Preparativos para estar juntos un período de tiempo desconocido, el segundo filme de la directora húngara Lili Horvát (Budapest, 1982) tras The Wednesday Child (2015), fue la gran triunfadora de la pasada edición de la Seminci. Conquistó la Espiga de Oro, el premio al mejor nuevo director y el de mejor actriz para la sublime Natasa Stork en su primer papel protagonista, intérprete que ya conocemos por sus apariciones en filmes de Kornél Mundruczó como Semilla de maldad (2010) o Jupiter’s Moon (2017). ¿Merecía tales reconocimientos este filme de interminable título en una edición en la que había propuestas tan interesantes en liza como Gaza mon amour (Arab y Tarzan Nasser), Josep (Aurel), El profesor de persa (Vadim Perelman), Cerca de ti (Uberto Pasolini) e incluso toda una nominada al Óscar a mejor película como Minari. Historia de mi familia (Lee Isaac Chung)?
Ya se sabe que los caminos de los jurados son inescrutables, pero la propuesta de Horvát es un filme que, pese a algún desliz narrativo y un final algo tibio, logra con creces ser tan enigmático, resbaladizo y sugerente como pretende.
Búsqueda desesperada
La película arranca con Márta (Stork), una brillante neurocirujana húngara de 40 años, viajando en avión de EE.UU. a Budapest. Ha decidido abandonar su cómoda y exitosa vida americana por János Drexler (Victor Bodó), un hombre con el que inició un romance en un congreso de Medicina en Nueva Jersey y con el que ha quedado en verse un mes después en el Puente de la Libertad de la capital húngara. Pero el hombre no aparece. Márta lo busca desesperadamente por la ciudad y finalmente lo encuentra en el hospital en el que trabaja pero, cuando lo encara, él afirma no haberla visto nunca. A partir de entonces, la directora nos plantea la siguiente cuestión: ¿ha perdido Márta totalmente la cabeza, se lo ha inventado todo desde cero, o es él quién está mintiendo?
La película, por tanto, juega a ser una especie de híbrido entre drama romántico, noir y thriller psicológico, y se puede entender como un estudio sobre la obsesión y la locura que adquiere varias capas de significado gracias a la decisión de que los protagonistas se dediquen, precisamente, a reparar el cerebro de la gente. “No fue arbitrario que al escribir el guion escogiera a neurocirujanos entre todas las especialidades de medicina”, ha explicado la directora. “En primer lugar, se trata de cosas muy específicas: carne, sangre, huesos. Pero hay también algo muy misterioso en la neurocirugía –su lado casi poético– ya que los cirujanos sostienen en sus manos los sentimientos y los pensamientos de una persona viva. Es un hecho que pensar y sentir constituyen procesos físicos al límite de la comprensión. Esto cuadra muy bien con la esencia de nuestra película”.
El retrato de la protagonista nos retrotrae a la sensibilidad de Cassavetes, Hitchcock y Kieslowski
Aunque tras el desencuentro inicial, Márta se dirige al aeropuerto para retomar su vida en EE.UU.,finalmente cambia de idea de manera impulsiva. Decide en un arrebato quedarse en Budapest y consigue un empleo en el hospital en el que trabaja su supuesto amante, alquila un piso y se pone en manos de un psicólogo para tratar de descifrar la realidad de lo que está ocurriendo. Ella mantiene las distancias con el hombre de sus desvelos, aunque lo espía desde lejos o por internet, pero finalmente coinciden en mitad de una operación, en la que quizá sea la mejor escena de la película: la manera en la que se desempeñan en completa armonía está cargada de romanticismo, a pesar de la crudeza de las imágenes de vísceras seccionadas. Pero, claro, las distancias entre ellos siguen siendo enormes, como escenifican las mascarillas y las batas. Otra escena deliciosa se produce después, cuando las barreras personales entre una y otro empiezan a caer y pasean juntos pero separados, cada uno desde una acera distinta de la calle.
Solitaria y racional
Todo se cocina a fuegolento en este filme sinuoso, sin innecesarias sobreexplicaciones, dejando que el espectador vaya hilvanando los hilos que penden de la percepción quizá trastornada de Márta, una mujer solitaria y racional de la que se nos dice que nunca antes se había enamorado. El retrato de sus dudas e inseguridades nos retrotrae a la sensibilidad de Cassavetes, pero también a Hitchcock (el filme parece una versión sui generis de Vértigo en el que los géneros de los protagonistas están invertidos) o a Kieslowski, muy presente desde el punto de vista dela puesta en escena. Quizá es ella misma quien se está haciendo luz de gas, como le expresa al psicólogo con excesiva frialdad, incluso con curiosidad profesional. O quizá es que prefiere estar loca a la posibilidad de ser amada.
Todo esto lo interpreta de maravilla Stork, el gran descubrimiento de la película, con una enorme intuición y valentía, controlando siempre la gestualidad para expresar lo máximo desde la pura contención en todos los gestos. Por su parte, Horvát consigue crear un aura enigmática y ambigua gracias a que la mirada sobre la protagonista es distante y fría. Aunque la seguimos muy de cerca, casi apegados a su rostro, en ningún momento tenemos claro lo que pasa por su cabeza. Tampoco es baladí que el Para Elisa de Beethoven tome la banda sonora de manera recurrente, al fin y al cabo la historia tras esta composición esboza un romance nunca del todo aclarado. Y es en estos detalles donde el filme se hace grande.
La apuesta visual, en granulado y arrebatador 35 mm, sensible a la utilización de la luz y la paleta de colores para mostrar el estado emocional de la protagonista, remarca de manera definitiva la profundidad del relato. “Nuestra elección del material fílmico no fue un lujo estetizante, sino más bien un gesto que equipara la imaginación creativa del espectador con las expectativas de Márta, lo que nos permite potenciar los verdaderos temas”, explica la directora.
Hay más líneas argumentales en la película, como una crítica al funcionamiento sanitario de Hungría, en el que el machismo campa a sus anchas, pero en definitiva Preparativos… es un filme misterioso que consigue emocionar y que nos lleva a otra manera de rodar y entender el séptimo arte, más propia de finales de los 80 del siglo pasado. Lili Horvát muestra cómo el amor nos hace vulnerables y provoca que dudemos de todo, también de nosotros mismos.