Los 80, ¡qué tiempos! Hay un momento de esta Cazafantasmás: Mas allá en el que Dan Aykroyd habla de esa época como “materialista” y próspera, marcada por el neoliberalismo a ultranza de Reagan. Los grandes blockbusters de Hollywood, con un tono más pop y menos grave que las actuales películas de superhéroes, símbolo de un mundo más ansioso y escéptico que el de entonces, triunfaban cuando directores como Spielberg (E.T., Indiana Jones) o Robert Zemeckis (Regreso al futuro) dominaban el cotarro. Uno de los títulos que marcaron época fue sin duda Los cazafantasmas, dirigida por Ivan Reitman, una celebración absoluta de lo mejor que el Hollywood mainstream podía ofrecer: muchos efectos especiales, un tono optimista y disfrutón, grandes actores como Bill Murray y Sigourney Weaver aderezados por un guión ingenioso y dotado de gracia y encanto.
Aquel éxito dio lugar a una secuela en 1989 y un reboot de la franquicia en 2016 en el que los cazafantasmas se convertían en “las” cazafantasmas y que no funcionó en taquilla. Casi cuarenta años después, Jason Reitman, hijo de Ivan, resucita a los personajes con una película que se plantea como una secuela directa de la original, como si las otras dos nunca hubieran existido. Cuenta la peripecia de una madre soltera (Carrie Coon) que se traslada a Oklahoma para vender la casa de un padre al que nunca conoció. Es un caserón destartalado en medio de la nada repleto de pintadas siniestras sobre el advenimiento del Apocalipsis. Acompañada de sus dos hijos adolescentes, la brillante Phoebe y el tímido Trevor, poco a poco la familia irá descubriendo que el viejo cascarrabias al que todos tomaban por loco en el pueblo no estaba tan loco.
¿Cómo definir el espíritu de los 80? Flipado, podría ser una buena palabra. Una serie de Netflix como Stranger Things ha rescatado de manera reciente con éxito el tono de aquellos filmes muy marcados por la impronta de Spielberg: el sentido de la aventura, lo mágico, el materialismo rampante pero quizá mayor ingenuidad que ahora, ese “flipe” constante. Son películas como Cazafantasmas, pero también otras como Los Goonies (Richard Donner, 1985), que ponen la camaradería en la cima de los valores. Repleta de guiños y homenajes a la primera película, Jason Reitman realiza una “película-homenaje” disfrutona y divertida a la que le falta una historia un poco más potente que contar. La sorpresa final, que conviene no desvelar, añade un plus de emoción y sentimentalismo a unos personajes carismáticos e inolvidables.