Entre el cante jondo y el Sónar, podría parecer que Francisco Contreras Molina (Elche, 1985) se mueve en terrenos muy dispares, demasiado dirían sus críticos. Sin embargo, él mismo está convencido de que la contradicción no solo no existe sino que además, en realidad, no hay mucha diferencia, o ninguna, entre una romería y un festival de música moderna. Célebre por discos como Voces del extremo (2015) o Antología del cante flamenco heterodoxo (2018) además de sonadas colaboraciones como la realizada por C. Tangana, quien aparece en el documental haciendo una defensa acérrima de que la única manera de que un artista pueda desarrollarse como tal es participar del mercado.
La cuestión sobre si el Niño de Elche, que utiliza sobre todo electrónica y rock para sus composiciones, es o no flamenco toma gran importancia en este trabajo en el que se defiende un concepto más acorde con la realidad de la música moderna como la realidad del sonido como centro neurálgico y no tanto de la melodía. En cualquier caso, como dice el gran experto Pedro G. Romero hablando del polemista y flamenquista Eugenio Noel, quien “escribió campañas antiflamencas y los toros y con el paso del tiempo nadie puede entender eso sin sus libros. Max Aub decía que Noel era tan aficionado que no encontró mejor manera de estar pegado que ponerse en contra”. En cualquier caso, es un hecho que Contreras ha logrado ampliar el público y el espectro de un arte que ha vivido con Rosalía un renovado boom de alcance mundial.
Lo español, en el mundo del cantaor, hijo de emigrantes andaluces en Elche, como no, se convierte en el epicentro de su obra artística. Inspirándose en el misticismo cristiano, no es casual que haya indagado en la cinematografía de su alma gemela Val del Omar, porque como él Contreras sitúa lo religioso en el centro de su producción. Solo se puede hablar de Dios, dice Israel Galván, para añadir que el mundo se ha olvidado de Dios por el “yo, yo, yo”. Al volver a hablar de lo espiritual e irracional después de dos siglos de racionalismo científico como en el XIX y el XX, el artista se sitúa en un terreno místico que apela a lo gutural y primitivo del ser humano, ahí están esos gritos de angustia que aderezan la película.
Es un retrato simbólico de su mundo, creado con la ayuda de Angélica Liddell, pero también un retrato íntimo de la familia sencilla del protagonista. Según él mismo, en este mundo no hay nada peor que la clase media, por definición miedosa y nido del fascismo. Habla de sus miedos, poco de sus amores, y conocemos a unos padres luchadores que se han matado a trabajar y están orgullosos de su hijo.
Canto Cósmico se mueve a medio camino entre la performance poética y audiovisual y el retrato íntimo de un personaje discutido, y a veces discutible, como todos los renovadores pero también los tradicionalistas. A veces, la línea que separa la necesaria transgresión de la exaltación casticista es tenue. Ya lo advirtió Unamuno: “así como la tradición es la sustancia de la Historia, la eternidad lo es del tiempo: la Historia es la forma de la tradición, como el tiempo la de la eternidad. Y buscar la tradición en el pasado muerto es buscar la eternidad en el pasado, en la muerte, buscar la eternidad en la muerte”.