La “lucha contra el terror”, como la llamaba George Bush, dirigida a los distintos grupos terroristas de signo islámico ha dado lugar a una nutrida filmografía. De una serie como Homeland a la denuncia sin ambages de Zero Dark Thirty (2012), de Kathryn Bigelow, el cine americano muchas veces trata de buscar no una visión equidistante, eso está claro, pero sí más crítica con la forma en que Occidente libra su lucha contra esa lacra.
En la película de Bigelow, las torturas y las cárceles secretas de la CIA repartidas por el mundo adquirían todo el protagonismo. Nada secreto es el Centro de Detención de Guantánamo, descrito por Michael Winterbottom en Camino a Guantánamo en 2006, cuyos presos con monos naranja encerrados en jaulas sirven como modelo para esas cárceles clandestinas.
One Shot, del debutante James Nunn, denuncia la pervivencia de las torturas, aunque se supone que Obama terminó con ellas de manera oficial, en una isla remota del mar Báltico que Estados Unidos ha alquilado a los polacos. Hasta allí viajan un comando de elite de SEALs y una analista de la CIA, Zoe Anderson (Ashley Greene), para llevarse a Estados Unidos a un tal Amin Mansour (Waleed Elgadi), supuesto gerifalte de un grupo terrorista que planea atacar Washington de manera inminente. La cosa se complica bastante rápido cuando aparece un comando terrorista armado hasta los dientes para sembrar el terror en la base militar con el aparente objetivo de evitar que Mansur viaje a Estados Unidos y revele esos planes.
El título de la película, One Shot, se refiere tanto a “un disparo de bala” como al plano secuencia con el que está rodada la película. Ese “único disparo” es el que necesitan los custodios del supuesto yihadista para terminar con la masacre que están perpetrando sus rescatadores. Claro que Mansour vale mucho más vivo que muerto y sus carceleros se ven en la diabólica situación de tener que sacrificar vidas de soldados americanos a cambio de mantener vivo a un tipo, que para colmo, podría ser inocente, como no se cansa de proclamar.
Para hacerlo más complicado, existe como mínimo una “explicación” al radicalismo del sospechoso, ya que los yanquis se cargaron a su hijo pequeño con un dron. Como se pregunta en un momento de desolación, ¿quiénes son los terroristas?
Por supuesto, los buenos siguen siendo los americanos, que se equivocan pero al final representan los valores “correctos” y la película, más allá de su tímida voluntad de escapar de la clásica “americanada” apenas se detiene en sutilezas morales que superen su propio planteamiento. Tiro va, tiro viene, One Shot es una película del montón pero tiene la virtud de no conceder un respiro al espectador y ser bastante entretenida.