El crimen de Pier Paolo Pasolini rivaliza con el de Aldo Moro en número de teorías sobre los verdaderos autores. Ambos pusieron sus dedos en muchas llagas, de ahí que, cuando tocó responder la pregunta de quién los había matado, las líneas de investigación se deshilachaban. La noche del 2 de noviembre de 1975 el director de Accattone se acercó a la estación Termini para montar en su Alfa Romeo a alguno de los jóvenes chaperos que faenaban en la zona. Uno de estos quinquis romanos accedió. Después de invitarlo a cenar en una trattoria, regresaron al coche y pusieron rumbo a un descampado en Ostia. Allí Pasolini apagó el motor y las luces y se dispuso a consumar la transacción carnal.
Pero el guion dio un giro macabro. Minutos después el cineasta gritaba “¡mamá, mamá!” mientras recibía una paliza brutal que lo dejó tirado en el suelo, ya sin vida, como un eccehomo. Su atlética anatomía era apenas un amasijo de barro y sangre sobre la que se veía el dibujo de los neumáticos de su Alfa, utilizado para machacarle. ¿Quién lo había reducido a esa condición de guiñapo inerte? ¿Pino Pelosi, el ragazzo di vita que lo había acompañado a aquel desmonte? El Tribunal de Menores de Roma (curiosamente presidido por el hermano de Moro) determinó que sí. Aunque añadió una coletilla: “en concurso con otros desconocidos”. Lo cierto es que nunca cuadró que el menudo muchacho, por sí solo, hubiera podido dejar al fibroso poeta en ese estado pero el Tribunal de Apelación y el de Casación, en fallos posteriores, eliminaron la mención. De modo que, oficialmente, Pelosi es el único asesino de Pasolini por una trifulca de índole sexual.
Con el tiempo, sin embargo, afloraron otras versiones alternativas. Que si Pasolini había ido a Ostia engañado con el señuelo de que le iban a devolver las bobinas robadas de Saló. Que si la escritura de Petróleo, la laberíntica novela en la que denunciaba el oligopolio petrolífero, le había puesto en el punto de mira. Que si también sabía demasiado (Io so ma non ho le prove escribía amenazante en el Corriere) sobre los inductores de las masacres de Piazza Fontana, Brescia y Bolonia en aquellos anni di piombo con visos de guerra civil... El caso se ha reabierto varias veces en las décadas posteriores pero siempre ha encallado en vía muerta. Los magistrados han considerado insuficientes los testimonios nuevos (Pelosi cambió el suyo, señalando que él durante la paliza solo miraba) y lo han archivado sistemáticamente.
Oriana Fallaci, amiga de Pasolini, se cuestionó la verdad oficial desde el principio. Pero, consciente de su querencia por inframundos donde ni la policía entraba, había vaticinado: “Si no para, algún día lo encontraremos con el cuello cortado”. Lo que induce a concluir a algunos que a Pasolini lo mató la vida indómita que quiso vivir. ¿Quién sabe?
La imposible huida por el barro
La autopsia del cadáver de Pasolini levantó acta de una escalofriante lista de fracturas y heridas. La muerte, sin embargo, le sobrevino por la rotura del corazón a causa de ser pasado por encima con su propio Alfa Romeo deportivo. Pero antes de ser rematado así ya sufría una hemorragia cerebral. En el descampado se encontraron mechones de cabello y su camisa lejos de su cuerpo, señal de que intentó huir de los golpes que inmisericordemente le caían.