Año 1982. Un joven policía curtido en los barrios más duros de Madrid acepta un destino en un pueblo de mar con la esperanza de curar a su hija y, de paso, ganar algo de tranquilidad. Una vez allí, se ve envuelto en la investigación del extraño asesinato del inspector al que ha de sustituir. Las pesquisas le llevarán hasta un hotel playero donde una comunidad de ancianos nazis, reclamados por muchos países por crímenes contra la humanidad, vive un retiro paradisiaco y feliz. Esta es la propuesta con la que Óscar Aibar (Barcelona, 1967) regresa al cine tras dirigir filmes como Atolladero (1995), Platillos Volantes (2004) o El Gran Vázquez (2010). Estamos ante un thriller policíaco clásico en el que Ricardo Gómez, el Carlos Alcántara de Cuéntame cómo pasó, interpreta a un detective solo ante el peligro y que nos introduce en una época de claroscuros que quizá no está tan lejos de la actual. Completan el reparto, Vicky Luengo y Pere Ponce.
Pregunta. ¿De dónde surge la historia de El sustituto?
Respuesta. Tiene dos puntos de partida muy claros. El primero se produjo cuando hace unos 10 años acabé en un restaurante de verano en Calpe y vi en una pared, repleta de las típicas fotografías de famosos tipo Arévalo, una instantánea pequeña en color en la que aparecían seis hombre y cuatro de ellos llevaban guerreras de la Wehrmacht o de las SS. Lo primero que pensé, sobre todo por los peinados, es que debían ser actores de alguna producción de Hollywood sobre la II Guerra Mundial rodada en la zona en los 60, pero el camarero me dijo que no, que eran los alemanes de Denia que a veces iban allí a celebrar alguna cosa. Ahí se me abrió la Caja de Pandora y empecé a rellenar una libreta con lo poco que se había publicado sobre el tema. Descubrí que Denia había sido uno de los enclaves fundamentales de la ruta de escape de nazis y que allí habían vivido plácidamente muchos años sin que el gobierno español aceptara las órdenes de extradición que había contra ellos por graves crímenes contra la Humanidad.
P. ¿Cuál fue el otro punto de partida?
R. La publicación hace cuatro años de unos papeles del Mossad y la emisión de una serie de Netflix sobre este servicio de inteligencia israelí. Allí se veía a unos viejecitos ex agentes que hablaban de dos operaciones fracasadas en el Levante español. Esto provocó que mi imaginación se pusiera a volar y poco a poco fue surgiendo el guion de este thriller policial.
P. ¿Estaban estos nazis realmente tan protegidos por Franco? En un momento del filme vemos incluso una foto en la que aparece Fraga con ellos...
R. Hay otro documental, que se estrenó en RTVE y que ahora está en Netflix, El hombre más peligroso de Europa, sobre Otto Skorzeny, en el que se cuenta algo que yo me creo mucho y es que esta gente vivía durante el franquismo como estrellas del rock. No es que no se escondieran, algo que puede certificar cualquier habitante de Denia, sino que eran invitados a los principales saraos de la época. Y había gente que se vanagloriaba de conocerlos, eran auténticos fans. Supongo que si tú eras un artista aficionado del fascismo, pues ellos te debían parecer auténticos profesionales. Vivían una vida muy poco oculta.
P. La película se ambienta en un año clave de la Transición, 1982, con el Mundial de fútbol y las elecciones de fondo. ¿Por qué esa fecha?
R. La idea de ambientar la película en esa fecha se me ocurrió tras una conversación con el actual alcalde de Denia, que en aquella época era un adolescente que tocaba el clarinete en la banda municipal. Me contó que cada año tocaba en el cumpleaños de Hitler, que era una fiesta de primavera que se celebraba en los apartamentos Bremer en la que los alemanes desempolvaban los uniformes nazis. La última fue en el 82 porque el director de la orquesta se negó a seguir participando, pero quizá también los alemanes se empezaron a sentir menos amparados porque iban a ganar los socialistas las elecciones e iba a volver la izquierda al poder después de 50 años.
P. ¿Cómo eran aquellos años?
R. Muy violentos. ETA asesinaba cada semana, el boom de la heroína era salvaje, y España quería mostrarse al mundo a través del Mundial del 82 como un país avanzado, limpio, internacional… Pero la realidad es que estábamos saliendo de la Edad Media, de 40 años de franquismo y no sabíamos hacer muchas cosas. Esa época de mi adolescencia me fascina e intento plasmarla lo mejor posible en la película.
P. ¿De qué vivían los alemanes de Denia?
R. No solo estaban aquí huidos, escondidos o de vacaciones, estos alemanes eran emprendedores. Y todo el dinero que traían de Suiza, que lo habían sabido blanquear, lo invertían. En la Costa Blanca se centraron en el negocio inmobiliario, que en esa época empezaba a ser importante, y varias de sus empresas alcanzaron una gran dimensión, con la construcción de muchos apartamentos.
