Hemos visto muchas veces la historia de la actriz joven e ingenua que llega a Los Ángeles para triunfar en el mundo del espectáculo. Ahí está la serie de remakes de Ha nacido una estrella iniciada en 1954 por George Cukor, cuya última versión de 2018 con Lady Gaga dirige Bradley Cooper. En Pleasure, esa futura figura del cine es una adolescente sueca de 19 años, Bella (Sofia Kappel), que huye de un pasado de abusos sexuales por parte de su padre para triunfar como actriz “guarra” (la expresión se repite varias veces en el filme). La directora, Ninja Thyberg, refleja su ascenso al estrellato con una mirada fiel a ese mundo, a sus miserias, que son muchas, pero también mostrándonos un sector ultraprofesionalizado en el que ruedan películas porno como otros fabrican chorizos. En realidad, los horrores que vemos vienen a decir mucho más sobre nosotros, como consumidores de un género que se ve de manera masiva, que sobre quienes lo hacen.
Bella llega a Los Ángeles con una maleta cargada de sueños y una mochila repleta de traumas. Huye de su Suecia natal porque opina que allí “todos están locos” y hay en ella una extraña mezcla entre fragilidad y determinación. Por una parte, una relación con el sexo adulterada por las violaciones paternas, por la otra, un carácter de hierro y ambición. En un mundo competitivo, la chica se hace amiga de una joven descarriada con menos disciplina que ella mientras admira a la nueva sensación del porno, otra joven que imita el look de Ava Gardner. Poco a poco, aprende el oficio. El momento catártico, en toda película sobre una estrella ascendente existe esa secuencia en la que pierde la inocencia, llega cuando accede a rodar una escena “dura” en la que es humillada, escupida en la cara y abofeteada por dos hombres. Bella se derrumba pero luego se resarce con un vídeo que tiene 700 mil visitas en una semana en la que es penetrada analmente por dos afroamericanos a la vez.
El porno nunca ha sido tan accesible y en parte su omnipresencia se ha convertido en uno de los elementos que definen nuestra cultura. En nuestro país, según una encuesta, al menos uno de cada cuatro chavales comenzó a ver porno antes de cumplir los trece años. Otros datos cantan: un 25% de las búsquedas en Internet buscan contenido sexual, un 70% de los jóvenes lo consume y etc, etc. La industria mueve más de 2500 millones de euros al año solo en Estados Unidos y gran parte de la virtud de este documental es que la directora no aprieta las tuercas. El porno es sórdido pero sus agentes, representantes, directores y maquilladores se comportan de manera estrictamente profesional en ese entorno tan estadounidense en el que todo está reglado al milímetro por contratos y donde cualquier desviación se convierte en una querella.
El viaje de la protagonista, desde la inmadurez y el desconocimiento de lo que le espera está bien narrado y no moraliza en ningún momento. Como le repiten varias veces, “estás aquí porque quieres”. La idea del placer, expresada en el propio título, se convierte en el eje enigmático sobre el que gira su peripecia, nunca llegamos a saber si tiene una relación extraña con el mismo o producto de esos abusos se comporta de manera maquinal, como si por culpa de eso hubiera perdido cualquier tipo de conexión emocional. La Bella de esta película no es una drogadicta ni una loca, es una mujer de origen sencillo con ganas de ganar dinero y hacerse una carrera, las trampas a las que debe enfrentarse no son distintas a las de cualquier entorno laboral. Lo que sí resulta espantoso es la cantidad de veces que estas mujeres deben ser humilladas y maltratadas en estas películas, convertidas en objetos de placer sádico para unos hombres que uno imagina inseguros y asustadizos. Sino, no se explica ese disfrute del dolor ajeno. Pleasure habla más de nuestro placer que del de esa “pobre” Bella que logra convertirse en una reina a su manera.