La pasada edición del Festival de Cannes se dio una gozosa coincidencia entre varias de las películas de la Sección Oficial, la de los cunnilingus procurados a sus protagonistas. En el muy sui generis musical de Leos Carax Annette, el personaje de Marion Cotillard incluso lo recibía cantando. Esta apología del placer femenino parecía responder al optimismo de los cineastas congregados en la cita cultural. Y por ósmosis cinéfila, al subconsciente del público afloró la esperanza de que la vacuna contra el coronavirus estuviera anticipando los prometidos felices años veinte de nuestro siglo.
Entre una y otra entrega de la muestra de cine más importante del mundo ha estallado una guerra en Europa, la amenaza nuclear palpita y se ha agudizado la crisis de los refugiados y tonificado la extrema derecha. Así que en su 75.º aniversario, con 21 películas a concurso, en Cannes se ha impuesto la náusea.
El vómito salpicó la programación desde la misma inauguración con la comedia de zombies Corten!, de Michel Hazanavicius, en la que un miembro del equipo técnico, hasta las trancas de alcohol, se descomponía en las barbas de un compañero.
El vómito servía de escudo a la periodista iraní del thriller criminal de Ali Abbasi Holy Spider en su rastreo de un asesino en serie de prostitutas que se revela como el efecto y la consecuencia de una sociedad misógina. Su actriz, Zahra Amir Ebrahimi, se ha alzado con el premio a la mejor interpretación femenina.
Las regurgitaciones se coloreaban de morado en la vuelta de David Cronenberg por sus fueros body horror en Crimes of the Future, una distopía con comentario ecologista, artístico y social enmarcada en un futuro de tumores físicos, placeres eróticos a punta de bisturí y tolerancia gástrica al plástico.
Las arcadas han alcanzado su paroxismo en 'Triangle of Sadness'. Pocas cosas dan más asco que la concentración de la riqueza en las avariciosas manos de un 1% de la población mundial
Pero si ha habido una película donde las arcadas han alcanzado su paroxismo ha sido, precisamente, la ganadora de la Palma de Oro, Triangle of Sadness, quizás porque hay pocas cosas que den más asco que la concentración de la riqueza en las avariciosas manos de un 1% de la población mundial, situación de desigualdad que se ha acentuado durante la pandemia.
El sueco lo subraya con trazo grueso a lo hermanos Farrelly en una comedia escatológica ambientada en un crucero de lujo. Entre sus privilegiados pasajeros hay una pareja británica a la que no le duelen prendas al alardear de una fortuna sustentada en la venta de granadas de mano y minas antipersona, un oligarca ruso que idolatra a Margaret Thatcher y una influencer que, a pesar de doblarle los ingresos a su novio modelo, fuerza que pague él las cenas, en una perpetuación de los roles de género. Todos ellos sucumbirán a una orgía de vómito y heces cuando una fuerte tormenta sacuda el barco y sus estómagos durante una cena de delicatessen con el capitán.
Esta es la segunda ocasión en que Östlund es laureado con el principal galardón de Cannes. En 2017 se estrenaba con otra sátira social, The Square, donde la acidez se dirigía al mundo del arte.
Los dados del director artístico del festival, Thierry Frémaux, estaban echados para que se produjera una reválida. Este año repetían en la liza otros tres ganadores de ediciones previas, Cristian Mungiu, Hirokazu Kore-eda y los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne.
Los belgas, reconocidos en 1999 con Rosetta y en 2005 con El niño, no se han ido de vacío. Su amargo drama social Tori et Lokita, sobre las penurias de dos menores no acompañados que se dedican al menudeo de drogas para sustentar a su familia y pagar la deuda contraída con la mafia que les facilitó la huida, ha sido reconocido con un premio especial por el 75.º aniversario del festival. Puede que sea un galardón sacado de la manga, puede que los Dardenne repitan su fórmula, pero qué redondas y compactas les quedan sus llamadas de atención sobre la desesperada situación de los desposeídos.
En general, los sospechosos habituales del festival se han revisitado a sí mismos. Así lo ha hecho Kore-eda con Broker, donde reincide en la reivindicación de la familia que uno elige. Esta vez la aplicación de la pauta rechina por sentimentaloide, pero le ha sido retribuida lateralmente con el premio a la mejor interpretación masculina al padre del clan sobrevenido, el actor coreano Song Kang-ho, protagonista de Parásitos (Bong Joon-ho, 2019).
Si, difícil que suceda pero vamos a jugar, entraran al cine a ver Stars at Noon sin saber quién la dirige, también adivinarían el nombre de su artífice, Claire Denis. El thriller romántico, basado en la novela homónima de Denis Johnson, traslada del original de la Nicaragua sandinista de los ochenta a una militarizada y enmascarillada contemporaneidad COVID la pasión arrebatada entre una autodestructiva periodista estadounidense y un supuesto hombre de negocios británico. En la adaptación afloran las señas de identidad de la autora: la atracción irresistible de los cuerpos, la música de Tindersticks, la proximidad de la cámara a sus sujetos de estudio en prácticamente una caricia, las conexiones humanas en situaciones límite, las elipsis...
Inexplicablemente, la cinta de Denis compartió el premio del jurado ex aequo con el responsable de la frágil oda a la adolescencia Close, de Lukas Dhont. Y cuando escribimos inexplicablemente nos referimos a que la adaptación es fallida. A sus actores protagonistas, Margaret Qualley y Joe Alwyn, les falta química, y en el guion se le ha escapado alguna que otra secuencia de humor involuntario, como el sonrojante símil “eres tan blanco que follar contigo es como hacerlo con una nube, con la bruma”. Quizás la poética observación no hubiera chirriado tanto si la protagonista se lo hubiera gemido al actor inicialmente fichado para el papel, Robert Pattinson, que se dio a conocer al gran público por su papel de vampiro en la saga Crepúsculo.
De los reincidentes, el único que salió de su zona de confort fue Park Chan-wook. 18 años después de ganar el Gran Premio del Jurado con Oldboy, el coreano regresaba con un cruce entre el thriller policial y el melodrama romántico. Decision to Leave marca distancias con su barroca Trilogía de la venganza. Su primera película después de una pausa de seis años tiene el aire clásico de un Hitchcock, desenvuelve su alambicada trama de manera sofisticada y evita la violencia. Su recompensa ha sido el Premio al mejor director.
En general, el jurado ha preferido barrer para los nombres ya consolidados a apostar por nuevos talentos. No ha sido edición para riesgos.