San Sebastián: el realismo mágico de Claudia Llosa y las redes sociales según Laurent Cantet
Claudia Llosa reflexiona sobre la maternidad en clave fantástica en 'Distancia de rescate' y Laurent Cantet retrata la caída a los infiernos de un joven escritor que escribe tuits llenos de odio
20 septiembre, 2021 19:06La cineasta Claudia Llosa (Lima, Perú, 1976) ha construido un universo muy personal película a película en el que se mezclan lo telúrico y lo fantástico, las viejas leyendas y mitos suramericanos con las pasiones humanas. Distancia de rescate, que se estrenará en Netflix, supone una nueva vuelta de tuerca a su mundo sensorial y poético de la mano de una novela homónima de Samanta Schweblin, que ejerce como coguionista.
La maternidad se impone como tema central de esta película en la que vemos primero la conexión y luego la devastación de dos madres muy distintas, la sensata Amanda (María Valverde) y la más turbulenta Carola (Dolores Fonzi) en un rincón de la campiña argentina. Un lugar que parece idílico en el que fallecen los caballos, los niños “transmigran” sus almas para curarse y es acosado por un mal que no tiene nombre ni forma, una especie de maldición sobrenatural con causas muy humanas como la destrucción del medio ambiente.
Narrada a dos voces —la propia Amanda y David, el hijo de su amiga—, Distancia de rescate se refiere al perímetro defensivo que establecen las madres en torno a sus hijos, siempre alertas de que no les pase nada malo pero también de no atosigarlos y sobreprotegerlos. Hay ecos del cine de la gran Lucrecia Martel (La ciénaga) en este filme intenso y metafórico en el que a veces es fácil perderse pero que se endereza siempre por la mirada de una Llosa que maneja con soltura sus recursos expresivos. La película funciona como cuento de terror —ese “niño fantasma” que podría haber creado Cronenberg—, pero también como fábula sensitiva sobre las ataduras entre seres humanos y nuestra capacidad para sanarnos pero también la de dañarnos.
En San Sebastián no para de llover y hace un frío otoñal en un festival que derrota a la pandemia con aforos más reducidos y una organización milimétrica. El fin de semana, siempre momento cumbre, vio el estreno de la nueva película de Laurent Cantet (La clase), titulada Arthur Rambo, en la que reflexiona sobre el poder corrosivo de las redes sociales en una sociedad cada vez más violentada por las divisiones ideológicas.
Cuenta la ascensión y caída de Karim D (Rabah Nait Oufella), un joven de origen argelino de las célebres banlieues parisinas que alcanza la gloria literaria con el relato de la lucha por la supervivencia de su propia madre. Primero, vemos su triunfo cuando aparece en televisión y logra atrapar a millones de espectadores. Después, su estrepitosa caída cuando se descubre que durante meses tuiteó bajo el pseudónimo de Arthur Rambo todo tipo de barbaridades antisemitas y homófobas llegando a celebrar incluso los atentados terroristas de Charlie Hebdo.
Cantet se mueve en un equilibro precario. Primero admiramos al personaje, después lo detestamos (los tuits son espantosos) y acto seguido lo compadecemos porque frente a un error fatal se encuentra una sociedad monstruosa que nada disfruta más que destruir a sus ídolos. La cólera, la de los inmigrantes que se sienten marginados por un país que los considera extranjeros aunque lleven cuatro generaciones y la de quienes se lamentan de su precariedad y les echan la culpa, es el asunto de un filme sólido y contundente que abre multitud de interrogantes. Si hace poco veíamos en la película española Chavalas de Carol Rodríguez la dificultad de una chica de una barriada de Barcelona para sentirse cómoda en el mundo cultural, aquí el desgarro es aún más fuerte. Karim se debate entre sus raíces y su futuro, entre lo que ha sido y lo que puede ser, y el gran mérito del filme es que el supuesto monstruo acabe generando nuestra compasión.
