Cronista de la escena punk con títulos como The Great Rock’n’Roll Swindle (1979) o La mugre y la furia (2000), reputado director de videoclips, responsable del hundimiento de la industria cinematográfica británica de los 80 con el fracaso del musical Principiantes (1986) y cineasta de culto gracias a filmes como Las chicas de la tierra son fáciles (1988), Julien Temple (Kensington, 1952) ha trazado una carrera heterodoxa que cruza su camino en Crock of Gold con Shane MacGowan, el irreverente líder de The Pogues. El documental, que mezcla material de archivo, conversaciones de MacGowan con amigos y animaciones, nos presenta todas las facetas del poeta punk irlandés, y profundiza desde el presente en la historia compartida de Irlanda e Inglaterra y en temas como el compromiso político o la adicción. Hablamos con Temple sobre este filme, Premio Especial del Jurado en San Sebastián.
Pregunta. ¿Cómo definiría a Shane MacGowan?
Respuesta. No es fácil describir a Shane, de hecho, es lo que intento hacer en la película. Quería capturar todas sus contradicciones, porque puede ser muy desagradable y a la vez inspirador, positivo, cálido y generoso. Y es al mismo tiempo una rockstar y una anti rockstar porque termina siendo consciente de que la fama es la droga más poderosa.
P. ¿Se portó bien durante el rodaje?
R. Hubo momentos en los que quise salir corriendo, por la manera en la que trataba a ciertas personas. Sin embargo, también es alguien al que es fácil amar porque detrás de su agresividad se esconde un hermoso ser humano que sale a la luz en la poesía de sus letras. Trabajar con él no fue fácil, pero merece la pena. Lo primero que dijo es que no iba a hacer “ni una jodida entrevista” y esto me hizo dar un paso atrás para pensar sobre cómo encarar la película.
Las versiones de Shane
P. ¿Hacia dónde le llevó esta negativa de MacGowan?
R. Preguntamos a muchos periodistas si tenían viejas cintas de conversaciones con Shane en las que pudiera estar con la guardia bajada, mostrándose abierto y espontáneo, quizá en un bar de Madrid en 1985 a las tantas de la madrugada… En aquellos años era un gran conversador, mucho más que hoy, y los fragmentos que encontramos eran más valiosos que los que podríamos haber conseguido en una entrevista convencional, ya que Shane nos hubiese dado la versión que le interesa de sí mismo. Pero también logramos que tuviera conversaciones delante de la cámara con Johnny Depp, que produce conmigo la película, con el líder del Sinn Féin Gerry Adams, con el músico Bobby Gillespie… Y esto nos permitió ver distintas versiones de Shane: con Johnny se comportaba como una estrella de rock; con Gerry Adams, como un colegial mirando a un comandante, y con Bobby Gillespie, como un jefe de la mafia jugando con una de sus víctimas.
P. ¿Cómo afrontó el filme en la parte visual?
R. Este tipo de película se elabora en el montaje a partir de un intrincado revoltijo de elementos de diversa procedencia, algo que he hecho desde mi primer documental sobre los Sex Pistols, The Great Rock’n’Roll Swindle (1980). Es una especie, sí, de lenguaje punk en el que se combinan fotografías, vídeos en Super 8 o 35 mm, secuencias animadas, gráficos… Cualquier cosa que sirva para contarla historia. La clave es encontrar la manera en que todos estos materiales puedan coexistir sin que parezca disruptivo. Esa es la magia de la edición.
P. ¿Cómo se establece el ritmo del documental?
R. Esto es lo más complicado. Comienzas reuniendo todo ese archivo y te pasas mucho tiempo mirándolo y pensando en él, y de repente te das cuenta de que han pasado seis meses y que no has montado nada. En ese momento te deprimes, piensas que no vas a ser capaz de sacar el proyecto adelante, pero tienes que seguir empujando para darle sentido. En este filme encontré la clave en términos de organización en la charla entre Johnny y Shane, ocho horas de disparates con los dos sentados delante de una cerveza. Estaba examinando lo que habíamos grabado y me cautivaron ciertas imágenes de Shane escuchado a Johnny, un material que en realidad desechas en este tipo de películas ya que sueles poner a la gente hablando. Son imágenes muy bien iluminadas y cuando miraba a sus ojos y a su expresión me daba la sensación de estar adentrándome en su alma. Entonces, se me ocurrió utilizar fragmentos de audio de entrevistas de los 80 y 90 para que pareciera que se estaba escuchando a sí mismo contando su propia historia. Esto acabó convirtiéndose en la espina central de la organización del filme. Fue un momento revelador.
P. Crock of Gold también refleja parte de la historia de Irlanda desde finales del siglo XIX. ¿Esto es algo que estaba en los orígenes del proyecto?
R. Sí, me fascinó la idea de contar la historia de Inglaterra e Irlanda a través de los ojos de Shane y que pudiera captar la atención de los adolescentes ingleses, porque no les enseñan nada de esto en las escuelas y deberían conocerlo. Los irlandeses han sufrido el dominio de Inglaterra durante 800 años y eso te define como cultura. Desde la primera colonización fueron tratados de manera francamente inhumana. Eso se refleja en todo lo que hizo Shane y en la obra de escritores y músicos irlandeses de los que bebió.
P. ¿Qué ha significado para usted el premio en San Sebastián?
R. No lo esperábamos. Nos dijeron que nunca habían seleccionado un documental en la competición oficial y eso significa mucho para mí porque yo realmente no trabajo estos filmes como si fueran documentales. Para mí el cine consiste simplemente en contar una historia. Me gustan las películas de ficción que parecen muy reales, pero mis documentales no tratan la realidad como si fuera un hecho objetivo.