Hay algunas imágenes poderosas y magnéticas en Mortal Kombat, superproducción en la que los momentos más inspirados chocan contra una trama y unos personajes algo acartonados. Dirigida por Simon McQuaid, debutante, la película adapta el famoso videojuego logrando cuando brilla un trepidante, y muy violento, espectáculo en el que se mezclan el imaginario de los samuráis japoneses con el gore, junto a una ristra casi interminable de referentes. Es allí, en esos momentos de puro terror en los que el filme parece incluso alcanzar una cierta gravitas, entre otras cosas porque esta es una película en la que los villanos (maravilloso ese “sub-zero” interpretado por Joe Taslin capaz de congelar a sus rivales) ganan a los buenos por goleada en carisma.
La película arranca con una secuencia de acción potente que podría haber salido en una película de Kurosawa y tiene tintes legendarios, de lo que se trata es de crear una saga épica. El citado sub-zero, ese tipo con armadura que da mucho miedo, mata a toda una familia (un importante “clan”) pero sobrevive un bebé escondido en una trampilla. Varios años después, el niño es un tipo llamado Cole (Lewis Tan) que ha crecido como un huérfano en Chicago y ahora está felizmente casado con una hija. El joven se gana mal la vida con peleas de boxeo cutres hasta que comienzan a atacarle los asesinos de una galaxia lejana. Entonces, todo cambia y descubre que es un “elegido” para representar a la tierra en una combate a muerte (el “mortal kombat” del título) en el que enviados de distintos planetas se juegan la primacía del universo como en una especie de juegos olímpicos sangrientos con funestas consecuencias.
No soy aficionado a los videojuegos y no tengo la más remota idea sobre si la película es fiel o no al arcade original aunque tampoco creo que cinematográficamente tenga la menor importancia. El planteamiento dramático de la película es de una obviedad incontestable, lo cual no sería tan grave si no fuera porque apenas percibimos ningún tipo de evolución en el protagonista, en parte por culpa de Tan, físicamente perfecto para el papel de héroe pero dotado de escasos recursos expresivos. Enterado de su verdadera condición y de su noble origen, ese “elegido” se juntará con otros como él para recibir clases de un maestro Yoda con un “tapacubos” en la cabeza (el chiste no es mío sino del personaje rebelde de la película) que le ayuda a encontrar su arcano y su verdadera fuerza.
A falta de una historia que contar, y es una pena que no se le saque más partido a la peripecia emocional del “huérfano elegido” por tópica que sea, Mortal Kombat lo fía todo a las secuencias de acción y la creación de mundos de fantasía, aspecto en el que resulta mucho más convincente. Son muchos los referentes que mezcla el director en un filme que va de las reminiscencias a Mad Max en su configuración del planeta de los asesinos villanos a los guiños a las rutinas clásicas del videojuego, como en esa secuencia de montaje en la que luchan cuerpo contra cuerpo humanos contra monstruos. Es cierto que la película tiene la virtud de no enredarse con disquisiciones filosóficas que más bien hubieran sido absurdas prefiriendo, en cambio, un tono más ligero y disfrutón, lo cual no quita que si la parte dramática hubiera estado mejor trabajada habría algo más que admirar en este Mortal Kombat que la imaginación de su escenografía y algunos momentos puntuales.