No es habitual para Fernando Trueba (Madrid, 1955) ganar un Goya con una película que todavía no ha pasado por las salas, pero los tiempos que corren dan pábulo a lo inesperado. El olvido que seremos se hizo con el premio a la mejor película iberoamericana –su producción es íntegramente colombiana–, cerrando una trayectoria impecable del filme desde que fuera anunciado en la selección oficial del tristemente cancelado Festival de Cannes de 2020. Posteriormente, tuvo su presentación mundial en San Sebastián y el próximo 7 de mayo llegará por fin a los cines. “Hay una parte de riesgo importante al estrenar en estas circunstancias, pero la vida tiene que seguir”, comenta el director a El Cultural. “A mí me gusta ver las comedias o las películas de terror en salas con quinientas o mil personas y no solo en casa. La gente tiene necesidad de compartir la cultura con otras personas”. Tampoco es habitual en estos días de Zoom y videoconferencias que un entrevistado abra las puertas de su casa a los medios de comunicación, pero Trueba es de los que apuestan por el cara a cara.
Médico y humanista
Sí, desde el despacho de su chalet en la kilométrica calle de Arturo Soria, escondido entre bloques de pisos, habla con parsimonia, sinceridad y agudeza –siempre con su fino sentido del humor alerta– sobre la adaptación de la novela en la que el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince abordó la relación con su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, asesinado en 1987 por un grupo de paramilitares cuando era precandidato a la alcaldía de Medellín por el Partido Liberal. “Héctor Abad Gómez era un humanista que empleaba su energía y su cabeza para alcanzar un mundo mejor para todos”, opina Trueba. “Pensó que podía influir en la realidad y hacer avanzar a la sociedad en las materias sanitarias por las que había luchado toda la vida desde su puesto de médico y profesor en la Universidad de Medellín. No le movía ninguna intención política, pero dio un paso al frente y no se achantó. Uno tiene que hacer aquello en lo que cree sin dejarse achantar por los matones de turno”.
Es curioso que parte de la labor que realizó Héctor Abad por los más desfavorecidos de Colombia, como vemos en la película, fuera poner en marcha las primeras campañas masivas de vacunación contra la poliomielitis, lo cual resuena en la actualidad con especial fuerza. “Él pelearía en estos momentos por vacunas accesibles para todo el mundo”, asegura el director. “Es algo que han puesto sobre la mesa Pelosi y Biden en EE.UU. y otras personas como el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que están planteando que hay que liberalizar las patentes mientras exista la pandemia. Esto no puede ser el negocio de nadie, lo de las farmacéuticas es muy heavy”.
“Héctor Abad Gómez es un personaje fordiano en su honestidad y nobleza. Un tipo alegre y de una pieza”
Recluido en su cuartel de invierno del este de Madrid durante la pandemia, Trueba se ha dedicado a leer y escuchar música, con épocas en las que veía mucho cine y otras en las que apagaba el televisor. Sobre todo, ha estado trabajando en su nueva película de animación con Mariscal tras Chico y Rita (2010), The Shot The Piano Player. “Con orgullo previo, algo que es una estupidez, te diría que es una película que no he visto, lo que hoy en día ya me parece suficientemente interesante. Además, tiene cosas en común con El olvido que seremos porque ambas tratan del choque entre la belleza y la barbarie, entre la inteligencia y la brutalidad”.
Pregunta. ¿Qué es lo que le más atrajo del libro?
Respuesta. Que me tocaba el corazón. Lo leí mucho antes de que me propusieran adaptarlo, e incluso se lo regalé a varios amigos porque estaba enamorado del personaje del padre. Además, me gustan mucho las historias en las que hay una educación. Una de las películas que despertó mi vocación de cineasta es El pequeño salvaje, de Truffaut, y es una historia en la que no hay tiros ni romance.
P. ¿Fue fácil llevarlo al cine?
R. Al principio me negué porque me parecía demasiado íntimo y personal, trasladarlo al cine suponía una responsabilidad muy grande. Habría que añadir cierta cobardía a adaptar un buen libro, ya que siempre es mejor que sea regular para tomarte la libertad de reinventarlo. Además, la historia comprende 25 años y eso en cine es muy complicado, pero insistieron en que me lo volviera a leer y que intentara encontrar un ángulo que hiciera plausible la película. Fue entonces cuando me di cuenta de que si hubiera dicho que no a esta historia me hubiera arrepentido toda mi vida. No podía perder la oportunidad de hablar de alguien así, cuando siempre ponemos el foco en locos, psicópatas y otras estupideces. Por una vez podía hablar de un ser humano.
P. Es casi un personaje de una película de Frank Capra…
R. Me parece más bien fordiano en su honestidad y en su nobleza. Es un tipo de una pieza, alegre, con un gran amor por la vida y con sentido del humor. Un personaje feliz.
P. Javier Cámara interpreta a Héctor Abad Gómez en uno de los grandes trabajos de su carrera. ¿Por qué él?
R. Héctor siempre dijo que Javier le recordaba a su padre. Aun así, hicimos un casting porque pensábamos que el actor debía ser colombiano, pero se acabó imponiendo la idea de que Javier daba la talla del personaje y que podía hacer el acento, no solo colombiano sino el acento del personaje, que era todavía más particular.
