La voz de las víctimas se ha convertido en la revolución de nuestro tiempo. El Festival de San Sebastián ha presentado sendas películas en las que se ahonda en el concepto del trauma desde puntos de vista totalmente opuestos. Mientras la distinguida Icíar Bollaín aboga por la concordia en la lograda Maixabel, la película más arriesgada de su trayectoria, la francesa Julia Ducournau nos conmociona con Titane, un filme vanguardista que abre nuevos caminos para la creación cinematográfica.
Quienes hayan visto el excelente documental de Jon Sistiaga ETA, el final del silencio, sabrán ya de la extraordinaria reconciliación entre Maixabel Lasa, viuda del político del PSOE Juan María Jaúregui, ex gobernador civil de Guipúzcoa, asesinado de un tiro en la nuca por los pistoleros de ETA un 29 de julio del año 2000. Los más jóvenes no recordarán aquellos años de horror terrorista en los que se amontonaban los cadáveres ante una sociedad cada vez menos permisiva con la violencia. Haciendo valer el mensaje de concordia de su marido, Lasa dio por bueno el arrepentimiento y el perdón del hombre que había destrozado su vida tomando un camino de reconciliación tan incierto como sorprendente.
Bollaín entrega una película austera, sin subrayados ni melodías de violines, en la que se interroga más que constata la dificultad de sanar las heridas en una sociedad pequeña y aún violentada por el recuerdo de la sangre derramada. Puerta con puerta viven muchas veces los agresores y sus víctimas, en pequeños pueblos donde todo se sabe y casi todos son familia, y Maixabel mira al futuro para preguntarse cómo será posible la convivencia después de tanta barbarie y tanto dolor.
Dice la directora que no cree que Maixabel, interpretada con convicción por Blanca Portillo pero con pocos matices, sea ejemplo de nada. Exigirle santidad a las víctimas hubiera sido, está claro, un error fatal para la película. La función se la come Tosar, que se crece con un personaje como el de ese etarra desnortado y confundido que al emprender el camino del perdón y la concordia se queda en tierra de nadie, consciente de que seguirá siendo un asesino para gran parte de la sociedad y un traidor para sus ex correligionarios.
Perdón no significa blanqueamiento ni equidistancia, el verdadero arrepentimiento solo puede tener valor cuando reconoce la profundidad del mal causado, no cuando lo rebaja. En Maixabel vemos el dolor de las víctimas a través de esa viuda aguerrida pero también de su hija, quien decide, como muchos han hecho legítimamente, no tener que ver a quienes tanto sufrimiento causaron. Los procesos de pacificación después de largos conflictos son complejos, sucede en el País Vasco como pasó en Sudáfrica después del Apartheid o vemos en Colombia ahora mismo. Sin conclusiones rotundas, el filme abre grietas a la esperanza al tiempo que reivindica la memoria de una víctimas que no pueden ser olvidadas.
Entre la ternura y la violencia
Ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes, Titane es la película shock de la temporada. Está protagonizada por Adrien (Agathe Rouselle), una stripper y asesina en serie que vive en una perpetua huida hacia delante. Víctima de un accidente de trafico en su infancia, esta especie de ángel de la muerte tiene una placa de titanio incrustada en su cabeza. La trama es sorprendente, tras una serie de asesinatos, narrados con sarcasmo y tono “tarantinesco”, se refugia en casa de un bombero veterano (Vincent Lindon), que la confunde con el hijo que perdió hace diez años. Por si fuera poco, se queda embarazada de un coche. Tal cual.
Más allá de sus gozosas ganas de provocar, Titane nos propone un cóctel de ternura y violencia en una película polisémica en la que se muestra una nueva realidad sexual en la que se difuminan las fronteras entre lo masculino y femenino. Con profusión de escenas gore, muchas veces dan ganas de no seguir mirando, lo mas sorprendente al final es lo emocionante y sentimental que acaba siendo esta metáfora sobre la orfandad y la pérdida en un mundo en el que no solo se esfuman las viejas categorías de género también en el que la distancia entre lo humano y lo tecnológico se acorta.
Ningún actor francés como Louis Garrel representa de manera tan clara el mito del artista francés rompedor y elegante, ese refinamiento parisino que surge en el imaginario cinematográfico con el advenimiento de la Nouvelle Vague. No es casualidad que el propio Woody Allen lo eligiera para dar vida a un cineasta enfant terrible en su Rifkin’s Festival, ambientada en el propio Festival de San Sebastián. Estrella en numerosas películas como los Soñadores de Bertolucci o las dirigidas por su propio padre Philippe Garrel o Cristophe Honoré, hace tres años triunfó con su segunda película como director, Un hombre fiel, coescrita con el mítico y desparecido Jean-Claude Carrière, guionista de muchos títulos de Buñuel.
Último filme escrito por Carrière, al que dedica la película, Un pequeño plan… cómo salvar el planeta, nos propone una pequeña y delicada farsa en la que se mezclan las profecías apocalípticas alentadas por el cambio climático con la reflexión sobre la madurez. El propio Garrel y su esposa, Laetitia Casta, dan vida a un matrimonio burgués que se queda horrorizado cuando su hijo de unos doce años les desvela que ha vendido objetos de valor de la familia para financiar un proyecto en África que detenga el cambio climático. Con una duración de apenas una hora y unos pocos minutos, la ansiedad por la rebelión filial se mezcla con la preocupación paterna por haber perdido el idealismo que les distinguió en su juventud. Es una película pequeñita y simpática que al final acaba teniendo emoción y una cierta melancolía.