Violencia y corrupción en los ocho documentales políticos del momento
De la corrupción en Rumanía a la violencia de Ciudad Juárez, estas ocho historias dan cuenta del momento de esplendor que vive el documental político
23 abril, 2021 15:56El documental político y social, ese género a medio camino entre el reportaje periodístico y el cine de lo real, nos ofrece la oportunidad de profundizar en los conflictos cruciales que violentan el mundo. Varios cineastas lo abordan desde perspectivas distintas, en la rumana Collective, el doblemente nominado al Óscar como mejor documental y película extranjera Alexander Nanau, remueve nuestras conciencias homenajeando al “viejo periodismo” en un escándalo de corrupción que hiela la sangre. La corrupción como lacra moral aparece también en la escalofriante Las tres muertes de Marisela Escobedo, de Carlos Pérez Osorio, donde se narra la épica y trágica batalla de la madre de una joven asesinada en Ciudad Juárez que lucha contra un Estado ineficaz y corroído por el narcotráfico. Los problemas de América del Sur quedan plasmados de manera contemplativa e interrogativa en Colombia fue nuestra, de Jenni Kivisto y Jussi Rastas, en la que se reflejan sin apriorismos la realidad de los ex guerrilleros de las FARC cuando se firma la paz y la fiera oposición de los sectores conservadores en un conflicto que sigue provocando caos y violencia en el país. Y en Cómo robar un país, dirigido por Rehad Desai y Mark J. Kaplan, se nos cuenta la pavorosa red criminal urdida por el dimitido presidente de Suráfrica, Jacob Zuma, y una familia de multimillonarios indios que saquearon el país la década pasada.
La corrupción adquiere incluso un significado nuevo en la surrealista y brutal El infiltrado, donde Mads Brügger utiliza la cámara oculta para narrar las cloacas de Corea del Norte y el tráfico de armas internacional. La pervivencia del autoritarismo en un mundo cada vez más interconectado queda de claro manifiesto en la terrorífica El disidente, donde Bryan Fogel explica con las mejores armas de reportero el asesinato de Yamal Khashoggi a manos del servicio secreto saudí por orden directa del líder del país, Mohammed Bin Salman. Los problemas de las sociedades avanzadas también son objeto de estudio y análisis. En el parco Oeconomía, Carmen Lossman reflexiona sobre la lógica depredadora de un capitalismo neoliberal basado en la deuda perpetua que necesita crecer de manera constante para alimentarse a sí mismo. Magnífico Boys State, de Amanda McBaine y Jesse Moss, en la que un simulacro de elecciones realizado por unos adolescentes revela con una mezcla apasionante de crudeza y candor las virtudes y miserias del sistema democrático estadounidense.
Collective. Alexander Nanau (HBO)
Los cinéfilos conocen bien la realidad rumana gracias a grandes directores de ese país que han marcado el cine de este siglo con sus audaces películas. Son artistas como Cristi Puiu (La muerte del señor Lazarescu, 2015), Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días, 2007) o Corneliu Porumboiu (La Gomera, 2019). Con frecuencia, la corrupción aparece en estas películas no solo como uno de los males endémicos del país del Este sino como una lacra que enfanga la vida cotidiana y todo lo impregna. En Collective, nominado al Óscar como mejor documental y película extranjera, esa corrupción adquiere todo el protagonismo al narrarnos un caso estremecedor.
La tragedia comienza un 30 de octubre de 2015 cuando fallecen 27 jóvenes calcinados en un incendio en una sala de conciertos (la Collective del título) sin puertas de emergencia ni las instalaciones de seguridad adecuadas. El horror, sin embargo, solo acaba de empezar. Poco después, muchos de los heridos comenzaron a morir en las UCI de manera misteriosa y nos enteramos de que el motivo es que los hospitales utilizan un desinfectante de mala calidad para los aparatos quirúrgicos, hecho que conocen los gerentes sanitarios pero aceptan ya que se enriquecen de manera escandalosa cobrando sobornos y comisiones. En resumen, compran a precio de oro un producto no solo ineficaz sino mortífero para enriquecerse de la manera más espantosa imaginable en un esquema mafioso que afecta no a decenas sino centenares de personas. Cuando los rumanos se enteraron de lo que estaba sucediendo, todo el país salió a la calle y tuvo que dimitir el gobierno.
