En junio de 1816, 147 tripulantes de la fragata Alliance de la Marina francesa fueron abandonados en una precaria e improvisada balsa tras embarrancar el navío ante las costas de Senegal. Sin apenas comida ni agua y sometidos a la inclemencia del mar, los hombres fueron sucumbiendo al enfrentamiento y a la locura, en un horror que se prolongó durante días… El suceso, inmortalizado por el pintor francés Théodore Géricault en la obra La balsa de la medusa (1818-1919), llega ahora a la gran pantalla bajo la mirada de Agustí Villaronga (Mallorca, 1953), que adapta el fragmento que lo abordaba en la novela Océano Mar de Alessandro Baricco.
El vientre del mar es un filme poético, simbólico y libérrimo en el que el director vuelve a sus orígenes tras el éxito de obras de una narrativa más clásica como Pa Negre (2010, ganadora del Goya a la mejor película), Incierta gloria (2017) o Nacido rey (2019). La película, tras su paso por el Festival de Moscú, en el que ha ganado el Premio de la Crítica, estará en Róterdam, en el Atlántida Film Fest de Mallorca y en el Festival de Málaga antes de su estreno en otoño. “No te voy a engañar: intentamos Cannes, Berlín y Venecia, pero nos dijeron que no, aunque no creo que sea por un tema de calidad de la película”, afirma con una sonrisa Villaronga desde el otro lado de la pantalla del ordenador. “Pero los festivales en los que vamos a estar son todos especiales para mí. Empezando por Málaga, que creo que ha superado a San Sebastián como la gran plataforma del cine español”.
Pregunta. ¿Qué captó su atención de ese capítulo del libro de Baricco para levantar un proyecto así?
Respuesta. Según lo plantea él, la balsa es un ring en medio del mar del que no hay manera de escapar. Esto provoca que aflore entre los náufragos desde la lucha de clases al problema racial. En todas mis películas siempre hay un acontecimiento externo, generalmente una guerra, que trunca el destino de los personajes. El hecho de que en el libro de Baricco los que sobreviven sean inconsolables me parece muy interesante.
P. ¿Cómo se pone en marcha la película?
R. Leí ese capítulo hace mucho tiempo y pensé que sería genial hacerlo para teatro como dos monólogos compartidos, ya que el naufragio se cuenta desde el punto de vista de Savigny, un oficial médico, y de Thomas, un marinero raso. Estuvimos a punto de sacarlo adelante con Eduard Fernández y Darío Grandinetti, pero al final no hubo suerte. Así que cuando decretaron el Estado de Alarma y me quedé incomunicado en Mallorca, me decidí a sacarlo adelante como película, pero sin olvidar ni el origen literario ni el proceso teatral.
P. ¿Las palabras de la película son de Baricco?
R. Sí, todo es de Baricco y he defendido mucho la esencia de lo que él quería explicar, aun siendo mucho más negativo de lo que soy yo. Hubo un momento en el que dudamos si era necesario que hubiera tanta voz en off, pero luché e insistí en defender la literatura. Es una película narrada y el peso de la palabra es importante. Hay gente que piensa que la voz en off va en contra del cine, pero creo que es una tontería. Es cierto que hay ocasiones en las que no aporta nada, pero a veces la apoyatura de la palabra te hace percibir las imágenes con un carácter diferente. Creo que es algo que además funciona al nivel del subconsciente y que te hace ir un poco más allá de a donde te llevaría la imagen desnuda.
P. El rodaje comenzó en agosto. ¿Fue complicado someterse a las restricciones?
R. El rodaje en sí mismo fue muy salvaje, con todo el mundo mojado todo el rato… Eso fue más difícil que lo que conllevaban las medidas sanitarias que se impusieron. Evidentemente el equipo iba con mascarillas, se hacían PCRs y la productora trabajó con mucho cuidado, pero después nos olvidábamos de la Covid.
Ir a lo esencial
P. La película no busca una aproximación realista, sino que se despliega en varios territorios simbólicos más allá de las contadas escenas rodadas en alta mar. ¿Las limitaciones tanto sanitarias como de presupuesto fueron un acicate para la creatividad?
