Adaptación de un cómic de Inga H. Saetre titulado El arte de caerse, Ninjababy trata sobre una joven de 23 años, Rakel (Kristine Kujath Thorp) que sueña con ser astronauta y dibujante de cómics. Rakel convive en un apartamento desastrado con su mejor amiga, le gusta salir de noche y de vez en cuando celebra las “Pascuas del zorreo” y se tira a todos los chicos que le gustan. La última vez, tres, que “tampoco son tantos”. Podría parecer un personaje “subversivo”, pero el mundo está lleno de Rakeles. La cosa se tuerce cuando se da cuenta de que está embarazada del “Jesús de las pollas” (un tipo con el que no se puede resistir). Tiene clarísimo que quiere abortar, pero cuando se entera ya lleva más de seis meses en estado y la ley noruega no admite la interrupción del embarazo.
Precedida por su éxito en toda Europa y una ristra de premios, Ninjababy aborda sin tapujos un asunto que quizá de manera sorprendente aun sigue siendo controvertido, la existencia de mujeres que sencillamente no sienten el menor deseo de ser madres. No se trata solo de que la protagonista sea muy joven y sienta que lo tiene todo por hacer, o que se enamore de su profesor de aikido, sino que tiene clarísimo que no siente ninguna atracción por cambiar pañales y criar a un niño. Como no puede abortar, solo le queda la opción de dar el hijo en adopción, lo cual no le hace mucha gracia. Rakel sabe lo que no quiere, pero se siente culpable por ello.
Con una estética indie que recuerda a las películas de los 90, títulos como Clerks (Kevin Smith, 1994) o Solteros (Cameron Crowe, 1992), a veces parece que Rakel viva en una canción de Sonic Youth. Ninjababy nos presenta a un tipo de mujer que siempre ha existido y que en este caso sencillamente es honesta consigo misma. Recuerda un poco en sus vaivenes y zigzags, tan contemporáneos, a la protagonista de La peor persona del mundo, de Joachim Trier, pero Rakel es más punk y más underground que aquella. Con sensibilidad, el filme logra no solo que la comprendamos, también una encendida defensa de lo profundamente destructivos, no solo para las mujeres, que pueden ser los roles de género. Al final, Ninjababy es un canto a la libertad.
Leyenda viva del cine europeo, Fanny Ardant ha sido musa de Truffaut (La mujer de al lado) o Resnais (El amor ha muerto). En Los jóvenes amantes interpreta a una mujer de 70 años retirada de su profesión, la arquitectura, disfrutando una vida placentera de jubilada amante de los libros, el arte, sus amigos y su hija. Todo se trastoca cuando reaparece en su vida Pierre (Melvil Poupaud), un médico oncólogo al que conoció fugazmente 15 años atrás en un hospital. Contra pronóstico, se enamoran.
La directora Carine Tardieu (Sácame de dudas) se inspira en la historia de su propia madre para contar, con respeto y delicadeza, ese amor contracorriente. Por una parte, Shauna, una mujer enamorada y asustada que no comprende cómo es posible que un atractivo y brillante médico mucho más joven se enamore de ella. Por la otra, el propio Pierre, sinceramente colado. Con una fotografía con grano a los años 70 y música de piano, la película recuerda a un gran clásico del cine romántico francés como Un hombre y una mujer (Claude Lelouch, 1966).
Lo mejor del filme es la propia Ardant, cuya interpretación refleja con enorme sensibilidad toda la gama de emociones por las que atraviesa la protagonista, de la ilusión al miedo por la incomprensión de la sociedad o de su propia hija, del renacer vital a la inseguridad por el propio cuerpo. Su amante la define como “una mujer extravagante que ha pasado de puntillas por la vida”. Determinadas situaciones nos siguen pareciendo sorprendentes, no porque lo sean sino porque apenas las hemos visto. Esta película de alguna manera viene a defender lo que dijo el propio San Agustín: “la medida del amor es amar sin medida”.