Hay dos protagonistas en este documental. Por una parte, los audaces periodistas de un diario deportivo que destapan la historia cuando reciben una filtración y se enfrentan al establishment (quizá aun peor, al abandono de los anunciantes) y por la otra un nuevo ministro de sanidad del gobierno provisional surgido de la hecatombe del anterior. Como en una película clásica, esta es la lucha del bien contra el mal. En un lado, esos reporteros y ese ministro joven y bienintencionado que no dejan de sorprenderse de la magnitud de un esquema delictivo en el que están implicados decenas de gerentes de hospitales, cuadros médicos, políticos e incluso personal sanitario de menor rango. Por la otra, vemos un sistema podrido por dentro hasta extremos inimaginables que, cuenta, y esta es la triste moraleja del documental, con la complicidad de una sociedad pasiva y renuente a cualquier cambio a pesar de esa explosión de furia inicial.
In my arms (Colombia fue nuestra). Jenni Kivisto y Jussi Rastas (Amazon)
El conflicto armado de Colombia que enfrenta al gobierno con la guerrilla de izquierda de las FARC terminó de manera oficial a finales de 2016 con la firma de un tratado de paz. La violencia, sin embargo, persiste. En este documental, dirigido por dos finlandeses, vemos el final del conflicto, o más bien de una fase del conflicto, desde varios puntos de vista. Por una parte, los ex guerrilleros se lamentan del miedo que sienten de ser asesinados por los paramilitares cuando regresen a la vida civil, como ha sucedido con muchos otros que han seguido ese camino, y se desesperan cuando los militares, con la ayuda de Estados Unidos, destruyen sus cultivos de coca sin darles ninguna alternativa para subsistir. Por la otra, vemos a distintos actores contrarios al acuerdo como la líder del partido de oposición, Nubia Stella, al entonces presidente José Manuel Santos o un aristócrata de la vieja usanza con whisky en una mano y cigarro en otra que opina que Colombia “no tiene remedio”.
Los asesinatos, el tráfico de drogas y la violencia no han terminado en Colombia después de la paz y esta interesante película nos ofrece fragmentos de un puzle que el propio espectador debe armar. Vemos el desconcierto y la inquietud de unas FARC malacostumbradas a la guerra que además de tener miedo viven con angustia su reincorporación a una sociedad “normal” que les resulta extraña. Hay momentos sensacionales como ese en el que un ex guerrillero da un mitin en un pueblo y se encara con una señora que le reprocha que se hayan convertido en políticos cualquiera y digan lo mismo que los otros. Al otro lado, esa Stella, casi atemorizante y defensora a ultranza del capitalismo, mientras el aristócrata juega un papel extraño al reconocer por una parte que las FARC tienen razón al denunciar una desigualdad abismal entre los ex colonizadores y los colonizados para abominar luego de ellos como la peste.
Boys State. Amanda McBaine y Jesse Moss (Apple TV)
Documental ganador del Gran Premio del Jurado en Sundance y de numerosos premios en festivales del mundo, esta apasionante película propone una brillante reflexión sobre las luces y las sombras del sistema democrático estadounidense. Lo hace desde una perspectiva insólita pero al mismo tiempo muy reveladora. Todos los años, la legión de veteranos de guerra norteamericanos organiza una especie de campamento veraniego político en el que jóvenes de distintos Estados se organizan en torno a dos partidos políticos (Nacionalistas y Federalistas), escogen a sus cargos internos y candidatos para los puestos de Gobernador, Vicegobernador y Fiscal General.
Se trata de hacer un simulacro del sistema democrático estadounidense a través de unos adolescentes que se toman más o menos en serio el asunto, algunos de ellos con verdaderas ambiciones políticas. Del mismo modo que la ficción muchas veces tiene mayor capacidad de revelar las costuras profundas de la realidad que está retratando que la propia realidad, la impostación del proceso político de estos jóvenes resulta profundamente reveladora sobre las glorias, y miserias, del gran juego que simulan. La película sucede en Texas, tierra de cowboys y muy conservadora, y vemos la épica batalla entre un descendiente de emigrantes mexicanos y un chaval “all american” que se pasea con aires de triunfador.
El curioso experimento quiere poner de relieve la condición del pacto y el acuerdo como condición esencial de la democracia. Al mismo tiempo, surge una contradicción casi inevitable, si la política es, como dice la famosa frase de Aristóteles, “el arte de lo posible”, los políticos no tienen más remedio que traicionar sus principios al menos de vez en cuando en aras de ese consenso que es la base del liderazgo estadounidense. Un dilema entre cinismo y convicciones que se les presenta a los jóvenes y, mientras cada uno toma su decisión, el resultado final parece darle la razón a los malos. Microcosmos de las tensiones políticas y raciales de Estados Unidos, Boys State ofrece una profunda reflexión sobre los engranajes de las democracias mediáticas contemporáneas.
