Esa pareja feliz (1951)

Primer zarpazo de Berlanga y Bardem a la sociedad de su época. Comenzaba el consumismo desenfrenado y también una carrera cinematográfica que pondría ante el espejo (con humor, sutileza y regates con la censura) una España que dejaba atrás el trauma de la guerra y que se abría a nuevas rutas económicas. Fernando Fernán Gómez (Juan) y Elvira Quintillá (Carmen) simbolizan un proceso histórico en el que no faltan guiños al cine en forma y fondo. Hay que tener en cuenta que, por encima de todo, el tándem lo componían dos cinéfilos debutantes que miraban sin complejos a Italia y a Hollywood. Para la antología del gran cine, una escena final inesperada cargada de simbolismo… y de retranca.

Manolo Morán y Lolita Sevilla en 'Bienvenido Mr Marshall'

Bienvenido Mister Marshall (1953)

Berlanga marca territorio en solitario (aunque con guión de Bardem y Miguel Mihura) con Bienvenido Mister Marshall. Se lanza sin red al estilo que imprimirá en toda su obra. Magistral y compleja, nace el estilo coral como un señuelo para atrapar a los incautos censores y, claro, para reflejar esa España que nacía pegada al costumbrismo y al tópico. Villar del Río y sus vecinos se preparan para recibir a la delegación estadounidense que acabará con sus problemas. Lolita Sevilla (Carmen Vargas), Manolo Morán (su representante) y José Isbert (Don Pablo) encabezan un reparto inolvidable que en Hollywood hubiesen tenido varias estrellas en el paseo de la fama. El sueño del alcalde del pueblo es digno de John Ford. Una obra maestra que triunfó en Cannes… y que terminó enfadando a los americanos.

Josette Arno y Jorge Vico en 'Novio a la vista'

Novio a la vista (1954)

Orgullosa entrega de Berlanga en la que, según su criterio, se encuentran las mejores pinceladas técnicas de su obra (consolida la coralidad formalmente). Entra en la producción Benito Perojo y sigue la colaboración con Bardem, aunque en esta ocasión también con la determinante intervención de Edgar Neville. El bisturí de director y guionistas encuentra en el cine de época otra magnífica ocasión para abordar temas sociales, como los prejuicios de clase y el triunfo como motor y justificación de la existencia. Josette Arno (Loli), que debería haber sido Brigitte Bardot, Jorge Vico (Enrique) y José María Rodero (Federico) construyen un trío que es la gran metáfora del momento que atraviesa España a mediados de los cincuenta.

Edmund Gwenn, un científico "clandestino" en la playa mediterránea de 'Calabuch'

Calabuch (1956)

Berlanga traza con emoción y verdad una de sus primeras declaraciones de amor al Mediterráneo. Un personaje entrañable (interpretado por Edmund Gwenn en duelo actoral con Pepe Isbert) sirve de puente para exponer las corrientes que empiezan a marcar una época, incluida la corriente atómica (y eso que aún quedarían diez años para el “incidente” de Palomares). Aparece de nuevo el “amigo americano”, esta vez con un tono más soterrado y científico. ¿De dónde sale este abuelo entrañable? ¿Qué oculta? ¿Qué tiene que todo empieza a cambiar a su alrededor? Rodada íntegramente en Peñíscola, Berlanga mantiene en esta entrega una mirada de cierta melancolía a la peripecia del personaje protagonista y vuelve al ámbito rural para subrayar el carácter español en general y mediterráneo en particular. Impulsa así su particular pirotecnia cinematográfica.

José Luis López Vázquez (con el niño) encabeza uno de los primeros "milagros" de Berlanga

Los jueves, milagro (1957)

Faltaba la cuestión religiosa para que Berlanga cogiera velocidad de crucero en su retrato de la picaresca española. Estamos en Fuentecilla, sus aguas curativas empiezan a ser olvidadas y los líderes del lugar buscan la manera de relanzar el pueblo. Y por Dios que lo consiguen. Un falso y obligado San Dimas (José Isbert) intentará aparecerse ante los incautos feligreses pero será Martino (Richard Basehart) quien realmente mueva los hilos invisibles del carácter popular a través de un misterioso personaje (otra vez) que aparece sin mayor justificación (¿o sí?). Berlanga dibuja de nuevo en el ámbito rural personajes sencillos (véase el visionario Manuel Alexandre) y entrañables para dar muestras de la idiosincrasia de este país (con revuelo de la censura incluido).

