¡Cuánto ha cambiado Thor! El hijo de Odín, personaje central de la mitología nórdica, apareció por primera vez en Thor (2011), dirigida por nada menos que Kenneth Brannagh. Eran los tiempos en los que Christopher Nolan había elevado las películas de superhéroes a la categoría de filmes ambiciosos artísticamente con su trilogía de Batman. La mayoría se apuntó al carro y durante una buena época el género se abonó a lo denso y dramático como forma también de legitimarse como santo y seña del nuevo Hollywood.

Con aires shakespearianos, aquella primera parte de la saga planteaba la lucha sin cuartel entre el propio Thor (Chris Hemsworth) y su hermano, el mucho más retorcido y sibilino Loki (Tom Hiddleston) por conquistar el trono de Asgard, aniquilar a los “gigantes de hielo” y de paso ganarse el corazón de su padre, el susodicho Odín (Anthony Hopkins). En aquel filme épico, el héroe cae a los abismo y resurge cual ave fénix aprendiendo por el camino graves lecciones morales como las consecuencias del orgullo y la soberbia.

Desde entonces, la cosa se ha liado mucho y el tono ha ido cambiando. El universo Marvel es más complicado y largo que un culebrón turco y a estas alturas al pobre Thor le ha pasado de todo. En la primera parte se enamoraba de una astrofísica, Jane Foster (Natalie Portman), en la tercera nos enteramos de que habían cortado y su padre la palma.

Al propio Loki, cuya relación de amor y odio con el héroe ha sido la espina dorsal de la saga, lo matan en Los vengadores: Infinity War (2018). Por si no hubiera suficiente con las tres películas, para enterarse de todo también hay que ver las de Los vengadores y aun hay otra en la que Loki resucita en un universo paralelo.

Por si fuera poco, su querido reino de Asgard, cuyo trono Thor anhela tanto como le repele, queda totalmente destruido en la tercera parte. Después de tantas desgracias, tal y como nos cuentan en Love and Thunder, el pobre primero pasó por una depresión, engordó (en las películas americanas la gordura siempre es síntoma de depresión) y cuando arranca la acción parece que se ha recuperado. No se ha vuelto cínico o vengativo, pero sí se ha convertido en un personaje atormentado y solitario que no ha sido capaz de volver a enamorarse desde que cortó con Foster. El tono de Thor: Love and Thunder, sin embargo, es mucho más lúdico y divertido que en sus inicios.

El reencuentro con la ex

Comparada con la solemnidad que Brannagh imprime a la primera película, que sigue siendo la mejor, esta Love and Thunder casi parece una parodia, lo cual lejos de ser malo le da nuevos bríos a la franquicia. Después de la más floja Thor: el mundo oscuro (Alan Taylor, 2013), a medio camino entre el tono de la primera y el blockbuster puro y duro, sin acabar de conseguir ninguna de las dos cosas, la saga inició un nuevo rumbo con Ragnarok (2017) de la mano de Taika Waititi, en una apuesta sin complejos por la diversión.

Love and Thunder apuesta de manera total por el despiporre. A ritmo de Guns`n Roses y con Hemsworth gastando pintas de rockero con chupa de cuero, el héroe deberá enfrentarse a Gorr (Christian Bale), un tipo enfadado con el mundo por la muerte de su hija que para vengarse por su dolor quiere matar a todos los dioses del universo gracias a una espada mágica que tiene esa facultad. El plato fuerte es su reencuentro con Foster (Portman) después de varios años separados en los que Thor se ha dedicado a salvar el mundo sin poner el corazón en ello y ella se ha hecho famosa con sus descubrimientos sobre el funcionamiento del universo.

[Thor, el dios de Marvel]

Es discutible que la cosmogonía creada por Marvel sea comparable a la mitología griega o romana, de cuyas fuentes bebe, pero está clara su pulsión por crear una propia. Si el imperio romano tuvo sus dioses, el americano también tiene los suyos. En este caso, lo mejor de Love and Thunder (además del propio Thor, al que Hemsworth aporta carisma y socarronería) es la forma en que Waititi lo mezcla todo: los mitos griegos (aparece un Zeus grotesco interpretado por un Russel Crowe orondo y felliniano), el imaginario vikingo, la parafernalia medieval y hasta el mito de los “niños perdidos” de Peter Pan.

No falta de nada en Thor. A veces, los sofisticados paisajes galácticos, en los que los eruditos podrán rastrear desde rastros de la antigua Sumeria al Egipto de las pirámides, se parecen a las infografías del mundo antiguo de la revista National Geographic, casualidad, o no, propiedad de Disney, la productora de la película. Juguetona, a ratos muy graciosa, y dotada de encanto, Thor es un blockbuster explosivo y muy entretenido. La solemnidad no siempre sienta tan bien.