Cómo robar un país. Rehad Desai y Mark J. Kaplan (Cines)
Se estrena en más de 70 salas de España este documental surafricano en el que se narra la espeluznante corrupción que marcó la década en la que Jacob Zuma estuvo en el poder antes de su dimisión en febrero de 2018. Político carismático, de la raza de los campechanos y expansivos, Zuma llegó al poder con el aura de haber sido un luchador en los tiempos del Apartheid, que lo castigó a diez años de prisión en Robben Island junto a Mandela en los años 60. Aliado con una familia de millonarios indios, los Gupta, la corrupción alcanzó un nivel tan enorme (se calcula que un 10% del presupuesto del Estado acabó en sus manos) y tan descarado que los Gupta llegaron a utilizar bases aéreas del Estado para trasladar desde la India en avión privado a invitados a una de sus fastuosas bodas. Los Gupta, reyes del derroche y el bling bling, como villanos, son impagables. Se habla aquí de “captura al Estado” para referirse a un esquema criminal en el que acabó siendo la familia quienes contralaban realmente el gobierno mediante la infiltración de sus intereses en cada uno de sus recovecos.
Suráfrica es un país apasionante y mal conocido en España, un lugar único de convivencia entre blancos (descendientes de holandeses y británicos, muy distintos, los primeros mucho más conservadores y segregadores) y negros en el que se mezclan los problemas atávicos del continente con una economía supermoderna y avanzada. Aprovechando la herida de los años en que el racismo estaba institucionalizado, uno de los aspectos más interesantes del filme es la forma manipuladora en que Zuma defiende el saqueo de las arcas públicas como una cuestión de justicia racial y acusa a sus enemigos de defensores de que los blancos sigan siendo los ricos.
Un aspecto crucial que refleja el documental y supone un peligro para la libertad de prensa en todo el mundo es que Londres se ha convertido en la capital mundial del lavado de imagen. Poderosas y temibles firmas de relaciones públicas se encargan de defender los intereses de todo tipo de corruptos y criminales con tácticas que van de la manipulación pura y dura, como vemos aquí con la utilización artera de la huella colonial para defender la pura corrupción, hasta el recurso a ataques personales de corte machista y soez o el tráfico de información sensible sobre sus enemigos. Sin duda, la concentración de capital en manos de la minoría blanca (un 8% de la población) es un problema en un país que arrastra gravísimas desigualdades sociales, pero está claro que la forma no es la creación de un Estado mafioso controlado desde la mansión de un millonario, por mucho que no sea blanco.
El infiltrado. Mads Brügger (Filmin)
El documental shock de la temporada, que se ve incluso con avidez, cuenta la rocambolesca historia de un treintañero danés que se infiltra en el régimen de Corea del Norte. Comienza pareciendo casi una ópera bufa, merced a ese Alejandro Cao de Benós que trabaja para la dictadura de Kim Jung-Un ejerciendo como portavoz internacional. Hombre expansivo, deliberadamente histriónico, dotado de una inquietante combinación entre servilismo y arrogancia, da tanto miedo como risa. Al principio, conocemos las minúsculas asociaciones de “amigos de Corea del Norte” diseminadas por Europa, grupúsculos de nostálgicos del comunismo y desinformados varios liderados por ese Cao de Benós “bigger than life”.
Dividido en dos partes, si la primera está cerca del freak show, la segunda entra en un terreno inclasificable entre el terror puro y el surrealismo. El director y ese “infiltrado” que se hace pasar por fan devoto del régimen presentan a Cao de Benós a un supuesto millonario británico dispuesto a invertir cientos de millones de euros en una fábrica de armamento en África para proveer a los clientes de Corea del Norte, país como es sabido sujeto a un estrictísimo bloqueo comercial por lo que los candidatos a negociar con ellos son pocos, en este caso, el despiadado régimen sirio del abominable Bashar el-Asad. Vemos reuniones del inversor adinerado, el “infiltrado” (un tipo con pinta de pardillo), Cao de Benós y diversos gerifaltes del régimen coreano en Pionyang, encuentros clandestinos con traficantes en hoteles de Pekín y rizando el rizo, quizá lo más desolador es la absoluta disponibilidad de las autoridades de Uganda para vender una isla a los coreanos, aceptar sin problemas que una fábrica de armas clandestina se oculte como un resort y expulsar a sus ancestrales habitantes a patadas a cambio de sobornos.
Hay un momento en El infiltrado en el que resulta todo tan inverosímil, tan grotesco y tan delirante que resulta difícil de creer que las autoridades coreanas no comprueben la supuesta fortuna del millonario inversor por buen aspecto que tenga o que se fíen de un pobre diablo como ese “infiltrado”. Según el director, Mads Brügger, viejo enemigo del régimen coreano -en 2009 rodó la película de denuncia La capilla roja-, el régimen está tan desesperado y tan ahogado por las sanciones internacionales que está dispuesto a cualquier cosa. En cualquier caso, quedan claras dos cosas: la primera que la legalidad internacional tiene importantes lagunas pero funciona y la segunda que siguen existiendo espacios de ilegalidad y terror que sobreviven al margen del sistema en una amalgama de dictadores, delincuentes, países corruptos y empobrecidos y arribistas varios.
