El camino del cine tiene tantas paradas como autores. El milagro de los 24 fotogramas por segundo, el universo de las grandes (y pequeñas) historias, el mundo proyectado y recreado sobre una pantalla tuvo su Big Bang a finales del XIX y principios del XX.
De ese caldo primigenio, comandado por los Lumière, Méliès o los Gaumont, surgirá una directora francesa de gran carácter: Alice Guy (1873-1968). Autora de El hada de las coles (1896) o La jerarquía del amor (1906) acaba de ser recuperada en un cuidado ensayo por el historiador y cinéfilo Juan Laborda (Madrid, 1978), un estudio en el que no oculta su pasión por la ardua vida de esta cineasta que no solo tuvo que abrirse camino como mujer sino también, y sobre todo, como pionera de temas como el feminismo, géneros como el bélico y el wéstern y formatos como el documental, del que destaca su Viaje por España (1905). Como señala Laborda, un milagro del “cine silente, que no mudo”.
Casi coetáneo y protagonista indiscutible de la sopa primitiva que hizo evolucionar a pasos agigantados el cine es Friedrich Wilhelm Murnau (1888-1931), autor de películas como Nosferatu, el vampiro (1922), de la que se cumplen 100 años, El último (1924), para algunos su película más importante, Fausto (1926) y Amanecer (1927). Este maestro del expresionismo, del cine con “garra” (recurso visual de este movimiento), ya sea en su país natal o en Hollywood, adquiere una nueva dimensión con el libro de Manuel Lamarca (Córdoba, 1974), que se detiene en cada uno de sus títulos y en cada una de sus etapas de forma cronológica.
Un trágico final
De su mano profundizamos en la dimensión de una “filmografía perdida” integrada por 21 filmes (de los que solo se conservan doce). Decir que Murnau sigue vivo podría estremecernos pero su trágico final en un accidente de tráfico y la profanación de su tumba en 2015 (con el robo de su cabeza incluido) nos hace temblar aún.
Saltamos unas cuantas décadas en esta ruta del cine con garra para recalar en el estadounidense Sam Fuller (1912-1997), uno de sus indiscutibles exponentes, al que el ex redactor jefe de Cahiers du Cinéma Jean Narboni (Chlef, Argelia, 1937) dedica un original estudio en el que mandan los temas que le llevaron a películas como Balas vengadoras (1949), La casa de bambú (1955), Yuma (1957), El kimono rojo (1959), Corredor sin retorno (1963) o Perro blanco (1982).
Difícil no dejarse arrastrar por una personalidad de tanta fuerza a través de su peripecia política (anticomunista convencido, como asegura Narboni, que no ultraderechista), su coqueteo con la violencia (dicen que en lugar de gritar acción algunas veces disparaba un revólver) o el periodismo, al que consagró sus inicios profesionales y la magistral La voz de la primera plana (1952). “Era la búsqueda de la tinta, ávida, incesante, devoradora. El grito ‘¡tinta, tinta!’ se le había quedado grabado”.