Quintillá, Cassen y Alexandre, en un motocarro sobrevolado por una estrella fugaz en 'Plácido'

Plácido (1961)

Un guion insatisfecho llevó a Berlanga a ponerse en manos del gran Rafael Azcona. Arranca con Plácido una de las colaboraciones más fértiles del cine español (y no exageramos si decimos también europeo). No en vano, Bergman le arrebató el Óscar a mejor película de habla no inglesa pero no le resta méritos a la que puede ser una de las grandes comedias del continente. Cassen (Plácido), Elvira Quintillá (su mujer), Marilú (Amparo Soler Leal) y José Luis López Vázquez (Quintanilla) arman un vertiginoso elenco en el que la caridad es el pretexto para mostrar nuestras laberínticas virtudes y nuestros siempre perdonables defectos. Un motocarro que recorre la ciudad, una estrella fugaz sobre una hipoteca y cenas “con más vaca que carnero” harán lo demás.  Muy grande.

Emma Penella, Nino Manfredi y José Isbert. 'El verdugo' tiene que cumplir su misión

El verdugo (1963)

Posiblemente la cumbre de García Berlanga. Entramos de lleno en un mundo que desaparece para dar paso a una sociedad que nace y despierta al mundo. El ayer gris y autoritario se abre paso entre el turismo que representa en esta ocasión Mallorca. Pero podría ser Torremolinos o Torrevieja. Entrega junto a Azcona un hito insuperable, una declaración de principios (estéticos y hasta ideológicos) que se repetirá muy poco en nuestro cine. Con un reparto magistral encabezado por Nino Manfredi, José Isbert y Emma Penella (desbordando sensualidad)  Berlanga y Azcona elaboran un friso de la España que progresa pero que, como el verdugo, no puede desprenderse de su destino. Para la historia, la plástica escena final en el patio de la cárcel.

Sazatornil y Agustín González en 'La escopeta nacional'. Los estamentos sociales en plena colisión

La escopeta nacional (1978)

Una demostración de que Berlanga y Azcona no solo buscaban mostrar la realidad social y política del momento. Buscaban también la crítica descarnada a diestro y siniestro. Con La escopeta nacional, Berlanga inicia una trilogía (junto a Patrimonio Nacional y Nacional III) en la que reflexiona sobre la clase dirigente, en especial de la burguesía, que movió los hilos del país durante la etapa de la Transición y alrededores. Un empresario catalán (José Sazatornil), su acompañante (Mónica Randall), un marqués, el de Leguineche, (Luis Escobar), su hijo (José Luis López Vázquez) y su esposa (Amparo Soler Leal) recorren los concurridos pasillos por el poder de la época, cacería incluida, para mejorar su situación en todos los frentes. No faltarán guiños a la pugna del momento entre los herederos del viejo régimen y los continuadores con nombres de tecnócratas. Desternillante, ácida y, por qué no, documental.

Alfredo Landa y Sacristán, en plena faena en 'La vaquilla'

La vaquilla (1985)

Pasada la transición (y el susto del 23-F) Berlanga y Azcona demuestran que puede hacerse una película, una comedia, sobre, o ambientada en, la Guerra Civil. La magistral asociación de ambos demuestra que pueden con todo (pese a que era un proyecto largamente acariciado). No hay fronteras ni temas ni ideologías que se les resistan. Ahora, entran también a romper barreras en la taquilla (cerca de dos millones de espectadores). José Sacristán, Alfredo Landa y Guillermo Montesinos (inmensos) son solo la punta de un iceberg interpretativo que se reparte en una nómina tan genial como interminable. La fábula parece sencilla pero no lo es.

Nueva cumbre de la coralidad en Berlanga, 'Todos a la cárcel' exhibe una vertiginosa puesta en escena

Todos a la cárcel (1993)

Y ahora os vais todos a la cárcel, parece decirnos Berlanga desde el minuto uno de esta vertiginosa entrega, realizada junto a su hijo Jorge (añorado colaborador de El Cultural) para seguir poniendo en la picota las miserias de un país que se empeña en continuar su obra entre el espíritu del truhan y el surrealismo más corrosivo. Si la vaquilla era España ahora, iniciada la década de los noventa, y sin Azcona, nuestro país se ha convertido en una inmensa prisión donde están todos los perfiles posibles, incluido el de José Sazatornil, que continúa con sus trapicheos a través de Artemio Bermejo. El catálogo de seres y estares que circulan coralmente por sus planos (más largos que los pasillos de la Modelo de Valencia, donde se rodó) valdría para toda una tesis doctoral. Berlanga cerrará su carrera magistral con París-Tombuctú (1999), un testamento que firma volviendo a Peñíscola y a su... ¿alter ego? Michel Piccoli.

@ecolote