P. ¿Qué tono buscaba para la película?
R. Es un thriller policial. Siempre intento que la gente que invierta su tiempo en ver lo que hago pase un momento entretenido y se divierta. Es un thriller al uso, oscuro, de investigación.
P. ¿Tenía referentes concretos?
R. Me marcaron para toda la vida aquellos thrillers que veía en el cine de barrio que frecuentaba cuando era joven. De aquellas pelis de espías de la II Guerra Mundial de finales de los 60 y principios de los 70 había algunas películas en las que ya aparecía la figura del ex nazi huido como auténtico monstruo, como germen del mal más puro. Me obsesionaban Marathon Man (John Schlesinger, 1976), con Laurence Olivier por el barrio judío de Nueva York, Los niños del Brasil (Franklin Schaffner, 1978) o Odessa (Ronald Neame, 1974). El personaje de Olivier es una encarnación del mal que no se superó hasta la llegada de Hannibal Lecter. Algo de todo esto en la realización y el tono he intentado introducir en mi película.
P. ¿Se inspiró en algún personaje concreto para crear al protagonista?
R. Es el hombre que se encuentra solo ante la investigación, que sin querer acaba siendo el héroe, que abandonado por todo el mundo se enfrenta a una realidad que nadie quiere ver. Harrison Ford en Blade Runner podría ser un referente. Es un clásico.
P. ¿Por qué eligió a Ricardo Gómez, que parece tan alejado en principio del personaje?
R. En España somos un poco especiales. El cine de Hollywood ya ha superado desde hace años el rollo ese de que si sales en la televisión no puedes hacer películas. De hecho, casi todas las nuevas estrellas se han curtido en la televisión. Sin que él lo eligiera, porque era un niño cuando empezó, Ricardo ha invertido gran parte de su vida haciendo una serie muy conocida de televisión. Es cierto que aquel era un papel muy alejado de este, pero Ricardo ha demostrado a todo el mundo que puede hacer teatro de primer nivel y cine y ofrecer personajes muy diferentes. A mí me enamoró cuando lo conocí. Técnicamente es uno de los actores más formados de España, lleva rodando casi diariamente desde los 6 años. Es un actorazo. Aposté por él y estoy muy contento.
P. Hay algunos directores que rehuyen de hacer películas de época por todas las implicaciones que tiene en arte y presupuesto. ¿Fue complicado recrear aquellos años?
R. Es muy complejo. A mí, sin embargo, me gusta especialmente porque rodar época te obliga a replantearte cada milímetro del plano, no hay nada que pueda ser aleatorio. Cuando ruedas actualidad puedes dejar mucho espacio a la cámara y todo es válido. Revisar es un trabajo muy duro pero me satisface mucho. Me encanta cuando el cine es como una máquina del tiempo que te transporta a otro tiempo que un equipo de gente intenta reproducir. En este sentido, los 80 son muy duros, muy tópicos estéticamente, muy setenteros todavía en la ropa, los coches… Y había un feísmo en España que me gusta reproducir, pero también eran los inicios del color, de una España que explotaba en esos momentos, una especie de pre Movida, porque la Movida solo existía en Madrid. La modernidad artística empezaba a florecer y era una España en todos los sentidos muy interesante.
P. ¿Cuál fue el mayor reto del rodaje?
R. Pues había varios, como intentar defender un plan clásico de rodaje español en muy pocos días y con varias secuencias de acción, que para mí son fundamentales en los thrillers, que nos costaron mucho y de las que estoy muy satisfecho. Y sobre todo lidiar con el covid. Fue una de las primeras producciones que se rodó después del cierre y había muchísimo nerviosismo al respecto. Las medidas de seguridad se estaban descubriendo en esos momentos.
P. El final de la película es bastante desalentador. ¿Realmente nada cambia?
R. Han cambiado cosas. Acabo con un espejo en un puente hacia el momento actual y desgraciadamente algunas personas están revisitando la historia de una manera demasiado interesada, y no solo en España, también en Italia, en Francia y en otros muchos países. En la cita que inserto al final del escritor francés Olivier Guez, que tiene una novela que recomiendo a todo el mundo sobre la desaparición de Josef Mengele, dice algo así como que cada dos o tres generaciones se borra la memoria y los responsables de las masacres son sustituidos por otros. A pesar de que mi función es entretener y que la gente pase un rato divertido y viva una experiencia cinematográfica, intento meter una pica en Flandes sobre la memoria histórica. Es decir, que se aprenda un poco de los horrores del pasado y que no se olviden para que no se vuelvan a repetir en el futuro.