre y al poco Maduro retiró poderes a la Asamblea legítima para formar una nueva “constituyente” que le seguía garantizando su tiranía.

Tráiler actualizado de "Érase una vez en Venezuela, Congo Mirador"

Es esta una historia de resistencia contra la fatalidad. En un rincón del mundo bellísimo, vemos una pobreza africana en ese Congo Mirador en el que ya casi solo resisten los viejos y donde las canciones son el único consuelo ante una realidad desoladora. Rodado durante cinco años, ese pueblo que literalmente se hunde sin remedio en las aguas del Maracaibo pero también en la desolación y la desesperanza se convierte en un símbolo de un pueblo venezolano abandonado por las autoridades. Una y otra vez, los pobres congoleños solicitan ayuda al Estado para no desaparecer y se topan con la misma indiferencia.

No hay medias tintas ni ningún atisbo de “equidistancia” en su retrato del conflicto político, los mítines triunfalistas de Maduro y las consignas propagandistas, omnipresentes en la televisión, que es como el eco de una civilización marciana, suenan a cruel burla desde el destartalado Congo, ese pueblo que recuerda con nostalgia días mucho mejores. Solo el buen carácter de los venezolanos sirve como catarsis y motivo de esperanza en un panorama tristísimo.

@juansarda