Cuenta Sean Baker (Nueva Jersey, 1971) que se involucra tanto en los lugares donde rueda sus películas que incluso termina hablando con el acento local. Rastreador de submundos, en Tangerine (2015) mostraba la vida de las prostitutas transexuales de Los Ángeles y en The Florida Project (2017) exploraba el universo de la infancia desde un edificio de apartamentos baratos.
En Red Rocket –película bien recibida en los certámenes de Cannes y San Sebastián y que también integra estos días la programación del BCN Film Fest–, se sitúa en Texas para mostrar a esa white trash (blancos de clase baja) en pleno ascenso del fenómeno Trump. Cuenta el retorno a su pequeño pueblo de Mikey (Simon Rex), actor porno retirado que se instala en casa de su exmujer, adicta a las drogas, porque no tiene dónde caerse muerto. Nadie se alegra de su vuelta a casa y todo se complica cuando se lía con una chica de 18 años a la que quiere explotar como actriz de cine adulto.
Pregunta. En su película Starlet (2012) una de las protagonistas era actriz porno y en Red Rocket vuelve a esa figura. ¿Qué le resulta tan atractivo de ese mundo?
Respuesta. Vivo en Los Ángeles y he conocido a muchos actores de cine adulto. Además, cuando rodé esa película realicé una investigación bastante profunda. Allí conocí a lo que en esta industria llaman “chulos de maleta”. Vendrían a ser los agentes de las actrices pero se comportan muchas veces como chulos porque las explotan. Esta idea es importante en la película. Desde ese momento pensé en trabajar sobre ellos porque me resultaban muy perturbadores, pero también fascinantes.
“Trump convirtió las elecciones en un 'reality show'. Era divertido, tenía giros de guion como en la televisión”
P. Catastrófico y encantador, Mikey nos cae bien a pesar de tener una parte muy oscura...
R. Estos tipos representan de una manera extrema esa “mirada masculina” que hoy está muy denostada, es una forma de mirar a las mujeres que puede ser muy dura. Ahí estaba el gran reto de esta película. Es un tipo deplorable en muchos aspectos, pero al mismo tiempo hay una parte de él con la que podemos sentirnos identificados. Era un reto para mí como cineasta, pero también para el público porque debe preguntarse cómo se siente con respecto a Mikey.
P. ¿Qué es lo que le lleva siempre a los más vulnerables de la sociedad?
R. No es que diga ¿cuál es el siguiente grupo marginado con el que voy a trabajar? Todo nace de manera bastante orgánica. Por una parte, surge de mi interés personal y, por otra, tampoco esta gente se ve mucho en el cine y la televisión de Estados Unidos. El foco suele estar en las personas adineradas de las grandes urbes y se olvida la América interior. Como sociedad tenemos tendencia a olvidar a los que están sufriendo. Para comenzar a cambiar esto la única manera es prestarles atención.
P. Extraña que en el pudiente Estados Unidos abunde la pobreza...
R. Bueno, casi todo el mundo en la película está en una posición cercana a la economía underground porque el sistema capitalista no los está aceptando. Por eso Mikey piensa que es una buena idea explotar a su novia de 18 años e introducirla en el mundo del porno de Los Ángeles. Los demás venden drogas o sobreviven como su amigo, que se hace pasar por veterano de guerra para pedir dinero en un centro comercial.
Nada de brocha gorda
P. ¿Los famosos rednecks (campesinos blancos) están envueltos en un mar de tópicos?
R. Hay una actitud condescendiente hacia ellos, los medios de prestigio actúan de manera paternalista. He intentado romper estereotipos. Cuando se habla de la industria del petróleo, por ejemplo, podemos decir que son unos bárbaros que están destruyendo nuestro planeta, pero en Texas muchas familias viven de eso. Hay una mirada de brocha gorda que intento evitar.
P. Sí vemos en el filme cómo prendió el fenómeno Trump en las clases bajas.
R. Soy un progresista y mis películas dan una idea bastante clara sobre cómo pienso. En este caso creía que hacer el papel de predicador izquierdista iba contra la película. Trato de entender. Nadie vio venir la victoria de Trump. Las encuestas decían lo contrario. La gran novedad de aquellas elecciones fue que se convirtieron en un reality show. Estábamos todo el día conectados a la campaña por las razones equivocadas. Como en un reality, había una promesa de escándalo, giros imprevistos e incluso humor. Era divertido verlo porque el propio Trump lo hacía entretenido. La gente seguía esa campaña como si fuera un programa de televisión.