Tanto las plataformas como el cine han encarado en los últimos años el drama del terrorismo etarra desde distintos lugares y estrategias, con títulos tan interesantes como las series Patria (Aitor Gabilondo, 2020) y La línea invisible (Mariano Barroso, 2020) y un filme como Maixabel (Icíar Bollaín, 2021). La apuesta de Ángeles González-Sinde en El comensal difiere de manera rotunda de estos ejemplos, al centrarse en cómo el trauma de las víctimas pasa de una generación a otra y al dejar fuera de foco tanto a los verdugos como a la sociedad vasca.
El filme se despliega en dos líneas temporales distintas. La principal se desarrolla en torno a 2011, y en ella vemos como Iciar y su padre tienen que lidiar con el cáncer terminal que le han diagnosticado a su madre. Esta experiencia traumática conectará a la protagonista con otra que ni siquiera vivió y de la que sabe poco: el secuestro por parte de ETA de su abuelo paterno en 1977. Aunque es solo una intuición, la protagonista siente que ahí se encuentra la causa de que su vida no sea todo lo satisfactoria que debería y también la razón de que su padre, que ha levantado un muro de silencio en torno a esta tragedia, sea tan frío y quisquilloso.
En el filme un tiempo y otro se van sucediendo con interesantes transiciones, mientras González-Sinde recurre a una puesta en escena sencilla que se sostiene sobre todo en el trabajo de los actores. El gran acierto de la directora es sin duda la contención del drama, algo bastante inusual en este tipo de proyectos, además de una narración en la que la imagen ofrece más claves que los diálogos.