R. Sí, gracias a ello la película es muy libre. Cuando trabajas con tan poco dinero nadie espera nada y no tienes que rendir cuentas a cuarenta personas, a las televisiones, a las plataformas… Eso es lo bueno de los presupuestos bajos. Además, venía de Nacido rey, una película de 20 millones de dólares rodada en Inglaterra y Arabia. A su lado, un presupuesto de 400.000 euros parece una tontería, pero nos obligaba air a lo esencial todo el rato y a no marear mucho al equipo. Todo esto hace que agudices el ingenio. Planteada de manera normal, hubiese sido una especie de Titanic o Moby Dick. Nosotros, sin embargo, rodamos la mayor parte de la película en una fábrica, aunque hay una parte que grabamos en alta mar, y no había las 150 personas que se supone que naufragaron. Todo es un poco más abstracto o conceptual, pero sin ponernos nunca de espaldas al público. No queríamos hacer una rareza, pero con los elementos que teníamos queríamos explicarlo todo de la mejor manera posible. Hacer sentir toda la propuesta.
El filme se presenta como un combate físico, dialéctico y moral entre Savigny, interpretado por Roger Casamajor, y Thomas, al que da vida Óscar Kapoya. Enfrentados, viven esos hechos mostrando diferentes actitudes para sobrevivir. El filme, rodado en varios tonos de blanco y negro, arranca en el juicio que intenta esclarecer los hechos acontecidos y de ahí viaja hacia los recuerdos de los protagonistas, instalándose por momentos en el subconsciente de los personajes. “Al final tienes que llegar al espectador con imágenes visuales potentes, pero que no tratan de reconstruir lo real”, explica Villaronga. “Tampoco queríamos caer en lo surreal, simplemente es distinta, metafórica. Y es cierto que hay soluciones muy sencillas que podrían ser de pioneros como Méliès o de Jean Cocteau y su La sangre de un poeta, que se centra en el juego de espejos”.
P. El filme incluye imágenes de naufragios de pateras y de genocidios de no hace tanto tiempo…
R. Era una forma de situar lo que estamos contando en el presente, en un sentido muy claro. Queríamos decirle al espectador: “Esto también pasa hoy en día”. Así de simple. Los africanos que intentan llegar a Europa cruzando el Mediterráneo viven situaciones parecidas. Desde un punto de vista político es un tema demasiado complejo en el que no quiero meterme, pero desde un punto de vista humanitario sí que nos apela como individuos, aunque estemos siempre mirando hacia otro lado desde nuestra posición privilegiada. Después también hay imágenes del Holocausto nazi, del genocidio armenio o del terremoto de Haití, situaciones catastróficas que han dejado mucha muerte detrás. Y es que también hay naufragios con millones de personas involucradas.
P. ¿Cómo conecta este filme con el resto de su filmografía?
“Parece que las salas están tocadas de muerte. No creo que volvamos a la situación de hace unos años”
R. Me siento muy cómodo con él desde el punto de vista de quién soy. Creo que conecta con Aro Tolbukhin (2002) y también con El testamento de Rosa (2015), el documental que hicimos sobre la enfermedad de la actriz Rosa Novell. Entronca con trabajos que había hecho antes, que abordan un mundo que difícilmente puedo meter en producciones de encargo. Aunque la gente piense lo contrario, he hecho muchas, empezando por Pa Negre. Pero creo que en todas aparece la poesía mezclada con la crueldad, nunca van por separado.
¿Más de lo mismo?
P. La película está producida por Filmin. ¿Cómo ve la disputa entre plataformas y salas de cine?
R. Parece que las salas están tocadas de muerte, esa es la impresión que me da. No creo que volvamos a la situación de hace unos años. Y en las plataformas creo que la gente no ve siempre películas enteras, hace picoteo. Cada vez es más difícil entender una obra de cine como un acontecimiento importante que te va a mover algo por dentro, que te va a servir para la vida. Me han propuesto tres series que están en danza por Amazon y Netflix y me parecen buenísimas, pero luego veo lo que producen y todo me parece más de lo mismo. Es difícil ver en plataformas algo rompedor. A lo mejor es que daría menos dinero, pero no sé por qué todo tiene que ser tan rentable...