Hay reconocimientos cuya dimensión no se corresponde con su trascendencia. Es difícil pensar que el Goya de Honor que este año recibirá José Sacristán engrandecerá su leyenda. Por si estas palabras provocaran el efecto contrario a su sentido real, será mejor decir que este premio podría haberlo recibido veinte años antes y ser igual de merecido que hoy.
Siete décadas de trayectoria acreditan la pasión por su oficio, “una necesidad que afortunadamente yo sigo sintiendo”. Desde que su madre le dio “algo menos de dos pesetas” en los años 40 para ir al cine de Chinchón y apuntaba en un cuadernillo los nombres de quienes hacían las películas, Sacristán se ha convertido en “un modelo de entrega, pasión, ética y profesionalidad para todos los cineastas jóvenes”, según el acta de la junta directiva de la Academia de Cine, responsable del reconocimiento.
En su sede madrileña, donde se ha celebrado la rueda de prensa con motivo del Goya honorífico, el director Mariano Barroso ha destacado la “trayectoria excepcional” de un artista que “ha sabido adelantar algunos de los grandes cambios que hemos vivido en nuestro cine”. Por su parte, el actor ha reconocido sentirse “feliz” al recordar los inicios de la institución, una “época de mendicidad” en la que acudía a su amigo Fernando Fernán Gómez en busca de financiación. Más de medio siglo después, protagoniza el spot publicitario para la próxima gala de los Goya como uno de los baluartes del cine español en la actualidad.
La noticia del premio le sorprendió trabajando, lo cual ha celebrado porque “la medida del éxito es la continuidad en este oficio tan puñetero”. Además de sentirse un privilegiado por “que consideren mi trabajo lo suficientemente interesante para seguir contando conmigo”, le emociona “compartir con los jóvenes” los nuevos tiempos del cine español. Bajo su criterio, el cine patrio cuenta con “películas-reclinatorio”, que, según su propia denominación, son las que merecen ser vistas de rodillas por la abrumadora calidad que ofrecen.
Con la serenidad de quien es consciente de un recorrido prácticamente inigualable, no ha querido olvidarse de quienes le ayudaron al principio. “No consiento que toquen un pelo de la ropa a su memoria”, ha exclamado. Porque se reconoce en el camino, más allá de los tropiezos. “¿Cómo no atender a un director que empieza cuando el texto me parece interesante?”. Además, “debe ser un coñazo ir de sabio”, bromea, porque “esto es un aprendizaje permanente”. Y subraya la feliz variedad de propuestas entre los cineastas jóvenes de nuestro país.
Amar el cine para sobrevivir al oficio
Preguntado por las transformaciones de los últimos tiempos, el actor, que ni siquiera tiene móvil ni maneja internet, reconoce que “no puedo pretender ver películas como cuando las veía en el Padilla, en el Chueca o en el Doré”. Además, “hay una forma de manufacturar y comercializar el producto muy distinto a cómo era antes, pero la esencia de contar historias prevalece”.
Era un buen pretexto para regresar a sus inicios y responder sobre la ética, uno de los valores que han señalado desde el jurado a la hora de escoger el Goya de Honor 2022. La figura de Sacristán trasciende la interpretación. Más allá de los galardones con los que ha sido encumbrado a lo largo de su carrera cinematográfica, es casi una referencia del pensamiento, desde que en un late night dijera “yo no sé si Dios existe, pero si existiera no tiene perdón de Dios”.
Procura, por tanto, no descuidar lo ético, “seguramente porque tengo muy claro de dónde y de quién vengo”. Y, por supuesto, “reclamo el respeto que creo que se me debe”. De retirarse “ni hablar, antes monja”, siempre que la lucidez le permita seguir en un oficio en el que “es imposible sobrevivir si no lo amas”. Cómo no hacerlo, se ha preguntado, si “a través de la ceremonia o el juego de la emoción, el cine es hacer que lo imposible sea posible”.