Hace ya más de 25 años, Toy Story (John Lasseter, 1995) supuso un punto y aparte en la historia del cine de animación. No solo fue la primera película realizada completamente con ordenador, también supuso un avance crucial en cuanto a lo cualitativo. Con su tierna y conmovedora fábula sobre el fin de la infancia, la película lograba no solo entretener, también tocar la fibra y alcanzar cierta grandeza poética.
Ha habido tres secuelas más, todas ellas como mínimo notables, que han convertido la saga en una de las más emblemáticas del cine contemporáneo. La “fórmula Pixar” suele funcionar, hacer películas que disfrutan los niños pero con un subtexto más adulto que también puede seducir a los padres.
En los títulos de crédito, Lightyear se anuncia como la “película favorita de Andy en la primera película”. O sea, que lo que vemos es un filme retrofuturista ya que refleja la forma en que se veía el futuro en esos años 90. El protagonista es el “space ranger” (guardián espacial) Lightyear, coprotagonista de esos filmes como juguete favorito del niño junto al vaquero Woody. Con su característico traje de astronauta y su amplia mandíbula, Buzz es el reverso del héroe americano que simboliza el cowboy. Woody es todo buen corazón y sentimientos nobles, el cosmonauta es un tipo con buen fondo pero risible por su pomposidad y exceso de entusiasmo, además de ser un poco tontorrón.
Viajes temporales
Lightyear consigue lo que pretende, ser una divertida película de animación, en este caso más bien infantil. Sitúa a nuestro héroe en un planeta desconocido y algo hostil en el que los humanos son atacados de manera constante por una especie de plantas carnívoras que aparecen desde la tierra. Allí, el héroe, cual Cruise en Top Gun, se afana por marcar un hito superando la velocidad de la luz.
Una y otra vez, el astronauta desafía las leyes de la vida con el resultado de que en cada uno de esos viajes para él apenas pasa el tiempo mientras los demás envejecen varios años. Condenado a ser eternamente joven mientras sus seres queridos se hacen viejos, Lightyear tiene afecto a un gato robótico.
La posibilidad real de que podamos viajar en el tiempo ya la exploró Christopher Nolan en la mucho más sesuda Interstellar (2014). Partiendo de conceptos físicos complejos, Lightyear nos propone una versión lúdica de la fantasía humana de desafiar las leyes inexorables del paso del tiempo. La aventura comienza cuando el héroe no tiene más remedio que dejar sus viajes para enfrentarse, junto a la nieta de su mejor amiga, y una abuela ex convicta, a unos robots gigantes con pinta de Transformers. Jugando con la posibilidad de que existan a la vez varias dimensiones temporales, en el momento de mayor intensidad dramática Lightyear joven se enfrenta a Lightyear viejo en una reedición del mito de Doctor Jeckyll y Mister Hyde.
Estamos ya acostumbrados al virtuosismo gráfico de Pixar y Lightyear propone un espectáculo visual a la altura de los mejores títulos del estudio. Sacando puta del carácter grandilocuente pero tierno del protagonista, emblema de la propia petulancia con buen fondo de Estados Unidos, la película sorprende por el protagonismo de una pareja lésbica, lo cual ha impedido su estrenos en algunos países del mundo y generado ríos de tinta. El famoso beso entre dos mujeres, más bien un pico, casi pasaría inadvertido si no fuera porque estamos avisados. Con ritmo frenético e imágenes fastuosas, Lightyear logra su propósito de entretenernos con buenas armas pero no supera su condición de blockbuster veraniego.