Tres pisos, la nueva película de Nanni Moretti, es una historia que aborda las vidas de una serie de vecinos de un barrio de clase media con un estilo claro, sin florituras ni ideas visuales estridentes, con las dosis justas de puntuación desde la banda sonora. El director italiano ofrece una radiografía sencilla y emocionante de la familia y sus fracturas, que parte de una novela homónima del israelí Eshkol Nevo, un gran éxito de ventas en Italia, trasladando la acción de Tel Aviv a Roma, pero manteniendo el dibujo de los personajes y el desarrollo de los conflictos que se producen entre ellos.
La tensión entre deseo y realidad, entre esperanza y miedo, define el viaje de las almas sobre las que Moretti pone la lupa. En primer lugar, tenemos a Aldo (Ricardo Scarmaccio), cuya estabilidad emocional queda seriamente perjudicada cuando comienza a sospechar que su hija de unos siete años ha podido ser víctima de un abuso sexual por parte de su vecino Renato, que muestra síntomas de demencia. En segundo lugar, está Mónica (Alba Rorhwacher), madre primeriza que tiene que lidiar con la más cruda soledad por las continuas ausencias de su marido por motivos laborales. Por último, encontramos a Dora (Margherita Buy), cuya lealtad y afecto se debate entre su severo marido Vittorio, un juez interpretado por el propio Moretti, y su alocado hijo Andrea (Alessandro Sperdutti), responsable de la muerte de una mujer cuando conducía borracho.
Dilemas morales
Lejos ya de aquellos ensayos fílmicos como Caro Diario (1993), en los que indagaba en sus obsesiones con humor e ironía, Moretti practica ahora el límpido y elegante estilo que caracterizaba a La habitación del hijo (2001), película que ganó la Palma de Oro en Cannes, y que se prolongaba en su última entrega, Mia Madre (2015). En Tres pisos nos encontramos conflictos que podrían caer con facilidad en el melodrama, pero felizmente son tratados con mesura, contención e inteligencia. El director evita así forzar la narrativa o la puesta en escena (aunque quizá habría que haber pulido alguna coincidencia algo incómoda) y consigue un filme en el que es fácil dejarse llevar, por muy trillados que resulten los dilemas morales que asaltan a unos personajes claramente aburguesados.
En una película sobre temas tan mundanos como la responsabilidad paternal, la salud mental o la pérdida de los seres queridos (y que no tiene más apunte de carácter político o social que la aparición de una protesta de extrema derecha ante las puertas de una asociación que recoge ropa de segunda mano), los únicos alardes que se concede Moretti tienen que ver con la fluidez con que intercala las tres historias de estos tres personajes (sin que realmente lleguen a confluir en una única corriente, aunque sus historias a veces se crucen) y con la gestión del tiempo del relato, roto en dos abruptos saltos de cinco años sin que por ello el filme se resienta.
En cualquier caso, por encima de todo sobrevuela la visión humanista y la sabiduría del director, que queda establecida también en la sutil construcción de los personajes, algo en lo que tiene una especial importancia el buen desempeño de los actores –en especial, Scarmaccio y Buy– y la posibilidad de la redención para gran parte de sus criaturas hacia el final.