Fue el año de Teorema, si no recuerdo mal, y tres meses después del mayo del 68 yo era un joven estudiante que escribía de cine en las revistas especializadas de la época y llevaba esa vez mi cámara de fotos a la Mostra de Venecia. Como ya entonces existía, quizá con menos malicia que ahora, el gusto por el chisme de alcoba, en el festival se comentaba mucho el escándalo armado por Pasolini al llegar al Hotel Excelsior, en el Lido, donde se alojaban las estrellas. Él viajaba con su actor fetiche y joven amante Ninetto Davoli, que tenía un papel secundario en la película protagonizada por Silvana Mangano y Terence Stamp, pero la habitación lujosa que les dieron a Pier Paolo y Ninetto presentaba un inconveniente: sus dos camas. El director sólo quería una, de matrimonio. La burocracia hotelera, o quizá la catolicidad de cuño italiano, puso trabas a esa cama única para dos hombres, y sólo cuando el cineasta amenazó con retirar su película de la competición y largarse del Lido se accedió a instalarles la cama doble.
"Pensad un poco más sobre la película y me veréis a mí en un desnudo completo (‘tutto nudo’)”, me contestó Pasolini
La rueda de prensa correspondiente a esa obra maestra que es Teorema se celebró, pues, y yo pude acercarme, emboscado entre los paparazzi, y tomar tres fotos del regista y otra de Ninetto al abandonar el acto. En el caso de Pasolini, una vez terminada la conferencia de prensa un pequeño grupo de insatisfechos le rodeamos en el pasillo con más preguntas, que él no tenía ya tiempo de contestar, nos dijo. Y ante mi insistencia, en español, a una última cuestión, respondió, dirigiéndose al coro de acuciantes: “Pen-sad un poco más sobre la película y me veréis a mí en un desnudo completo” (“tutto nudo”).
Lo interesante de este hombre libidinoso al que quizá el deseo le causó la muerte criminal y prematura fue su fijación, su – digámoslo así– creencia incansable en una razón espiritual que él, como pocos otros artistas, supo encarnar en el mito y en las religiones, vividas éstas -también en la iglesia marxista, de la que fue practicante- como hereje. Un hereje implacable pero admirador de la sacralidad, del rito. Pasolini fue en ese sentido el creador de una corriente que sólo él representa, lo que yo llamaría “neorrealismo evangélico”, fundado por esa obra maestra de la historia del cine que sigue siendo El evangelio según Mateo pero continuado después en el resto de su filmografía.
Nadie mejor que él lo supo definir en la pequeña biblia del pasolinismo contenida en el capítulo correspondiente de la serie televisiva Cineastas de nuestro tiempo (1966) realizada por el crítico de Cahiers du Cinéma Jean-André Fieschi. En una de sus intervenciones ante la cámara, Pasolini explica su estilo fílmico hecho a base de grandes primeros planos frontales en los que tanto importa la naturaleza del personaje como la orografía de los rostros, que podían ser los de la escritora Natalia Ginzburg haciendo de María de Betania o el joven libertario catalán Enrique Irazoqui como Jesucristo.
Pasolini no es creyente cristiano, insiste en ello, por lo que se ve incapaz de contar la vida de Cristo “con la fidelidad que yo querría llamar prosódica al evangelio de San Mateo”. Su infidelidad, sin embargo, crea un nuevo mundo plástico en el que su mostración de esos rostros da forma a su estética: “Yo soy yo a través de los ojos de otro hombre [...] es mi manera de ver la realidad y la manera de ver la realidad de un creyente”. De ese modo dialogan las geografías humanas que pueblan su cine. Diálogo de opuestos que dan, hoy más que nunca, grandeza a su figura.