El octogenario Andrei Konchalovsky (Moscú, 1937) demostró el año pasado estar en plena forma con Queridos camaradas, un relato preciso, tenso, trágico y visualmente impactante de la masacre de Novocherkassk, cometida por el ejército soviético y tiradores de la KGB contra los huelguistas de una pequeña fábrica de motores en 1962, en plena era Jrushchov, en la que perecieron en torno a 30 personas. Una película mayor dentro de la filmografía del director ruso, que siempre ha brillado cuando se ha acercado desde el drama a la historia de la URSS, en filmes como El primer maestro (1966), Siberiada (1978), El círculo de poder (1991) o Paraíso (2016).
Sin embargo, Konchalovsky, sobre todo durante su etapa hollywoodense de los años 80, se ha mostrado como un director versátil, capaz de realizar películas de acción como El tren del infierno (1985) y Tango y Cash (1989), comedias como Homer y Eddie (1989) o melodramas como Los amantes de María (1984) o Ansias de vivir (1986). Miguel Ángel (El pecado), que se estrena en España ahora –aunque es de 2019 y, por tanto, anterior a Queridos camaradas–, pertenece a ese grupo de películas más singulares dentro de su obra, ya que presenta coordenadas históricas, geográficas y estilísticas inéditas, y demuestra que el director se encuentra en un momento particularmente inspirado. El reto no era sencillo: un filme de época rodado en Italia con actores italianos.
Un hombre deprimido
La película dista mucho de ser un biopic al uso del arquitecto, escultor y pintor Michelangelo Buonarroti, conocido por sus contemporáneos como ‘El Divino’. Konchaslovsky evita los planteamientos psicologistas y hurta al espectador un acercamiento romántico al genio, ya que su retrato no es nada complaciente. El Miguel Ángel del filme es un hombre deprimido, neurótico e inseguro, infeliz por estar creando “toda esa belleza para degenerados, tiranos y asesinos”. Tan interesado está el director en el retrato de la humanidad del genio que no introduce en el metraje ni una sola escena en la que aparezca creando sus magníficas obras, tocado por las musas. Por contra, le vemos dudar, tener arrebatos de locura y de violencia, raptos de envidia o episodios de manía persecutoria, aunque también conmoverse por la belleza de una joven dormida o arrepentirse de la dureza con la que trata a los ayudantes de su taller.
El actor Alberto Testone, al que solo conocemos por haber interpretado a Pier Paolo en Pasolini, la verdad escondida (Federico Bruno, 2013), no solo se parece físicamente a Buonarroti sino que ofrece un trabajo muy sólido, con la contención adecuada para no llevar al personaje hacia el terreno de la caricatura. Konchalovsky, en la puesta en escena, se recrea en la mugre y la suciedad de las calles (en el filme vemos una y otra vez como los ciudadanos tiran por la ventana de su casa sus desechos y excrementos sin ni siquiera avisar), en la barbarie y la crueldad de ese tiempo, entrelazando esta oscuridad con la belleza de un paisaje rural radiante o de un amanecer en una ciudad vacía, con intención claramente pictoricista.
Lucha de poder
La película se sitúa en uno de los momentos más inciertos de la carrera del artista, involucrado a su pesar en la lucha de poder entre dos dinastías que se disputan el papado: los Della Rovere y los Médicis. Los primeros le encargan, con un contrato de exclusividad de tres años de duración, que finalice la tumba del que había sido su principal mecenas, el fallecido Papa Julio II, para el que pintó la Capilla Sixtina. Pero pronto los Médicis, a través de León X, se entrometen y le tientan para que diseñe la Basílica de San Lorenzo.
La película pasa por encima de las disputas de poder, pero incide en cómo el conflicto afecta al protagonista. El título original del filme es Il pecatto (El pecado) y entre todos los que colecciona Miguel Ángel hay uno que destaca: el orgullo, que le hace aceptar más trabajo del que puede afrontar porque piensa que es el único que tiene el talento necesario para llevarlo a cabo. Para él, un contemporáneo como Rafael es poco más que un farsante.
Buena parte de la película se desarrolla en las montañas de Carrara, donde Miguel Ángel acude para conseguir el mármol que necesita. El artista se empeña en bajar hasta el puerto un enorme bloque de piedra “tan blanco como el azúcar”, lo cual supone una proeza para la rudimentaria técnica de la época y un riesgo para los trabajadores de la cantera. Konchalosvky consigue transmitir el vértigo de la hazaña, en lo que por momentos parece una versión del Fitzcarraldo de Herzog ambientada en el Renacimiento. La roca, a la que los lugareños llaman ‘El monstruo’, es una acertada metáfora de la ambición de Buonarrotti.