Decía Borges que “la tradición épica ha sido salvada para el mundo, insólitamente, por Hollywood”. Añadía después una pequeña anécdota con tono gamberro: “Cuando fui a París, sentí ganas de escandalizar a la gente y cuando me preguntaron: «¿Qué clase de películas le gustan?”, yo contesté: “Francamente, lo que más me gusta son los westerns”. Eran todos franceses y todos opinaron como yo. Me dijeron: “Por supuesto, vemos películas como Hirosima, mon amour o El año pasado en Marienbad por un sentimiento del deber, pero cuando queremos sentirnos realmente a gusto, vemos películas norteamericanas”.
Descendiente de una familia de militares, Borges lamentó toda su vida que el siglo XX hubiera olvidado la épica. Frente a la derrotada y escéptica Europa que se acentúa después de la Segunda Guerra Mundial, efectivamente, esos “grandes valores” que echaba de menos el eterno candidato al Nobel argentino fueron capitalizados en exclusiva por Hollywood. El heroísmo, la nobleza de espíritu, el sacrificio por los demás… son hoy conceptos aún más en desuso que entonces e incluso el blockbuster moderno de Los Ángeles basado en superhéroes ha rebajado el tono épico y con frecuencia se cuestiona sobre el propio concepto de heroísmo, como vemos de manera muy notoria en la saga de Batman pero también en otras como Iron Man o Los Vengadores.
Más allá de las ganas de provocar a los franceses de Borges, se puede disfrutar lo mismo una joya de Bergman como de John Ford, acierta al poner en valor la belleza infinita de esa épica hollywoodiense en la que se aúna el espectáculo con la falta de cinismo. En este sentido, Top Gun: Maverick es un blockbuster modélico, un espectáculo total en el que Tom Cruise, en su peculiar condición de actor/autor desde hace muchos años, invoca los sagrados nombres no solo de Ford, también de otros grandes maestros americanos como Howard Hawks, Clint Eastwood o Steven Spielberg.
Secuela tardía de aquella Top Gun (1986) que marcó a fondo los ochenta, está dedicada a Tony Scott, el hermano macarra de Ridley, director de aquélla y cuyo espíritu se mantiene firme. Han pasado 36 años desde entonces y si no fuera porque lleva un smartphone, en vista del aspecto de Cruise, podríamos pensar que ha pasado la mitad, ya que el astro mantiene un por momentos insólito aspecto juvenil. Maverick en inglés se refiere a esos tipos que van por libre y desafían las normas. En un país con tradición ácrata y defensor a ultranza del individualismo como Estados Unidos, la figura del rebelde, con causa, forma parte intrínseca de su propia esencia.
El Maverick de Cruise es como la Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) de Lo que el viento se llevó (Ian Flemming, 1939), el Ethan Edwards (John Wayne) de Centauros del desierto (John Ford, 1956) o ese detective de métodos poco ortodoxos al que da vida Eastwood en Harry, el sucio (Don Siegel, 1972). A sus casi 60 años no ha pasado de capitán, sigue siendo visto con recelo por sus superiores, a pesar de sus éxitos, por su espíritu indisciplinado y, en la mejor tradición americana, ni se ha casado ni ha tenido hijos, epítome del héroe solitario que jalona su tradición.
La película arranca cuando Pete “Maverick” Mitchel es enviado de nuevo a la escuela de élite de aviadores Top Gun no en calidad de joven aspirante, obviamente, sino como instructor. Hombre de acción, el regreso supone mucho más un castigo al ser tambien el preludio de su anunciada decadencia. En cualquier caso, no tiene más remedio que ponerse a dar clase a los mejores pilotos jóvenes para prepararles para una peligrosa misión. El objetivo es un laboratorio de uranio en el que se pretenden fabricar bombas nucleares. Será para evitar suspicacias, ese “enemigo” nunca se identifica.
Maverick deberá vérselas con sus alumnos, que lo llaman “abuelo”, y con un superior (Jon Hamm) que por supuesto le tiene manía. El regreso del astro a su antigua escuela también da pie a la nostalgia y a la inevitable confrontación con sus demonios. Uno de sus pupilos, Rooster (Miles Teller), es hijo de su copioloto en los 80, Goose (Anthony Edwards), fallecido en la primera parte en un accidente mientras volaban juntos. El protagonista también se enamora de una camarera, Penny (Jennifer Connely), y a edad provecta se plantea sentar cabeza.
La película está dirigida por Joseph Kosinski, con el que Cruise ya colaboró en la minusvalorada Oblivion (2013). Sin ánimo de quitar méritos a nadie, hace mucho tiempo que en las películas de Cruise no está muy claro si el director es un mero ejecutor de su propia visión. Derrochando clasicismo por los cuatro costados, las escenas aéreas son tan espectaculares, o más, de lo que uno podría esperar, alcanzando lo sublime en esa secuencia de arranque en la que Cruise desafía los límites de la velocidad en un momento con trazos psicodélicos.