El disidente. Bryan Fogel (Filmin)
El asesinato del periodista y “disidente”, como bien dice el título, Yamal Khashoggi en octubre de 2018 en la embajada saudí en Estambul despertó una inmediata indignación mundial. Además de una barbarie, fue una humillación a la comunidad internacional por parte de Mohammed Bin Salmán, el líder de facto de Arabia Saudita y heredero al trono. El ungido para liderar el cambio del país se permitió el lujo de descuartizar a un célebre periodista con residencia en Estados Unidos, firma destacada en temas de Oriente Medio del Washington Post, en territorio extranjero haciendo ostentación de la tolerancia internacional hacia la brutalidad de su régimen. El propio Trump se negó a firmar un veto de venta de armas al país aduciendo que “tienen demasiado dinero” sin andarse por las ramas.
Documentalista de prestigio gracias a Icaro (2017), investigación sobre el dopaje de deportistas en los juegos olímpicos de Sochi, Fogel entrega un documental apasionante sobre el rico y autoritario país petrolero pero también sobre las formas de resistencia y activismo político contemporáneos a través de redes sociales. Khashoggi es un personaje curioso, disidente a su pesar ya que empezó como mero reformista e incluso creyente en Bin Salmán para irse convirtiendo en un antisistema no tanto por serlo como porque el propio régimen, alérgico a la menor crítica, lo llevó hasta ese lugar. Después, en su exilio estadounidense, es acogido con recelo por los “verdaderos” disidentes que se han jugado la vida por luchar contra el régimen. Un régimen tan despiadado como para no solo castigar a quienes denuncian su sistemática violación de los derechos humanos sino también a sus familiares e incluso a sus amigos, como vemos en el caso del heroico Omar Abdulaziz, refugiado en Quebec.
Las redes sociales, con ese ejército de “abejas” que acosan al régimen, son el instrumento de propagación de una disidencia callada a fuego y sangre por los Saúd. Como en la mejor de las películas de espías, no falta de nada. Bin Salman, con esa sonrisa maquiavélica y ese aspecto como de villano de James Bond, es un tipo atractivo para el exterior, que compró encantado su promesa de reformas y celebró pequeños avances como que las mujeres puedan conducir, pero que sigue gobernando el país como si fuera un reino feudal. Hay también una historia de amor: Khashoggi pagó con su vida su deseo de casarse ya que fue a la embajada saudí para recoger un certificado de matrimonio con su joven futura esposa.
Las tres muertes de Marisela Escobedo. Carlos Pérez Osorio (Netflix)
Conocemos la barbarie del feminicidio de Ciudad Juárez gracias a la monumental novela de Roberto Bolaño 2666 (Anagrama, 2004). En este vibrante documental vemos esa atrocidad a través de la tristísima historia de Marisela Escobedo, una mujer que después de perder a su hija a manos de su novio comenzó una férrea campaña para que se hiciera justicia. En la película vemos a una mujer buena, emprendedora, como se dice ahora, que se desintegra por completo cuando pierde a su niña. Para no hundirse en la miseria, recorre el país entero con un altavoz y camisetas reivindicativas, convoca marchas y protestas ante el parlamento. Quizá es mejor no desvelar los numerosos giros de una historia espantosa en la que se mezclan la corrupción política, el poder de las bandas de narcos, la ineptitud de la justicia y la desolación de una madre rota en pedazos.
Oeconomía. Carmen Losmann (Filmin)
Un hecho no demasiado conocido pero fundamental del mundo moderno es que el dinero no se fabrica en máquinas de hacer billetes sino cada vez que el banco concede un crédito. Son los bancos, ¡malditos bancos!, quienes al final tienen el control de una economía basada en el endeudamiento constante de las personas y los Estados. Con un tono austero -este no es un documental para personas que no tengan mínimas nociones de economía- ofrece un clarividente ejemplo de aquello de que el capitalismo contemporáneo y globalizado es tan complicado que en realidad nadie lo entiende. Se ha escrito mucho sobre el diabólico ciclo de un capitalismo que necesita siempre crecer para evitar la quiebra que supondría un impago global de deudas como sucedió a finales de la primera década de este siglo. Es un poema ver la cara de algunos gerifaltes bancarios cuando Carmen Lossman, siempre incisiva, les coloca frente a las contradicciones del sistema.