Paolo Sorrentino: "Con 'Fue la mano de Dios' me he reconciliado con Fellini"
Llegar hasta el final en su universo emocional. Eso es lo que ha buscado Paolo Sorrentino en su última película, un viaje interior en su Nápoles natal marcado por la muerte de sus padres, interpretados por Toni Servillo y Teresa Saponangelo
3 diciembre, 2021 09:03Paolo Sorrentino (Nápoles, 1970) viaja en Fue la mano de Dios al Nápoles de los años 80 –una ciudad de leyenda en la que Maradona se convierte en un semidiós redentor de la miseria– para abordar los años de su juventud, luminosos y festivos, bañados por un vitalismo de tintes surrealistas propios del sur de Italia. La película se transforma en tragedia cuando mueren los padres del director de manera accidental por un escape de gas en el apartamento familiar. Ellos son Maria (Teresa Saponangelo) y Saverio (Toni Servillo, actor fetiche del director), unos padres de clase media, bromista y dulce ella, hermético y distante él según los cánones de la época. Al propio Sorrentino lo interpreta Filippo Scotti, un chaval de cuerpo espigado y cabello oscuro rizado, desesperado por perder su virginidad y que después de esa tragedia se reafirma en su larvada vocación de cineasta.
Ganador de un Óscar a la mejor película extranjera por la totémica La gran belleza (2014), un homenaje desbordante al legado clásico italiano y a su sentido lúdico de la vida, Sorrentino ha hecho de la propia Italia su “gran tema”. Debutó en 2001 con Un hombre de más, una reflexión sarcástica sobre la fama, y se convirtió en una celebridad con Il Divo (2008), hiperbólico retrato del maquiavélico Giulio Andreotti. El mundo del poder siempre le ha resultado atractivo, como también hemos visto en su serie sobre el Papa y, en 2018, en Silvio (y los otros), demoledor retrato de Berlusconi. Sin perder su tendencia al barroquismo, pero menos “grandioso” y más neorrealista, Fue la mano de Dios es sin duda su trabajo más personal, una película que solo puede acabar siendo triste (aunque no amarga).
Pregunta. Fue la mano de Dios aborda la muerte de sus padres pero hasta ese momento la narración es alegre y luminosa. ¿Quería poner en relieve la parte buena?
Respuesta. Cuando cumplí los 50, me di cuenta de que mi forma de filmar se estaba convirtiendo en rutina. Quería cambiar el tono y me sentía preparado para afrontar esos recuerdos. Al mismo tiempo, con los años he aprendido a no amargarme la vida con tonterías y eso supongo que está en la película. En cualquier caso, mi vida fue así. Tuve una infancia y una adolescencia muy felices. Entonces ocurrió la tragedia y donde había alegría hubo dolor y pena. El cine al final consiste en convertir una historia personal en algo universal para que cualquiera pueda identificarse.
Un toque de realismo
P. Es su película más cercana a la tradición de la comedia italiana costumbrista. ¿Quería reflejarse claramente en ese legado?
R. Me he pasado la vida renegando de la influencia de Fellini pero ya no puedo hacerlo más, debo rendirme y reconocer que me he reconciliado con él. Para mí él es el gran exponente de la comedia italiana. He crecido con esas películas y eso marca de una manera muy clara mis propias memorias. De todos modos, me paso el día escuchando comparaciones con Amarcord y creo que son películas distintas. La mía es mucho más realista mientras la película de Fellini es una colección de recuerdos, algunos inventados, humorísticos, relacionados con el placer. Sus primeras películas me han inspirado mucho más.
“Es imposible encontrar un actor idóneo para interpretar a Maradona. ¿Quién lo haría? ¿Leonardo DiCaprio?”
P. Retrata un Nápoles exuberante, bullicioso y algo tercermundista. ¿Siente la ciudad como un microuniverso?
R. He querido que fuera un personaje más y tratarla con la misma delicadeza que a los otros. A pesar de todos sus problemas y sus carencias, Nápoles también es muy esnob. El verdadero napolitano considera que nada de lo que sucede fuera de ella es realmente importante. A los napolitanos no les interesa el resto del mundo, si alguien trae una idea nueva como mucho la integra en la cultura napolitana.
P. ¿Le daba seguridad que Toni Servillo, su actor fetiche, interpretara a su padre?
R. Para mí Servillo es un amigo y también una figura paterna. Era una elección obvia que él interpretara ese personaje. No pude darle muchas indicaciones porque fue un hombre muy serio al que nunca llegué a conocer bien, siempre fue un tipo bastante misterioso, poco cristalino. Mi madre era lo contrario, una mujer muy límpida. Así que Servillo se lo ha inventado. Una de las tristezas de esa muerte fue que nunca pude conocerlo siendo adulto para comprenderlo. A los dieciséis años no eres capaz de entender el material del que está hecha una persona.
P. ¿Fue doloroso rodar la muerte de sus padres?
R. Como espectador me molesta que las películas escondan los momentos más importantes. Si afrontas una película tan personal debes llegar hasta el final. Escribí la escena de su muerte yo mismo y quería mostrarlo. Siento que toda mi trayectoria como cineasta fue una preparación para rodar ese momento.
P. La película culmina con su mudanza a Roma para estudiar en la Universidad…
R. Yo era solo un adolescente. La desaparición de mis padres me convirtió en un adulto de golpe. Desde entonces, trato de mantenerme como un adolescente en la vida. Hay otro aspecto y es que al ser huérfano también ganas mucha libertad porque nadie te dice lo que debes y no debes hacer. El problema de todo ese caudal de libertad es que puedes abusar de ella y acabar mal. Nunca he dejado de luchar y de tratar de aprender. Es muy simple, creces sin referentes y tienes que hacerlo por ti mismo durante todas las etapas de la vida. No siempre es fácil. Muchas personas acaban siendo víctimas de esta situación. A mí por suerte me ha ido bien.
Una entradas providenciales
En una Nápoles caótica, atrasada y enrarecida por la presencia de las mafias del sur de Italia, la aparición de Maradona adquiere tintes mesiánicos. Esa “mano de Dios” del título, como saben todos los aficionados al fútbol, es la del astro argentino. Con sus populosas barriadas en las que los vecinos hacen vida en común, los triunfos del argentino se celebraban como una especie de revancha contra el estigma de ser la ciudad más conflictiva de Italia.
“En Nápoles veíamos a Maradona como una figura semi divina –dice Sorrentino–. Había muchos elementos religiosos en la forma de tratarlo, se le veía también como a un mártir. A mí me salvó la vida”. En su caso, ese aspecto providencial fue sorprendente. El cineasta se salvó literalmente de morir gaseado en su casa porque consigue unas entradas para verlo jugar en el estadio del Nápoles. Diego Armando, “el hombre turbulento” ha sido objeto de numerosos documentales de calidad como los rodados por Kusturica en 2008 o Asif Kapadia diez años después, titulados ambos Maradona. Sorrentino, sin embargo, no tiene entre sus planes dedicarle el primer biopic de ficción: “No creo que sea posible encontrar al actor idóneo. ¿Quién puede hacer de Maradona? ¿Leonardo DiCaprio?”.