'Titane' subvierte los limites del cine en Cannes
La nueva película de Julia Ducournau se ofrece como una síntesis de determinadas conquistas que han forzado las expresiones y estéticas del cine posmoderno y contemporáneo
15 julio, 2021 10:47Es por películas como Titane por lo que el Festival de Cannes sigue siendo el merendero de muchos otros festivales y todo tipo de hypes cinematográficos. El grado de estupefacción que genera es comparable al que en su momento, en las mismas salas de la Riviera francesa, provocó por ejemplo Holy Motors (2012) de Leos Carax en su presentación mundial. Capaz de congregar los rechazos y las adhesiones más apasionadas, su condición de sleeper en la sección a concurso ya hacía sospechar entre la cinefilia más atenta que algo extraordinario podía emerger de sus imágenes. No en vano, su directora, Julia Ducournau, entregó hace cinco años en este mismo recinto la impactante Crudo, premiada por la asociación mundial de críticos FRIPESCI. Y sí, su segundo largometraje es una apuesta en toda regla por la subversión de los límites en el cine contemporáneo, en el marco de un aparente thriller sobre una psycho-killer enamorada de los coches que, sin perder un ápice de su energía, tensión y extrañamiento, muta en muchas otras cosas a lo largo de su metraje para ofrecerse como un ensayo sobre los traumas y abyecciones del cuerpo y sobre formas de transexualidad que neutralizan toda expectativa y asunción preconcebida. Así, Titane, con toda su víscera sangrienta, su sexo hipertrofiado de carburantes y sus sucesivos enmascaramientos, nos lleva finalmente hasta un territorio emocional vinculado a las relaciones paterno-filiales.
Hija bastarda en gran medida de Crash de David Cronenberg, y heredera de la “nueva carne”, pero también de las poéticas de Claire Denis y de Bertrand Bonello (quien interpreta, sin decir una palabra, al padre biológico de Alexia, la protagonista), Titane se ofrece como una síntesis de determinadas conquistas que han forzado las expresiones y estéticas del cine posmoderno y contemporáneo. Alexia tuvo un accidente de coche cuando era niña por la que le hicieron un implante de titanio en el cerebro. A partir de entonces desarrolló un deseo sexual atraído por las máquinas y una frustración para relacionarse con los humanos que la conduce a destruir a todo el que se cruza en su camino. Pero el pathos de una película sobre una stripper que siembra el terror, al igual que el cuerpo de la protagonista, también se transforma a partir del momento en que concibe una criatura en su cuerpo a partir del sexo con la máquina. Acogida por un jefe de bomberos (Vincent London) que cree reconocer en Alexia a su hijo desaparecido hace años, el filme a partir de entonces toma otra dirección. La carnicería, carrocería y casquería de la primera media hora da paso a una suerte de misticismo alrededor del cuerpo y sus mutaciones. Acaso lo más extraño de la película es que frente a la imposibilidad de poder epatar emocionalmente con una protagonista totalmente despreciable, logre mantener el magnetismo, apelando a una fisicidad que impide apartar la mirada del destino siempre impredecible del filme.
Red Rocket, el lado miserable del sueño americano
Aupado a la sección a concurso después de haber presentado en Sundance y en la Quincena de Realizadores sus anteriores films -los magníficos Tangerine y The Florida Project-, el norteamericano Sean Baker consolida en Red Rocket una visión de su país, y especialmente del lado miserable del sueño americano, tan personal como plenamente reconocible en su vinculación con la tradición del cine indie. El filme sigue la estela de Mickey, una apaleada gloria del cine porno que regresa, completamente arruinado, a su suburbio natal en Texas, instalándose en la casa donde aún viven su mujer (que abandonó hace años) y su suegra toxicómana bajo la promesa de redimirse y mantenerlas económicamente. Frente a la imposibilidad de encontrar un trabajo legal decide traficar con droga como hacía de adolescente y poder pagar el alquiler de la casa. Poco a poco, entre negocios oscuros y una doble vida cimentada sobre la falsedad, va recuperando la confianza y hasta el cariño de su familia y retoma su relación conyugal. Pero bajo la seductora personalidad de Mikey, un charlatán optimista y de chiste fácil, se esconde un cretino que solo se mueve por interés propio, un ser que desborda pasión y entusiasmo y, sobre todo, un mentiroso patológico atrapado en el síndrome de Peter Pan. Cuando conoce en una cafetería a la adolescente pelirroja Strawberry, a punto de cumplir la mayoría de edad, cree haber encontrado en ella a la futura estrella del porno, es decir, su nuevo pasaje al sueño americano del que fue expulsado, y centra sus energías en convencerla para regresar con ella a Los Ángeles y revivir el éxito del que gozó en su día.
Red Rocket se hermana directamente con The Florida Project en su singular modo de retratar con una atmósfera colorida y una contradictoria luminosidad la subcultura, el fracaso y la marginalidad de una población deprimida, desempleada, drogodependiente y sin horizontes de futuro. Si en su anterior filme era la artificialidad alegre de Disneyland la que convivía junto a los rincones de miserabilismo de la América profunda y olvidada, aquí es una refinería petrolífera y su incesante actividad humeante la que actúa de telón de fondo del escenario de precariedad donde transcurre el relato, en 2016, en plena campaña electoral que llevaría a Donald Trump a la presidencia. Es acaso esta capacidad de introducir altas dosis de humor, no exento de cinismo (de modo que la película adopta la personalidad de su protagonista), en un contexto de miseria, la que distingue el carácter y la indudable personalidad de la película, que huye en todo momento de los senderos sentimentales que podría haber tomado la historia. Baker es un gran escritor y un esteta no menos dotado de talento para expresar con los mínimos elementos cierta esencia de las ruinas del neoliberalismo, donde lo tierno convive con lo sórdido, y el humor no es más que una mascarada para hacernos ver que los supervivientes serán aquellos seres sin escrúpulos, impermeables a la rectitud moral, capaces de provocar la destrucción de los que le ayudan con tal de salvar su pellejo. Un pesimista y a la vez luminoso retrato de América, acaso del ser humano.