Debut en la dirección de Fanny Liatard y Jérémy Trouilh, Gagarine toma partido de una circunstancia real, la demolición de un complejo de viviendas económicas del sur de París, para realizar una bella metáfora sobre la dignidad y resistencia de la clase trabajadora francesa, sea cual sea su origen. Está protagonizada por Youri (Alseni Bathily), un adolescente negro bautizado en honor de Gagarine, el astronauta ruso que dio nombre al lugar en el que vive.
Estamos en las famosas 'banlieu' que se sitúan una y otra vez en el centro del debate político francés como vemos estos días en la campaña presidencial, barriadas pobres que solemos ver como zonas conflictivas. El cine de las 'banlieue' es todo un subgénero de la cinematografía del país vecino, de aquella seminal El odio (Matthieu Kassovitz, 1996), a ritmo de rap y con actitud contestaria, pasando por clásicos de este siglo como la romántica La escurridiza (Abdellatif Kechiche, 2005) hasta llegar a títulos más recientes, y logrados, como el drama policial Los miserables (Ladj Ly, 2019).
La gran originalidad de esta Gagarine, y no es poca, consiste en su mezcla de géneros. Por una parte, es una película social en la que vemos cómo los inquilinos son expulsados de sus apartamentos y en muchos casos el ayuntamiento no les da ninguna alternativa. No solo eso, también la manera en que se rompe una comunidad marcada por las dificultades para salir adelante y la diversidad de orígenes. Ese macroedificio con aspecto soviético en el que conviven decenas de familias y de personas, se erige como microcosmos significativo de un lugar del que los directores resaltan su dignidad, en la estela de directores como Vittorio de Sica y muy especialmente de su Milagro en Milán (1951), en la que también veíamos la resistencia de los habitantes de un barrio pobre (en este caso de chabolas) a punto de ser desahuciados.
Gagarine es también un tierno retrato de la adolescencia a través de ese Youri deprimido por una madre ausente que poco a poco va construyendo un universo paralelo cada vez más alejado de la realidad. El joven sueña con ser astronauta y mientras todos se marchan del edificio acaba quedándose a vivir como una especie de Robinson Crusoe galáctico ya que construye una nave espacial en su apartamento. A medida que la película se aleja del realismo para adquirir un tono más poético y metafísico, queda más clara esa desconexión emocional del protagonista con una realidad hostil en la que cunde la frialdad burocrática y la resignación conformista. En sus últimos planos, llamada de atención a una sociedad indiferente al sufrimiento ajeno, Gagarine alcanza una profunda y conmovedora belleza.