Caímos en la cuenta de que ya estaba aquí cuando hacía años que derrochaba su talento en pequeños papeles en algunas de las películas más interesantes de la época. A fines de los 50, como segundo y apoyo del gran Alberto Closas, su presencia, sus rasgos próximos a la caricatura y sus personajes de español medio burgués, servicial, más bien mezquino y víctima propiciatoria de cualquier desaguisado, se impusieron en el cine español del desarrollo.
"Aquel actor serio, cariacontecido, sin especial carisma, daría vida a sus personajes con una precisión meticulosa"
Recordamos al López Vázquez de aquellos años de vida oculta en blanco y negro, pero algunas de esas películas – Una muchachita de Valladolid (1958), Una gran señora (1959)– eran ejemplos adelantados de un nuevo cine en color que se impondría definitivamente en los 60. Pero su intervención esencial en películas como Plácido (1961), La gran familia (1962) o Atraco a las tres (1962) fijaron esa segunda imagen de López Vázquez. De Esa pareja feliz (1951) a ¿Y tú quién eres? (2007), este cómico extraordinario estuvo siempre aquí. Y su mirada, sus muecas, sus gritos y sus calzoncillos de fantasía han quedado en el imaginario de los espectadores. Justo es puntualizarlo: López Vázquez protagonizó muchas de las mejores películas del cine español y algunas de las peores. Sin despeinarse. Con estricta profesionalidad. López Vázquez había empezado como decorador y figurinista en compañías de teatro universitarias a mediados de los 40, y desde aquellos inicios lo apadrinaron el pintor José Caballero y el director Modesto Higueras. Al cine llegó también como dibujante, cartelista y encargado de vestuario en películas de López Rubio, Herreros –nombres clave en la cultura española de posguerra– y Rafael Gil.
Hay cinco directores fundamentales en su carrera de actor: Berlanga, Forqué, Ozores, Saura y Olea. Todos ellos, como también productores tan opuestos como Querejeta y Masó, le llamaban una y otra vez en la seguridad de que nunca fallaba, de que sólo aquel hombre serio, cariacontecido, de corta estatura, de físico vulgar, sin especial carisma en su vida particular y en sus relaciones sociales iba a dar vida a sus personajes con una precisión meticulosa. En 1961 los reconocimientos obtenidos por la comedia de Forqué Usted puede ser un asesino (1961) supusieron su consagración. Aquel había sido también el año de Plácido, y su inolvidable creación del rastrero e hipócrita Quintanilla, el de las serrerías, la ratificaron.
En los años que siguieron, el pelota de Atraco a las tres, de Forqué, y el padrino de La gran familia confirmaron su talento descomunal para la comedia de costumbres. Entonces se produjo el encuentro con un joven Mariano Ozores. Fue en Chica para todo (1963), una comedia de risa de señores y criadas, que lo emparejó con otra cómica emergente, Gracita Morales. El señorito y la chacha reventaron las taquillas a lo largo de toda la década. Operación secretaria (1966), Operación cabaretera (1967) y Operación Mata Hari (1968), entre otras, crearon un subgénero en el que López Vázquez y Gracita dieron rienda suelta a un humor histriónico que sedujo al público.
En 1967 Carlos Saura le propuso un personaje introvertido y misterioso, un dentista reprimido y fetichista enamorado de dos Geraldine Chaplin a falta de una, el protagonista de una película seria: Peppermint frappé. Y la crítica volvió a descubrir a José Luis López Vázquez, convertido de la noche a la mañana en un magnífico actor dramático. No tuvimos presente que en 1958 había protagonizado en parecido registro El pisito, de Marco Ferreri. El empresario corrupto de El jardín de las delicias (1970), varado en una silla de ruedas y testigo catatónico de las representaciones de sus familiares avaros, y el hombre niño de La prima Angélica (1973) que regresa a la guerra de su infancia, completaron la excelente trilogía con Saura.
Berlanga decía que era su actor preferido y lo llamaba siempre. En Plácido le dio por primera vez un personaje con mucha sustancia. Siguieron el hermano sastre de Manfredi en El verdugo (1963) y el protagonista de ¡Vivan los novios! (1970). Cuando llegó la trilogía de La escopeta nacional (1978), lo convirtió en el rijoso primogénito del marqués de Leguineche, end of the saga.
El quinto director con el que López Vázquez colaboró con resultados óptimos fue Pedro Olea. Su caracterización del lobishome de El bosque del lobo (1970) fue memorable. Siguieron No es bueno que el hombre esté solo (1973), Akelarre (1984) y El maestro de esgrima (1992). No sería justo olvidar su caracterización de Adela / Juan en Mi querida señorita (1972), de Jaime de Armiñán, en la que cargó con la responsabilidad de un personaje que cambia de sexo y debe encontrar la manera de rehacer su vida, ni tantas otras películas –Habla mudita (1973), Carta de amor de un asesino (1972), La verdad sobre el caso Savolta (1980), Esquilache (1989)…– en las que brilló el genio de un actor que ahora cumple cien años y que sigue estando aquí.