Los franceses tienen fama de ser uno de los públicos cinematográficos más exquisitos del mundo, al fin y al cabo ellos inventaron el artilugio que hace posible este arte y fueron quienes lo revolucionaron en los años 60. Además, siempre han protegido su producción con un envidiable sistema de financiación, en el que conviven con éxito desde las grandes producciones de época hasta el cine de autor más arriesgado, y cuentan con el festival de cine más prestigioso del mundo, Cannes, donde en no pocas ocasiones ha salido victorioso un director galo -este mismo año se imponía la nueva enfant terrible Julia Ducornau con Titane-...
Con este bagaje, uno no puede más que preguntarse qué le habrán visto a Adiós, idiotas, la nueva película de Alberto Dupontel, para que haya arrasado en los Premios César, recibiendo la friolera de 12 nominaciones y 7 galardones, entre ellos mejor película, director, actor secundario para Nicolas Mairé, guion original o fotografía. Vale que haya sido un exitazo de taquilla en un momento complicado para los cines -se estrenó en octubre de 2020, con las salas a medio gas por la pandemia-, al fin y al cabo es una comedia dirigida al gran público, pero parece excesivo tanto reconocimiento cuando entre las nominadas se encontraban películas tan interesantes como Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, de Emmanuel Moret, o Verano del 95, de François Ozon.
Esto no significa que Adiós, idiotas sea un completo desastre, se libra gracias sobre todo a su excentricidad -tanto argumental como visual- como a su elevado ritmo (que solo decae hacia el final). La película narra la historia de Suze Trappet (Virginie Efira), una peluquera de 43 años que recibe la noticia de que le quedan tan solo unos días de vida por una enfermedad pulmonar provocada por los sprays que utiliza en su trabajo. Impactada por la noticia, Suze decide ir en busca del hijo que dio en adopción cuando tenía 15 años. En su misión, se cruzará con JB (Albert Dupontel), un experto en seguridad cibernética cincuentón en búsqueda y captura por haber disparado a un hombre cuando intentaba suicidarse, y con el Sr. Blin (Nicolas Mairé), un archivero ciego con un gran entusiasmo por el viaje.
Dupontel, autor de películas como Nos vemos allá arriba, apuesta por un humor alocado -con gags visuales cercanos al cartoon- para contar una historia que esconde dramas bastante oscuros y, la verdad, es que no tiene miedo de cruzar la línea de lo políticamente correcto o del buen gusto, algo que es de agradecer. Sin embargo, la película está lastrada por cierto sentimentalismo fácil y por un clímax emocional (la escena del ascensor) que, simplemente, no funciona. En cualquier caso, es un entretenimiento ligero estimable, con un personaje tan divertido como el ciego de Mairé y un simpático cameo de Terry Gilliam.