A concurso, una película curiosa y honda como Vous ne désirez que moi, en la que se recrea la larga entrevista que dio en los años 80 el joven amante de la entonces anciana escritora Marguerite Duras. Dirigida por la británica afincada en París Claire Simon, lo único que vemos es a Yann Andréa (Swann Arlaud) confesarle sus secretos más íntimos a la periodista Michele Maceaux (Emmanuel Devos). La suya es sin duda una historia de amor peculiar, no solo porque el joven fan y su ídolo, luego amante, le llevaba más de treinta años, también por su homosexualidad. Conocemos a un hombre tiranizado por la “gran mujer”, que escogía su ropa y le decía cómo tenía que caminar o hablar. Una mujer celosa que lo obligaba a, como dice el título, “solo desearme a mí” en una relación al mismo tiempo fantástica e inquietante donde se rompen las convenciones sociales y morales. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
En Sección Oficial también se ha podido ver As in Heaven, de Tea Lindeburg, en la que vemos, o más bien “sentimos”, la Dinamarca rural, supersticiosa y atrasada, del siglo XIX. Es un mundo que hemos visto en otras películas como la sueca Pelle el conquistador, la obra maestra de Bille August, o en la danesa El festín de Babette (Gabriel Axe, 1987), sin olvidar el cine de Dreyer como la totémica La palabra (1955). En este filme de Lindeburg, vemos la desesperación de la joven Lise (Flora Ofelia Hofmann Lindahl), enfrentada a su padre y protegida por su madre en su deseo de seguir yendo a la escuela. Cuando la madre cae enferma ante un parto, poco a poco la chica va asumiendo que si muere se convertirá en la nueva “ama de la casa”, lo cual equivale a decir que será la criada el resto de su vida. Lo cuenta la directora en una película atmosférica repleta de pequeños momentos costumbristas y aunque no es el filme más original del mundo sí logra recrear con viveza el universo que retrata.
En Zabaltegi, un título de relumbrón. Bad Luck Banging or Loony Porn (“mala suerte follando o porno loco”), del rumano Radu Jude, ganadora del último Oso de Oro en Berlín. Con ecos evidentes de Godard y el “cinéma verité”, es una película rarísima sobre la odisea de una profesora de Historia de instituto cuyo mundo se desmorona cuando alguien cuelga en las redes un vídeo casero en el que se la ve haciendo el amor con su marido. Arranca el filme con una larga escena porno con felaciones incluidas, prosigue con una larga secuencia de la protagonista deambulando por Bucarest y a medio metraje se detiene para dar paso a una serie de reflexiones filosóficas. Acaba la función con una especie de juicio sumarísimo al que es sometida por los padres de los alumnos de su escuela para decidir sobre su continuidad.
Muchas veces, la propia película nos sugiere que se trata todo de una “broma” y en general el cineasta opta por la farsa para contar lo que podría ser una historia trágica. Rodada en plena pandemia, vemos una sociedad hostil en la que la mascarilla se convierte en un catalizador de las tensiones. Es una Rumanía crispada e hipócrita en la que esta profesora valiente e inteligente se convierte en casi una heroína por la forma en que se enfrenta a una caza de brujas. Cabe aplaudir la osadía del cineasta, que mezcla la ficción con el documental, el crudo realismo con el surrealismo e inventa hasta tres finales posibles. Si es una broma, es de las buenas.
Y en Perlas, lo nuevo de la francesa Céline Sciamma, quien alcanzó fama internacional con la fantástica Tomboy (2011), el retrato de una niña que se hace pasar por niño durante un verano idílico. Petite Maman, su nuevo filme, es una pequeña fábula sobre una niña de unos cinco años que ante la ausencia de su madre se inventa a una amiga imaginaria de su misma edad que ejerce ese rol. Conocemos por Tomboy lo bien que Sciamma rueda la naturaleza, su capacidad para crear un mundo sensitivo de sensaciones y emociones a flor de piel. Aparte de eso, reconozco que esta película sobre la soledad y el sentimiento de abandono infantil me deja un poco frío.