P. ¿Por qué cedió la escritura del guion a su hermano David?
R. Cuando finalmente acepté el proyecto, estaba inmerso en el guion de They Shot The Piano Player, pero los productores querían empezar enseguida por temas del presupuesto. Tuve la suerte de que pillé a David en un buen momento, porque siempre está liadísimo con sus artículos, sus novelas y sus hijos, y se pudo poner, lo que ha sido una gran suerte para la película. En un principio, quise escribir el guion con Héctor Abad Faciolince, pero se negó porque decía que no sabía nada de cine y porque no quería abrir de nuevo la herida del asesinato de su padre. Según contaba, tardó 20 años en escribir el libro, llorando desde la primera a la última página.
El olvido que seremos es, en definitiva, mucho más que el relato de un asesinato. La película se divide en dos partes. La primera refleja a todo color la infancia del autor del libro en el seno de una familia numerosa, bajo el ala de sus cinco hermanas mayores y de un padre cariñoso y tolerante, que creó para sus hijos una burbuja de amor y alegría en el polarizado y violento Medellín de los años 70. Es fácil rastrear en la plasmación en pantalla de las bulliciosas comidas, llenas de risas y de gente hablando a la vez, o en la intensa relación de las hermanas, la huella de Belle époque (1992), ganadora del Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Incluso podríamos hablar de un guiño a El año de las luces (1986) a raíz de una conversación de padre e hijo sobre la masturbación. “Al final todos los directores nos movemos siempre en un mismo territorio”, explica Trueba. “También les ocurría a los grandes, como Hitchcock o John Ford. Cada artista tiene su propio terreno”.
“Me guío más por la intuición que por la razón cuando trabajo. Por eso una parte es en color y la otra, en blanco y negro”
En la segunda parte del filme, más oscura y dura, con el personaje de Faciolince volviendo a casa tras estudiar en París convertido ya en un hombre y con Héctor Abad padre metiéndose de lleno en política, la tragedia se percibe en la atmósfera y todo se transforma en blanco y negro. “El tema de que la primera parte sea en color y la segunda en blanco y negro no está justificado por ninguna idea o razonamiento, simplemente la veía así en mi cabeza y yo fui el primer sorprendido. Si cierras los ojos antes de un rodaje, puedes entrever la película. Cuando hago cine, me guío más por la intuición que por la razón. Me ocurrió algo parecido con la música porque de repente me di cuenta de que no quería hacer nada nacional folclórico y que tenía que salir del interior de los personajes. Por eso me decidí por el compositor polaco Zbigniew Preisner".
P. ¿Cómo le fue con el equipo colombiano en el rodaje?
R. Muy bien. En cualquier caso, siempre elijo a mis colaboradores con lupa porque sé lo que una manzana podrida puede hacer en un rodaje, pero en esta película todo el mundo ha sido maravilloso. Los directores somos muy egoístas: queremos el tiempo, el trabajo y la profesionalidad de nuestros colaboradores. Y también su alma. En Colombia tuve el alma de todos ellos.
Castoriadis, Isaiah Berlin...
P. A Héctor Abad Gómez le pintan la palabra “comunista” en la fachada de su casa. Parece que el término vuelve como
arma arrojadiza…
R. Él además no era comunista y yo tampoco lo he sido nunca. Mis maestros desde el punto de vista político son Castoriadis, Isaiah Berlin y personas que piensan la política desde otro lugar… En España el Partido Comunista, aunque no simpatizo con su papel en los años 30, ha sido desde la Transición una herramienta para la democracia y la libertad tan importante como el socialismo, la monarquía o la derecha que apostó por evitar el enfrentamiento y la posibilidad de otra guerra. Forma parte de esa cultura de diálogo imprescindible para que no nos matemos unos a otros.
P. Finalmente, ¿cree que la pandemia le ha dado la puntilla al cine en salas?
R. Hay gente que ya estaba cambiando sus hábitos antes, que no iban al cine y estaban viendo series en casa. Pero las generaciones jóvenes siguen descubriendo las salas como algo mágico y maravilloso, aunque pensemos que para ellos son como las cuevas de Altamira.
De las palabras a la imagen, por Héctor Abad Faciolince
Para un escritor es emocionante que una historia hecha de palabras sea traducida al lenguaje de las imágenes, interpretada con actrices y palabras que se parecen, pero que no pueden ser tantas ni pueden ser las mismas. Los productores le encargaron el guion a David Trueba y yo tuve miedo cuando me lo enviaron. Estuve dos meses sin abrirlo. No me sentía capaz. Los productores me preguntaban: “¿Entonces qué, lo has leído?” Y yo siempre daba la misma respuesta: “No. Todavía no”.
Una mañana, al fin, sentí que había amanecido muy valiente y lo leí. Me encantó desde la primera escena, el primer diálogo, el primer minuto imaginado. Lo acepté muy tranquilo. Y esa era la única condición que yo había puesto: que el guion me gustara. Lo que pasara después sería responsabilidad de Fernando Trueba, de los actores, y de Caracol Televisión. Cuando iba a empezar el rodaje en Medellín, me fui a Italia, para no estar por ahí estorbando.
Mi mujer se enfermó y tuve que volver. Fue una experiencia maravillosa asistir al rodaje y volverme amigo, amigo de verdad, de Fernando, de Javier Cámara. Fernando dirige como enseñaba mi padre: con ternura y comprensión. Javier era como él: amoroso y entusiasta. Las actrices eran como mi madre y mis hermanas, aunque fueran distintas. ¿El resultado? El resultado final es magnífico. La película le da a mi libro algo que le faltaba: menos muerte y más vida.